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LA VUELTA DEL KATÚN

ANTONIO GARCÍA DE LEÓN EN EL CONGRESO DE 1974

 

Chiapas 74: Regreso al futuro

Del 12 al 15 de octubre de 1974 se celebró en San Cristóbal de las Casas el Primer Congreso Indígena, que vino a salir después de largos meses de acuerdos, discusiones, reuniones, subcongresos: desbordando como río de montaña el cauce pensado de antemano por sus organizadores. Reunió entonces a los representantes, democráticamente electos en un ejercicio sin precedentes; el de los cuatro más numerosos grupos étnicos de Chiapas.

Allí se resumió la palabra de 250 mil indios de 327 comunidades (de un total de medio millón que habitaban el estado en esos días), la palabra de un cuarto de millón de pequeños arroyuelos que se vinieron a desbordar en boca de mil 230 delegados (587 tseltales, 330 tsotsiles, 152 tojolabales y 161 choles) que, en un ejercicio de profunda discusión, lograron elaborar ponencias unitarias sobre cuatro temas fundamentales en la vida de sus comunidades, de sus municipios, aldeas y parajes: tierra, comercio, educación y salud. El quinto tema, el de la política, había sido censurado por los organizadores ladinos del evento, aun cuando, sin lugar a dudas, fue el tema que bañaba todos los colores a lo largo del Congreso.

Como aquello era una torre de Babel compuesta de cinco lenguas distintas (cuatro mayances y una romance, el español), se habían capacitado, desde el mes de mayo, a una docena de traductores: jóvenes bilingües y multilingües, provenientes de zonas de colonización (como la selva Lacandona) o de frontera lingüística (como Sabanilla, donde se habla chol y tsotsil, o Altamirano, tseltal y tojolabal). El Congreso tuvo así un privilegio tan moderno como el que tienen las Naciones Unidas: sesiones con traducción simultánea y discusión en cinco lenguas, que se realizaban en sendas carpas colocadas al exterior del auditorio de las plenarias (el Auditorio Municipal); con observadores externos (antropólogos, curas, indigenistas, estudiantes … ) y una sala de prensa que hizo posible declaraciones y comunicados en español para la prensa local y nacional (en la que destacaba ya el periódico El Tiempo de don Amado Avendaño y diarios como Excélsior, El Día, El Universal y otros).

 


Aquello fue un desbordamiento, fundamentalmente porque el gobierno estatal, que originalmente apoyaba la realización del evento (inaugurado entonces por el gobernador, el doctor Manuel Velasco Suárez), retiró abruptamente su apoyo y presencia cuando los delegados chamulas denunciaron un reciente fraude electoral en su municipio (además, aprovechando el acto habían capturado la alcaldía, que después. sería desalojada con lujo de violencia). Las cuatro ponencias iniciales sobre el problema de la tierra parecían ubicarse entre el siglo XVI y finales del XIX, estaban muy a tono con la celebración lascasiana: sus conclusiones eran simplemente demoledoras e hicieron que el gobernador saliera por piernas, y eso que, comparadas con lo que ocurrió después —entre 1975 y 1993—, parecían juego de niños. Los funcionarios del Prodesch (Programa de Desarrollo Socioeconómico de los Altos de Chiapas), que tenían apoyo de Unesco y que originalmente formaban parte del Comité organizador, eran abiertamente priístas y encabezaron la primera gran represión contra los chamulas opositores (afiliados al PAN), organizaron la primera gran oleada de expulsiones, y habían conducido a los chamulas cautivos en camionetas de la dependencia a una granja de especies menores habilitada como cárcel en Teopisca.

El Congreso indígena desató las fuerzas ocultas de la realidad chiapaneca. Era como el tronco de un árbol con raíces de 500 años y cuyas ramas y hojas empezaron a aflorar inmediatamente después: en una gran variedad de organizaciones campesinas que se crearon con esas mismas bases sociales en las principales regiones indias y campesinas de Chiapas. Lo menos visible, pero tal vez lo más importante, era la savia que alimentó al joven y antiguo tronco del Congreso. El impulso inicial fue obra de un equipo coordinador indígena, originalmente convocado por la iglesia a pedimento del gobierno estatal, que empezó a realizar, desde fines de 1973, subcongresos y reuniones previas regionales. La mayor parte de estas reuniones se realizaban bajo el ancestral método de sembrar y cosechar la palabra, que consiste en síntesis periódicas del sentir popular hechas por dirigentes democráticamente electos y que mandan obedeciendo. Toda reunión realizaba plenarias, discusiones parciales en pequeños grupos y tomaba acuerdos. Tomar acuerdos significa, en este entorno de democracia directa y poder popular, que todo consenso tiene que llevarse necesariamente a la práctica: tal y como, 19 años después se gestó y consensó una guerra…

