LENGUA Y CULTURA NÁHUATL DESAFÍOS DE LA INVISIBILIDAD — ojarasca Ojarasca
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LENGUA Y CULTURA NÁHUATL DESAFÍOS DE LA INVISIBILIDAD

Martín Tonalmeyotl

La lengua es la raíz madre de toda comunicación humana. A partir del idioma la gente de cualquier país, entidad, ciudad o comunidad, logran hacer un lazo de comunicación amistosa, mercantil, amorosa o de otra índole. Sin ella, la comunicación sería diferente mas no imposible.

Nuestros ancestros, en el caso particular de los nahuas, dominaron señoríos enteros de otras culturas y los dominados tuvieron que aprender la lengua náhuatl para poder llevar a cabo los lazos mercantiles.

Antes de la llegada de los españoles, el náhuatl fue el idioma oficial de toda Mesoamérica. Poco influyó en los usos y costumbres de cada pueblo porque se les respetó su forma de pensar, trabajar, vivir o vestir. Caso contrario a la invasión española a partir de 1492. Los invasores llegaron a los pueblos y mataron a la gente para quitarles sus terrenos, sus cosechas, el oro, la plata y todo recurso. No conformes, prohibieron adorar a los dioses antiguos y maniobraron para que el castellano fuera impuesto como lengua oficial. Sin embargo, muchos pueblos se resistieron a esta afrenta, algunos huyeron a los montes para salvaguardar la vida de sus familiares, su idioma y cultura. Gracias a los pueblos sobrevivientes, hoy contamos con 68 lenguas mexicanas que se siguen usando en la vida diaria de millones de mexicanos, principalmente aquellos que viven en comunidades pequeñas y alejadas de la urbe.


La lengua es el legado más rico y bello de nuestros ancestros. Nos comunica con nuestra gente. En pueblos nahuas como Atzacoaloya, Guerrero, por ejemplo, todas las mañanas y durante el día se escuchan los anuncios en la lengua nativa. Los voceros anuncian la venta de puercos, carne de pollo, atole blanco, hasta las reuniones de las autoridades del pueblo. En la cultura nahua, la lengua es hilo y motor de todas las demás actividades humanas. Sin la lengua originaria, al menos en esta comunidad, otras actividades no serían posibles porque para un acto ritual con la lluvia, las estrellas, el agua, la tierra, los árboles, los vientos, el demonio, el dios cristiano o los dioses antiguos como Texayak y Tláloc, se acude al náhuatl para dialogar con ellos. En una mayordomía, o en el tequio, se trabaja cuando se debe pero se dialoga durante el descanso. En la casa de los novios se dan los consejos del Ueuetlajtojle en la lengua náhuatl y así en todos los actos. Ser de un pueblo originario no necesariamente es vestir como lo hacen las personas de mayor edad, sino más bien reconocerse a uno mismo, respetar a las personas con quienes se convive independientemente de la religión o preferencia sexual. El reconocimiento de una persona, sea nahua o no, genera una fuerza de voluntad consigo mismo, hace valorar su propia historia, la de la comunidad o ciudad donde habita, entiende por qué se llevan a cabo las fiestas patronales, los cumpleaños, las elecciones de los candidatos de un partido político, aprende a distinguir el conocimiento generado en las escuelas y la generada en la comunidad. La lengua guarda todo eso y está presente en las actividades del ser humano.

Nahuas no sólo somos aquellos que hablamos este idioma, sino todos aquellos que aún tenemos origen nativo proveniente de nuestros abuelos. Si miramos a nuestro alrededor, nos daremos cuenta que en la mayoría de las comunidades o ciudades cercanas, los nombres provienen de esta lengua: “El nombre de los pueblos indios se toma del nombre de sus propias lenguas. Es decir, debemos suponer que hay tantos pueblos indios cuantas lenguas indígenas existan en el país” (Montemayor, 2007: 384).1 Por citar unos ejemplos me vienen a la mente: Colotepec, Kolotepetl de kolotl ‘alacrán’, tepetl ‘cerro’ “el cerro de los alacranes”, Atzacoaloya, Atsakualoyan de atl ‘agua’, (ki)tsakua ‘él lo cierra’2, loyan ‘lugar’ “lugar donde se cierra el agua”, Tlanipatla, Tlanikpatla de tlanikpatl ‘yerba santa’, tla ‘locativo’, “el lugar de la hierba santa”, Zitlala, Sitlajlan de sitlalin ‘estrella’, lan ‘locativo’, “el lugar de las estrellas”, Tixtla, Tixtla de tixtle ‘masa’, tla ‘locativo’, “el lugar de la masa o de la molienda”, Ometepec, Ometepetl de ome ‘dos’, tepetl ‘cerro’, “el lugar de los dos cerros o entre dos cerros”, Iguala, Youala de youaltik ‘redondo’, la ‘locativo’, “el lugar redondo”, Cuautla, Kuautlan de kuautli o kojtle ‘árbol’, tlan ‘locativo’, “lugar de muchos árboles”, Ecatepec, Ejekatepetl de ejeka o ajaka ‘hace viento’ tepetl ‘cerro’, “el cerro del viento” y así se pueden seguir haciendo mención de una gran cantidad de lugares con nombres de raíces nahuas. El significado de cada lugar se asignó de acuerdo a su ubicación geográfica, al oficio que desempeñaba la gente nativa del lugar o porque se cultivaba algún producto.

