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ACUÑA, ERES MÁXIMA COMO TU NOMBRE CONTRA LA MINERÍA EN AMÉRICA LATINA / 229

José Luis García Hernández y Martín López Gallegos

Por defender mis lagunas, la vida quisieron quitarme.
Máxima Acuña


Apartir de fines del siglo pasado venimos enfrentando una nueva etapa de acumulación del capital, donde la minería a gran escala y a cielo abierto está lejos de aquella de socavón, propia de la colonia, donde los metales fluían en grandes vetas y se necesitaba mano de obra local extensiva.

La justificación actual para realizar minería a gran escala en territorios específicos versa en considerarlos como “sacrificables”: zonas relativamente aisladas, empobrecidas o caracterizadas por una escasa densidad poblacional (M. Svampa y A. M. Antonelli, editores: Minería transnacional, narrativas del desarrollo y resistencias sociales. Biblios, Buenos Aires, 2009). Esto genera una fuerte asimetría social entre los actores en pugna: las comunidades son negadas y empujadas al desplazamiento o la desaparición.

Dicha minería genera nuevos encuentros entre geografías y territorialidades distintas, actores sociales que antes no se conocían y, aún más importante, distintas concepciones de desarrollo y de vida (A. Bebbington, editor: Minería, movimientos sociales y respuestas campesinas: una ecología de transformaciones territoriales. Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 2007). De esta forma, la minería genera una conflictividad donde los actores involucrados colaboran o se enfrentan en la construcción o defensa de los territorios.

Los conflictos socioambientales generan tensión al interior de las comunidades e infunden miedo para que no reciban apoyo. Victimizan a determinados miembros de las comunidades. Cuando los impulsores de los proyectos no consiguen dividirlas, intimidan, encarcelan, secuestran, amenazan, asesinan a líderes y abogados defensores.

Frente a los instintos suicidas del capitalismo depredador surgen las resistencias de los pueblos en defensa de la vida, la cultura y la supervivencia de la especie humana (V. M. Toledo. Ecocidio en México. La batalla final es por la vida. Grijalbo, México, 2015). Dentro de ellas, las mujeres han sido fundamentales a pesar de la invisibilización a que son expuestas por el sistema capitalista y el patriarcado. De ahí que las luchas que han emprendido las diversas comunidades indígenas y campesinas deban ser concebidas en femenino para comprender que son impulsadas y sostenidas por mujeres. Ellas “mantienen unida la comunidad, son las que están involucradas en el proceso de reproducción, las que defienden directamente la vida de la gente”; logran defender “un uso no comercial de la riqueza natural porque tienen una concepción distinta sobre qué es lo valioso” (S. Federici: “No puedes resistir a la opresión si otros no lo hacen contigo”, entrevista de Eliana Gilet, febrero de 2016).


Máxima Acuña es una entre muchas más mujeres que han alzado la voz para defender su tierra, la madre tierra. Vive en la comunidad de Sorochuco (distrito de Celendín, Cajamarca, Perú). Su casa y los cultivos de su familia están ubicados frente a la Laguna Azul, una de las lagunas que la Minera Yanacocha pretende utilizar como depósito; por ello está siendo obligada a desalojar el lugar en beneficio del proyecto Conga, calculado en más de cuatro mil millones de dólares, según fuentes oficiales.

La casa de Máxima es una de las últimas que quedan en la Laguna Azul. Sus vecinos vendieron sus tierras a la Minera Yanacocha. Ella ha vivido allí 24 años; compró la tierra en 1994 a la comunidad de Sorochuco. Ha tenido una vida tranquila, tejiendo, cosiendo ropa y vendiendo sus cosechas en los mercados. En 2011 su vida cambió, al denunciar a la minera ante la fiscalía de Celendín, cuando quiso arrebatarle su predio, Tragadero Grande.

Desde marzo de 2010, en una Audiencia Pública llevada a cabo en el caserío de San Nicolás de Chailhuagón, alrededor de cuatro mil personas, según información de la empresa, solicitaron información sobre el estudio de impacto ambiental del Proyecto Conga. En un supuesto diálogo abierto e inclusivo, la minera “demostró” que Conga “forma parte del futuro sostenible de Cajamarca”. En octubre de 2010 el estudio fue aprobado. Y el 27 de julio de 2011, el Directorio de Newmont aprobó el financiamiento y la ejecución del proyecto.

Según la minera, el Proyecto Conga representa más agua para la zona de influencia, puesto que antes de iniciar sus operaciones se construirán cuatro reservorios que duplicarán la capacidad de almacenamiento de las lagunas ubicadas en la zona de explotación. El proyecto se localiza a 73 kilómetros de Cajamarca, en los distritos Sorochuco y Huasmín, provincia de Celendín, y en el distrito La Encañada, de Cajamarca. Es llevado a cabo por la Minera Yanacocha, conformada por Compañía de Minas Buenaventura, Newmont Mining Corporation y la Corporación Financiera Internacional.

El proyecto consiste en dos depósitos porfiríticos, Perol y Chailhuagón, y pretende extraer cobre, oro y plata. El minado se completará en unos19 años. Los concentrados serán transportados a un puerto de la costa norte mediante el uso de camiones para su despacho al mercado internacional. Yanacocha presenta así el proyecto: “La minería forma parte crucial del futuro de Cajamarca. Y como tal, el proyecto es una oportunidad de desarrollo económico y social para la región. Conga es sinónimo de futuro para Cajamarca. Un futuro consensuado y de trabajo en el que todos trabajen con un mismo norte: el desarrollo”.


Conga generó nuevos encuentros entre su concepción de “desarrollo” y la de Máxima Acuña y su familia. Estos encuentros se evidencian en el proceso de resistencia. Mientras Yanacocha pretende explotar el mineral para ser vendido a granel al mercado internacional, no importando la destrucción de la naturaleza, Máxima defiende la tierra y el agua porque representan vida. Ella pasó de denunciante a denunciada por la propia minera. Fue criminalizada, difamada, perseguida, violentada y amenazada.

Hoy su resistencia es reconocida. El 18 de abril Acuña recibió el Goldman Environmental Prize, que es otorgado defensoras y defensores de la naturaleza y el medio ambiente. En la ceremonia, en lugar de un discurso entonó el huayno, “La Jalqueñita”, de su autoría, con la cual describe su lucha frente al proyecto de muerte. Con esa canción compartió cómo su cotidianidad con el ganado y sus cultivos se transformó. Los ladridos de su perro le advierten sobre la presencia de la policía en sus tierras. A partir de entonces, “por defender mis lagunas la vida quisieron quitar”. Al finalizar su canto, en plena ceremonia en el Teatro Ópera de San Francisco, enfatizó: “Por eso yo defiendo la tierra, defiendo el agua, porque eso es vida. Yo no tengo miedo al poder de las empresas, seguiré luchando por los compañeros que murieron en Celendín y en Bambamarca, y por todos los que estamos en lucha en Cajamarca”.

Este reconocimiento desmitifica el proyecto Conga, evidencia el violento vínculo entre los intereses económicos de las transnacionales y la clase política gobernante, en este caso en Perú. Berta Cáceres, quien recibió el mismo premio en 2015, fue víctima de las transnacionales al ser asesinada en Honduras por su defensa del río Gualcarque contra el proyecto hidroeléctrico Agua Zarca. Ahora, después del premio, Máxima Acuña ha sido amenazada por la minera Yanacocha. Ella la responsabiliza de cualquier situación que la ponga en peligro.

 

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Los autores son egresados de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM en Relaciones Internacionales.

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