Y si bien las primeras reuniones eran pequeñas, las regionales que antecedieron al Congreso eran ya multitudinarias y multiétnicas: en esas se fogueaban ya los traductores y los principales dirigentes. Cuando se mira una foto de aquellos años se puede distinguir a decenas de dirigentes muy comprometidos con sus comunidades. Casi una docena fueron asesinados en emboscadas y asaltos entre 1977 y 1988 (recuerdo en especial a Manuel Saraos, tseltal, y a Rosario Hernández, tsotsil, sospechosamente parecido a Zapata). Otros, encarcelados y torturados (como Feliciano, tojolabal, acusado infamemente del asesinato de Andulio Gálvez). Otros que cayeron como mariposas en la luces del poder y muchos de ellos que hoy son maestro, locutores, sociólogos, odontólogos o maduros dirigentes de sus comunidades y organizaciones.

 

Y sólo era el principio…

El impulso del Congreso, que afectado por esta ruptura con un gobierno estatal del cual todavía las comunidades esperaban algo (véanse frases iniciales de los Acuerdos), se fue diluyendo poco a poco en un clima de creciente represión. Del Congreso salió todavía, en 1975, un periódico en cinco lenguas, La Voz del Pueblo, editado en la prensa decimonónica de El Tiempo luego el rumor visible se fue acallando para bifurcarse en varias organizaciones independientes y oficiales en la década de crecimiento del movimiento campesino que concluyó bajo el clima de persuasión creado por el gobierno de Absalón Castellanos. Otras ramificaciones siguieron creciendo bajo tierra.

El 15 de octubre, último día del Congreso, el tseltal Sebastián Gómez (homónimo de un dirigente de Cancuc en 1712, y que todavía encontré en pie de lucha en el Aguascalientes zapatista veinte años después) habló de Fray Bartolomé: “Si nosotros exigimos derecho, o queremos pedir nuestra tierra, no podemos […] ahora nos imponen a las autoridades y hasta con federales: como en Chamula, donde hemos padecido cárcel y muerte por defender nuestro derecho, mientras las autoridades mandan miedo. Por eso mismo es que hay atropellos de los finqueros, como en San Francisco, Altamirano, en donde fueron quemadas sus casas por los mismos soldados sólo por pedir tierras… ¿Entonces dónde está la libertad que dejó Fray Bartolomé? Hemos venido sufriendo la injusticia durante 500 años y seguimos igual —o siguen las injusticia sobre nosotros—, o siempre nos quieren manejar como criaturas, porque somos indígenas y piensan que no tenemos derecho y que no sabemos pensar […] Bueno compañeros, ahora Fray Bartolomé ya no vive, sólo en su nombre hacernos este Congreso, él ya murió y ya no esperamos otro. ¿Quién nos va a defender sobre las injusticias y para que tengamos libertad?… los ladinos yo creo que no nos van a defender, el gobierno tal vez si, tal vez no, entonces… ¿quién nos va a defender? Yo pienso que nuestra única defensa es organizándonos todos para que podamos tener libertad para trabajar mejor. Nosotros tenemos que ser todos el nuevo Bartolomé: lo vamos a lograr cuando seamos capaces de defender la organización, porque la unión hace la fuerza”.

 

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Antonio García de León, uno de los historiadores vivos más vivaces y de mejor pluma, escribió una historia de Chiapas que es un clásico mexicano: Resistencia y Utopía: memorial de agravios y crónica de revueltas y profecías acaecidas en la provincia de Chiapas durante los últimos 500 años de su historia (1985). También autor de Contra viento y marea: los piratas en el Golfo de México y estudios importantes sobre el son y el fandango. En 1974 fue testigo y relator del Congreso Indígena. Aquí se presenta el pasaje central de su ensayo “La vuelta del katún”, publicado a veinte años del Congreso (Chiapas número 1, México, 1995).

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