Quienes vivieron en tiempos antiguos, no ya sólo los aztecas, sino también sus vecinos texcocanos, tlaxcaltecas y otros varios más, así como sus predecesores los toltecas, esos artífices extraordinarios, conservaron por medio de la tradición oral y de sus antiguos códices el recuerdo de su pasado. Dejaron en sus relaciones, mitos, leyendas y poemas —preservados en museos y bibliotecas— la historia, a veces casi mágica, de sus orígenes, sus peregrinaciones y su evolución cultural (León-Portilla 2009: 15)3.

 

La lengua náhuatl en la era actual, no solo está inmiscuida en los nombres de los pueblos o ciudades sino en todo el cuerpo de la lengua española. En el español de México existen más de cuatrocientos aztequizmos o nahuatlismos, como chocolate de chokolatl o xokok atl ‘agua agria’, aguacate de auakatl, coyote de koyotl, mapache de mapachin, tlacuache de tlakuatsin, zopilote de tsopilotl, nixtamal de nextamajle, pozole de posojle, tamal de tamajle, atole de atojle, tomate de yeuayojtomatl, jitomate de xitomatl, quelite de kijle, ocote de okotl, chayote de chayojtle, zapote de tsapotl, molcajete de molkaxitl, tequio de tekitl y tantas palabras más usadas en el español actual. La lengua como legado no debe de ser una vergüenza para los mexicanos sino un orgullo, ha fortalecido al castellano e incluso idiomas de otras naciones. Dominar dos idiomas no es una desventaja sino lo contrario; hablar dos lenguas significa pensar dos mundos distintos y similares.

Un gran número de nahuahablantes y de otros idiomas mexicanos siguen culpando a los padres y los maestros bilingües de su desconocimiento o del no dominio de la lengua. Opino que no se deben buscar justificaciones del por qué no hacemos una cosa u otra; más bien lo que se debe buscar es una solución. Por ejemplo: si no aprendí la lengua y la quiero aprender, lo hago sin la ayuda de los padres ni los maestros, y así uno sale ganando sin tener que buscar a quien culpar. Por otro lado, encontramos que la construcción de una cultura van de la mano con el idioma. Sin ella su existencia sería nula.

 

Esta visión acerca de las culturas originarias en México comenzó a cambiar en el siglo pasado porque surgieron escritores hablantes de una lengua originaria que contrarrestaron la visión ideológica que se tenía de nuestros pueblos, además de otros movimientos sociales como el EZLN, levantamiento armado que hizo temblar al gobierno mexicano de 1994 y avivó, rejuveneció el rostro de los pueblos originarios.

Para los pocos cambios obtenidos, los escritores y defensores de estos pueblos tuvieron que enfrentar a muchos monstruos que nos tenían cubiertos con el manto del olvido. Sin embargo, a pesar de la discriminación, nuestros ancestros siguieron existiendo y desarrollando una cultura propia, sin perder de vista la riqueza de sus entornos geográficos. La riqueza de este legado se manifiesta a través de las fiestas, los trabajos, el vestido de nuestra gente, y más aún, se hace presente en el idioma originario que usamos para comunicarnos con nuestros seres cercanos y la gente de las comunidades circunvecinas.

Todo lo realizado por la gente dentro de una ciudad, colonia, pueblo o comunidad es cultura. Sin embargo, no todas las actividades se consideran parte de ella, sólo aquellas que llevan al desarrollo humano:

[…] el antropólogo estadounidense Ralph Linton expresó, hacia 1945, que uno de los más importantes avances de los tiempos modernos fue el descubrimiento de la existencia de la cultura, entendida no como los valores educativos o artísticos de una clase social o de una élite, sino como una realidad antropológica: el tejido social donde se va singularizando por valores lingüísticos, religiosos, de parentesco, de alimentación, económicos, lúdicos, una sociedad determinada, una región específica (Montemayor 2007: 383).

La cultura no es exclusiva de las escuelas y ni siquiera de una élite social. Existe en diferentes espacios y áreas geográficas con sus particularidades. Por desgracia, muchas escuelas de educación básica y algunos medios de comunicación se sigue enseñando que la cultura tiene que ver directamente con los libros, recitales de poesía, presentaciones, lecturas de cuento y novela, asistir a una obra de teatro, exposiciones, un concierto de música instrumental. A la cultura de los pueblos originarios se le reduce a la vestimenta, las danzas, los rituales. En esta invisibilidad nosotros mismos somos cómplices porque hemos permitido que se ignore nuestra propia riqueza.

