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CONTRA EL NUEVO AEROPUERTO RESISTENCIA QUE NO SE RINDE

Yunuhen Rangel Medina

San Salvador Atenco, Estado de México

Sólo 30 kilómetros separan la Ciudad de México de San Salvador Atenco, lugar emblemático de la resistencia contra el nuevo aeropuerto de la tercera metrópoli más grande del mundo, donde habita la familia Del Valle Ramírez, una de las impulsoras de una lucha que desde hace 15 años les ha traído encarcelamiento, persecución, exilio, tortura, estigmatización. Y también, reconocen, muchas victorias, alegrías, solidaridad, aprendizajes, hermanamiento y complicidades.

Cerca del centro del pueblo está la casa de esta familia que, como tantas otras, en 2001 rechazó y peleó contra un decreto de expropiación de sus tierras impuesto por el entonces presidente Vicente Fox Quezada, bajo el planteamiento de “mejorar la calidad de vida de la región” a través del proyecto de construcción de una sede alterna al Aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México.

La lucha contra el megaproyecto aeroportuario que hoy incluye también una carretera, cosechó triunfos colectivos y costos que se siguen pagando. El Estado, a pesar de que por la magnitud de la movilización echó por tierra el decreto expropiatorio, jamás cesó en sus intenciones. El aeropuerto, dicen desde el gobierno, se construirá en el Valle de Texcoco, mientras el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT) se coordina bajo la consigna “Tierra sí, aviones no”. Y hasta el día de hoy ponen el cuerpo frente a la maquinaria.

La familia del Valle parece omnipresente cuando de solidaridad y acompañamiento se trata. En las marchas por los 43 normalistas de Ayotzinapa, en el plantón contra la carretera que arrebata la tierra y los sitios sagrados al pueblo de Xochicuautla, en las movilizaciones por la defensa de la educación pública, en actos por la libertad de prensa, en las brigadas de búsqueda de desaparecidos, en protestas por la libertad de los presos políticos, Atenco nunca falta.

Desde la casa desde la que han emprendido la lucha, hablan con Ojarasca Desinformémonos Ignacio del Valle Medina, María Antonia Trinidad Ramírez Velásquez, América del Valle Ramírez y César del Valle Ramírez, cuatro de los cinco integrantes de la familia.

 

La sabiduría y el equilibrio familiar son de Doña Trini. La fuerza de su palabra, machete en mano, y el amor a su familia y a la tierra la han hecho remontar tiempos difíciles. Durante un tiempo, Trini tuvo que asumir el estandarte de la lucha por su pueblo y por su familia. “Por volver a verla reunida y en libertad”, desafió sus propios límites, pero hoy se sabe “libre, firme y fuerte”.

Su nombre es María Antonia Trinidad Ramírez Velázquez. Antonia es el nombre que más le gusta, pero mucha gente en México y en otros países la conoce como Doña Trini. En ella se ejemplifica la fusión entre la lucha y la vida personal. “Ser parte de la lucha social y madre lo es todo”, afirma esta mujer a la que la vida la llevó a recorrer todo México y muchos países del mundo peleando por sus tierras y por la libertad de su familia.

Ignacio del Valle es el compañero de vida de Trini, el padre de Ulises, América y César. La convicciones e ideales de Nacho, como lo conocen en el movimiento social en México, marcan cada uno de sus pasos. Su vida campesina cambió radicalmente a partir del 22 de octubre del 2001, con el decreto presidencial para arrebatarles sus tierras, lo que, dice, “nos cimbró como pueblo y como familia”. Nacho se volcó entonces por la defensa del territorio, mientras a Trini, “le tocó sostener y no permitir la desintegración de la familia”, rol que cambió radicalmente en 2006, cuando fue encarcelado en una prisión de alta seguridad.

En la cárcel el líder visible del movimiento fue doblemente castigado. Lo torturaron con toques eléctricos en los dientes y en los testículos, lo desnudaron y exhibieron, le quitaron visitas, lo colocaron en un lugar de castigo por tiempos extensos, le dieron comida con olor a excremento, lo dejaron sin ver la luz del sol y amenazaron a su familia.

El saldo de la represión del 2006, resume, fue “un hijo mayor perseguido, una hija exiliada, el hijo menor en la cárcel y la compañera Trini luchando afuera por cada uno”.

América es la hija intermedia en la familia Del Valle Ramírez. Resistió cuatro años de su vida “arrancados por la persecución que en mi contra emprendió el Estado mexicano”. Burlando la prisión se refugió en la clandestinidad y luego en el exilio dentro la embajada de Venezuela en México. “Una nunca sabe lo incendiaria que puede ser hasta que tiene la lumbre cerca”, cita América a Mario Benedetti. Sabe de lo que habla.

César es el hermano más joven. Apenas cumplía la mayoría de edad cuando fue encarcelado por casi dos años tras participar en la defensa de la tierra de Atenco. César se afirma en la comunidad y en las bondades de la tierra. Lucha por “escapar a la trampa del privilegio sólo para algunos”. El capitalismo, dice,“es como el agua que se cuela por todos lados, sólo que dando muerte, mientras el agua es vida”.

 

Hace tres lustros la familia Del Valle Ramírez y muchas otras familias de San Salvador Atenco, Acuexcómac, Tocuila, la colonia Francisco I. Madero y Nexquipayac identificaron el objetivo de despojarlos de las tierras que habitan y de las que se alimentan y organizaron el FPDT.

Estas tierras, dice Trini, contienen la historia de sus ancestros, mantienen las formas de vida de la comunidad y la subsistencia. Cambiarles por un aeropuerto nunca estuvo en sus planes, por lo que de inmediato pusieron de manifiesto lo “indigno de poner precio a la tierra”.

Atenco se volvió la sede por nueve meses de la “resistencia y organización contra el despojo”, hasta que en agosto de 2002 lograron que el gobierno federal echara abajo el decreto de expropiación. Ese fue un triunfo para el pueblo que se organizó, pero luego de años en los que consiguieron más beneficios para la población, como una biblioteca, un segundo turno en la preparatoria del pueblo o una clínica abastecida de medicamentos, vino la “venganza” del gobierno, dice América del Valle.

El 3 y 4 de mayo de 2006, más de dos mil policías desalojaron violentamente a quienes se oponían a la venta de terrenos para construir el nuevo aeropuerto, con el pretexto de no dejar vender a floristas en Texcoco, municipio vecino. De la represión resultó muerto el menor de edad Edgar Cortés, por un petardo en la cabeza; y el joven universitario Alexis Benumea, además de decenas de heridos, mujeres violadas y torturadas por la policía y 211 presos, entre ellos Ignacio del Valle Medina y posteriormente César del Valle Ramírez.

Hoy, reconoce César, cuando la ofensiva contra sus tierras se recrudece ”es difícil mantenerte firme”, pues “vas al campo, ves las máquinas y dices ¿qué hago yo frente a ellas? Pero hay que hacerlo, sobre todo contra la maquinaria que está detrás de todo: el sistema y las empresas”.

Enfrentamos, dice el menor de la familia del Valle, “una lucha desigual pero honrosa. Ellos tienen maquinaria, armas, vehículos, pero nosotros tenemos nuestra razón”.

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