UN PAÍS DEVORADO POR SÍ MISMO / 232
Cuando la desigualdad pega de gritos, como lo hace ahora en México, y rompe récords mundiales en la OCDE, la OEA y la ONU sin tener para cuándo mejorar, podemos concluir que nuestro rezago de justicia social es incontable, una verdadera vergüenza. Un pueblo trabajador y cumplidor cuando las condiciones se lo permiten, está aplastado por los hombres más ricos del mundo bajo gobernantes corruptos dedicados a desmembrar y enajenar los elementos de la soberanía nacional. Los negocios reinan por encima de las personas que conforman el país.
¿Cómo lo ha permitido la sociedad mayoritaria? ¿Acepta el “estado de cosas” por indolencia, mareo consumista, fatalismo o ilusiones cómplices? Desde siempre ha permitido que se aplaste y denigre a la población originaria. Lo ha hecho sistemáticamente. La sociedad “nacional” es racista de origen, pero en la percepción que tiene de sí misma no lo es. Los así llamados indígenas no sólo están negados como civilización, como matriz cultural, como sujetos de soberanía y libertad colectiva. En México están negados como opción de futuro, como parte necesaria de la reconstrucción nacional.
El racismo es tan inconciente como ciego, por eso a nadie le gusta hablar de colonialismo interno, algo que se practica en todas las Américas con similar desprecio hacia la población originaria, pero que en México resultó bien posmoderno y muy atroz al desmontar derechos agrarios y sociales que habían costado décadas de Revolución, y al mantener un autoritarismo selectivo contra los pueblos indios haciéndolos víctimas de la “democracia” partidaria y la fanática “modernización” neoliberal. Son vistos sólo como objeto de lástima, falsedad demográfica y uso demagógico de funcionarios que se hacen los fotogénicos al lado de una mujer con huipil.
El resurgimiento de la dignidad indígena en las décadas recientes confronta con creciente vigor este racismo estructural de la sociedad mexicana, la discriminación, el abuso, el despojo, y la guerra de exterminio que todo lo anterior instrumenta. Reviste inmensa importancia devolver su valor a las lenguas y las costumbres, los conocimientos ancestrales y los aprendizajes de lo moderno desde la experiencia indígena, comunitaria, migrante, desarraigada, reivindicada. Los hijos de los pueblos originarios están más escarmentados de los daños al territorio, el ambiente y la convivencia social de lo que muestran estarlo las clases medias urbanas, por ejemplo.
Las respuestas que los pueblos hallen, las alternativas que consoliden, su resurgimiento pleno, el reconocimiento auténtico de sus derechos colectivos y sus raíces culturales serán parte fundamental de lo que los mexicanos recuperen de la patria perdida. Sin el concurso abierto y reconocido de los pueblos originarios y sus formas de pensamiento el porvenir de México quedará en veremos. Mientras la Nación siga en manos de gobernantes ineficaces, delincuentes irreductibles, empresarios voraces e intereses trasnacionales estratégicos, y mientras no se escuche a los pueblos, México permanecerá jodidamente desigual, injusto. Sin el racismo estructural la nuestra sería una Nación distinta, y mejor, en este sistema-mundo tan cangrejo que parece tener las horas contadas.