TOCAR LA TIERRA. AUTORRETRATOS DE LA EXISTENCIA INDIA / 228 — ojarasca Ojarasca
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TOCAR LA TIERRA. AUTORRETRATOS DE LA EXISTENCIA INDIA / 228

Compilados por T. C. McLuhan

Siempre tuvimos de todo; nuestros niños no lloraban de hambre, ni éramos gente en necesidad. Los rápidos del Río Roca nos abastecían de pescado excelente y la tierra, siendo fértil, producía buenas cosechas de maíz, frijol y calabazas. Nuestro pueblo estuvo aquí más de cien años, durante los cuales fuimos los únicos dueños del Valle del Mississippi. Estábamos sanos y la caza no podía ser mejor. Si un profeta hubiera llegado a decir que todas estas cosas dejarían de existir, nadie le habría creído.

Ma-ka-tai-me-she-kia-kiak, o Halcón Negro, jefe de los sauk y los zorra.

 

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Los wintu de California vivían en la espesura de grandes bosques donde era difícil encontrar un claro para las casas. Sin embargo, escribe la antropóloga Dorothy Lee, “sólo empleaban madera muerta como combustible, por respeto a la naturaleza”. En este pasaje, una sabia wintu lamenta la innecesaria destrucción de la tierra donde vivía, un lugar al que la minería del oro y del agua le desgarraron los suelos.

Los blancos nunca cuidaron la tierra ni el venado ni el oso. Cuando nosotros matamos carne, la comemos toda. Cuando sacamos raíces hacemos hoyos pequeños. Cuando construimos casas, hacemos hoyos pequeños. Cuando quemamos la yesca para los saltamontes, no arruinamos las cosas. Agitamos los troncos para coger bellotas y nueces. No tumbamos los árboles. Sólo usamos madera muerta. Pero los blancos levantan la tierra, tiran los árboles, matan todo. El árbol dice: “No lo hagas, estoy adolorido. No me lastimes”. Pero le dan con el hacha y lo pedacean. El espíritu de la tierra detesta a los blancos. Explotan los árboles y los remueven hasta el fondo. Asierran los árboles. Los lastiman. Los indios nunca lastiman. Los blancos destruyen todo. Explotan las rocas y las esparcen por el suelo. La roca dice: “No lo hagas. Me estás lastimando”. Pero la gente blanca no pone atención. Cuando los indios usan rocas, las recogen redondas. ¿Cómo le iba a gustar el hombre blanco al espíritu de la Tierra? Por donde el blanco ha pasado hay dolor.

 

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En la hora de su muerte en 1871, Tu-eka-kas, padre del famoso Jefe Joseph de los nez perces, previno a su heredero de nunca vender los huesos de su padre.

Mi padre me mandó llamar. Pude ver que agonizaba. Tomé su mano en la mía. Expresó: “Hijo mío, mi cuerpo regresa a mi madre Tierra y mi espíritu pronto se verá con el Gran Espíritu Jefe. Cuando me haya ido, piensa en tu país. Eres el jefe de este pueblo. Ellos esperan que los guíes. Recuerda siempre que tu padre no vendió su país. Debes contener tus oídos cuando te ofrezcan un tratado para vender tu hogar. En pocos años el hombre blanco nos habrá rodeado. Tiene sus ojos puestos en nuestra tierra. Hijo, nunca olvides mis palabras últimas. Este país contiene el cuerpo de tu padre. Nunca vendas los huesos de tu padre y tu madre”. Apreté su mano y le dije que defendería su tumba con mi vida. Él sonrió y se internó en la tierra de los espíritus.

Lo sepulté en aquel hermoso valle de aguas sinuosas. Yo amo esa tierra como nada más en el mundo. Un hombre que no cuida la tumba de su padre es peor que una bestia salvaje.

 

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Al exigirle oficiales de Estados Unidos su firma para uno de los primeros tratados en la región del Río de Leche, cerca de la frontera con Montana y los Territorios Noroccidentales, un importante jefe pies negros del norte responde.

Nuestra tierra vale más que su dinero. Durará por siempre. No perecerá bajo las llamas. En tanto brille el sol y las aguas corran, esta tierra seguirá aquí para dar vida a hombres y animales. No podemos vender las vidas de las personas y los animales, así que no podemos vender esta tierra. El Gran Espíritu la puso aquí para nosotros y no podemos disponer de ella porque no nos pertenece. Ustedes pueden contar su dinero y quemarlo en el cráneo de un búfalo, pero sólo el Gran Espíritu puede contar los granos de la arena y las hojas del pasto en estas praderas. Como regalo a ustedes, les permitimos tomar todas las pertenencias nuestras que puedan cargar, pero la tierra, nunca.

 

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Harold Cardinal, de la tribu cree, nació en 1945 en Alberta. Hábil político, escribió a favor de los derechos indígenas en Canadá, cuya historia le parece “la crónica vergonzosa del desprecio del hombre blanco, de sus engaños y de su repetida traición a nuestra confianza”. En su libro Sociedad injusta: la tragedia de los indios en Canadá, concluye:

No podemos ceder en nuestros derechos sin destruirnos como pueblo. Si estos derechos han perdido sentido, resulta inconcebible que nuestra sociedad establezca tratados con la sociedad de los blancos, aunque los acuerdos sean firmados por hombres honorables de ambas partes. Hace mucho que el gobierno decidió romperlos cual miserables trozos de papel, y nosotros perdimos sentido como pueblo. No podemos aceptarlo. Sabemos que, mientras luchemos por nuestros derechos, viviremos. El que se rinde se muere.

 

Traducción del inglés: HB

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