Reconocerse a uno mismo es el principio del camino para poder avanzar siempre hacia delante y dejar de caminar por lo tepanoles puestos por los medios de comunicación, especialmente televisión como la de Televisa y Tv Azteca, con la mayoría de las radios privadas que sólo tratan de divertir al público pero no le enseña a crear ni pensar, pues han sido creados para mostrar una sola mirada de la composición cultural del país, además de guiarnos hacia la ignorancia. Como pueblos originarios deberíamos estar ampliando aún más las radios comunitarias, medios que hablan acerca de nosotros, no sólo dirigidos a personas que viven en las grandes ciudades. Las pocas emisiones existentes tienen poca cobertura y están restringidas por los gobiernos de los estados porque éstas no promocionan productos transnacionales, Coca-Cola, cerveza, las sabritas y una gran cantidad de productos nada saludables.

En los libros de educación primaria, secundaria y bachillerato, sólo se sabe o se dice (si no se le olvida al maestro de la ciudad) que la gente de los pueblos originarios fuimos alguna vez, no que existimos más. Aún con las leyes aprobadas a favor de nuestros pueblos, un gran número de personas sólo nos conoce de lo expuesto en los museos donde se explica de manera muy general que antes, nosotros “teníamos” nuestra propia forma de pensar, comer, vestir, bailar, curar, pedir la lluvia, pero no se explica que en los lugares donde habitamos de manera cotidiana aún se practica todo lo mencionado. Se sigue siendo invisible para la mayoría de la población nacional, y cuando hablamos de la cultura mexicana sólo hacemos referencia a una manifestación de la cultura, desarrollada por algunos, sin tomar en cuenta a la población originaria.


La cultura de los pueblos originarios
consiste en hablar de nosotros mismos. Somos la enagua floreada de nana Susana Meza, el bordado de pájaros coloreado sobre el pecho de nana Felipa Aguas, el sombrero de cinta-palma de tata Alejandro Jacinto, las interpretaciones de música de viento de Tata Huello y tata Tino Ramón, la salsa de huaje hecha en molcajete que se prepara en casa de doña Eleuteria Cochine y la flor de calabaza que se saborea con jugo de lima y unos chiles picosos en casas nahuas de Atzacoaloya. Cultura es todo lo que nos rodea, hacer tequio en los panteones el día de San Miguel, arar la tierra con yunta de bueyes, sembrar maíz en un tlacolol con la coa, festejar el tres de mayo en los pozos, ríos y manantiales, vestir a los elotes el 14 de septiembre en el día de Xilokoros o Xilocruz, vestirse de tlacololero, de chivo, de tekuantlaminkej para la Danza de los cazadores de Jaguar. Ir a levantar el tonal cuando se cae uno y se espanta, pedir salud en el cerro de Teskitsin y Topiltepetl, mirar a los caballeros por la noche, asistir al recorrido del primero de febrero, mirar la quema de castillos y toritos pirotécnicos, llevar flores a los panteones el dos de noviembre. Porque si hablamos de cultura originaria, sus pueblos, a pesar de ser los más pobres en el país, somos y seguiremos siendo los más ricos en cultura porque inventamos y reinventamos día a día las formas de convivencia con nuestros seres queridos.

Se puede decir entonces que estamos inmiscuidos dentro de una de las culturas más ricas y completas como es la del náhuatl. Sin embargo, mucha gente no se da cuenta y siempre trata de imitar a otros grupos culturales, principalmente a los de la ciudad o los que nos muestra la televisión. Renunciar a uno mismo es sinónimo de suicidio. La cultura de los pueblos originarios es lo que hacemos de manera cotidiana para mejorar a nuestra sociedad. Nunca con la intención de perjudicar a terceros como pasa en nuestro país con la corrupción, el sicarismo, el despotismo político, el mal manejo de la basura, el descuido de nuestro medio ambiente, la impuntualidad. Es importante recordar que la cultura es nuestro motor-raíz que fortalece la convivencia con nuestro entorno.

 

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1 Montemayor, Carlos (2007). Diccionario del náhuatl en el español de México. México: UNAM.

2 La palabra tsakua viene de “kitsakua” ‘él lo cierra’. En la lengua náhuatl no existen los verbos en infinitivo. Todos los verbos están marcados y conjugdos con alguna persona. Por lo tanto, no se puede decir cerrar, llorar, vivir, etcétera.

3 León-Portilla, Miguel (2009). Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares. México: FCE.

 

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| Martín Tonalmeyotl, poeta y escritor nahua de Atzacoaloya, Guerrero.

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