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NO HAY CRISIS DE DERECHOS HUMANOS / 228

 

A Mariana Rosemberg en memoria

 

Reconozcamos, en una cosa sí tiene razón el gobierno de Peña Nieto, por más que nos tenga acostumbrados a las mentiras. Puede haber crisis económica, petrolera, educativa, ambiental o de credibilidad. Pero de una cosa no hay crisis: de derechos humanos. A qué tanta insistencia de que la hay ¿Puede estar en crisis algo que no existe?

La fantasía sobre los derechos humanos, como tantas otras fantasíasra, educativa, ambiental o de credibilidad. Pero de una cneoliberalismo que han dañado nuestro futuro (el presente, y contando) le nació al presidencialismo autoritario al arribo del salinato. Se dio el gusto de reglamentarlos, con comisión y todo, y pudo mencionarlos en sentidos discursos, siempre acompañándolos del vocablo “respeto”, y si se podía añadir “irrestricto”, tanto mejor. Iba bien con la modernidad que soñaban como relaciones diplomáticas con el Vaticano, la apertura comercial en el marco de una anexión económica a Estados Unidos, la entrega de la banca al capital financiero internacional, la “reforma” radical de la Carta Magna en cualquier consideración populista, nacionalista o socialista que tuviera. Se añadieron garantías para la mujer, el menor de edad, el votante, y sobre todo para los señores candidatos, y a eso se le llamó “nuestra transición democrática”.

Pero ¿derechos humanos? La sociedad civil no ha cejado en su insistencia por traer a la vida los mencionados derechos, los ha descrito con detalle y ha tipificado su violación sistemática en millares de casos.

El Estado lleva a tal mitificación su presunta observancia de los dé-hache, que se hace el ofendido si lo vienen a observar. Mejor dicho, si vienen a ponerlo en evidencia.

Aquí no hay tal cosa como dé-haches. Los representantes del Estado balbucean en distintas conferencias de prensa que involucran a miembros de cualquiera de los Tres Poderes, que éste los respeta muchísimo. En decenas de centros independientes de derechos humanos, así como en comunidades, cárceles, maquiladoras, campos agrícolas, colonias urbanas y demás, no existen derechos humanos a la hora que alguien realmente necesita que se los respeten. Los jueces encarcelan o liberan por consigna. El castigo político y la impunidad de los crímenes sociales garantizan que los derechos humanos no tengan por donde respirar.

La tortura metódica, el secuestro con apariencia de aprehensión (o sin cuidar las apariencias), el encarcelamiento injusto, la muerte inexplicable (masiva a veces, o en serie), la violación “tolerable” y otras, son expresiones de los usos y costumbres del Estado mexicano en esta fase en que su modernidad ya se hizo vieja y está toda agujerada. Pero algo no consiguió, de entre lo mucho programado y desgraciadamente cumplido: establecer la vigencia de los derechos humanos.

Por eso nos tiene a todos buscándolos. Hay organismos que andan en ello hace más de treinta años. A veces consiguen encontrar alguno, o que se cumpla aquí o allá, en un caso o dos. El Estado en cambio ya olvidó lo poco que había entendido de su significado. Por eso le incomoda que la ONU, la OEA, la CIDH y otras instancias internacionales den tanta lata por algo que no existe. Francamente...

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