PRECURSORES DE LA LIBERACIÓN AYMARA ¡JALLALLA TÚPAC KATARI! ¡JALLALLA BARTOLINA SISA! — ojarasca Ojarasca
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PRECURSORES DE LA LIBERACIÓN AYMARA ¡JALLALLA TÚPAC KATARI! ¡JALLALLA BARTOLINA SISA!

Javier Bustillos Zamorano

Para los indios andinos, nuestro pasado y ancestros son tan importantes que no damos paso hacia el futuro sin voltear a verlos primero. De ellos obtenemos no sólo la fuerza para preservar nuestra identidad, sino el ejemplo para enfrentar este tiempo de despojos y violencia. Por eso, pido permiso para recontarles la historia de dos de nuestros máximos héroes aymaras, que este noviembre serán recordados en Bolivia con el honor que merecen: Túpac Katari y Bartolina Sisa.

La catástrofe humana que provocó la invasión de la horda española durante eso que llaman Conquista, tuvo efectos de exterminio y esclavitud en lo que en ese entonces era el Alto Perú, hoy Bolivia. Los indios eran tratados como animales de carga y sometidos a tal sevicia que hasta los caballos tenían mejor alimentación y descanso. “Bestias sin dios y sin alma” según los curas, eran obligados a trabajar sin paga en las minas, el campo y hasta en las casas de soldados y sacerdotes, con horarios sólo marcados por el sol y la luna.

Reducidos a nada y evangelizados a sangre y fuego, los indios también debían sentirse halagados de que sus mujeres e hijas fueran violadas por los amos extranjeros que alegaban el llamado derecho de pernada. Cientos de miles fueron masacrados por oponerse e intentar rebelarse.

Estos fueron los tiempos en que Túpac Katari y Bartolina Sisa nacieron, 1750. Katari en un sitio llamado Sica Sica y bautizado con el nombre católico de Julián Apaza Nina, y Bartolina Sisa Vargas en la provincia Loayza, dentro del territorio de la actual ciudad de La Paz.

La historia cuenta que Julián quedó huérfano a los siete años de edad junto a sus otros dos hermanos, Gregoria y Martín, por una temprana muerte de sus padres. Sin más familia, fue tomado por un sacerdote que lo puso a trabajar como su sirviente. De alguna forma eso lo salvó de correr la suerte de otros niños que de inmediato eran enviados a servir en las minas del Cerro Rico de Potosí, donde gracias a estos esclavos, los españoles extrajeron tanta plata que, según cálculos de la época, podía construirse un puente de este metal hasta la ciudad de Sevilla, España. Tanta, que con bloques de plata adoquinaban las calles que conducían a las iglesias que los extranjeros habían construido en esa localidad minera boliviana.

Julián tuvo la oportunidad de acceder a una educación elemental que le ayudó a ver la injusta situación de sus iguales. Joven ya, abandonó su pueblo y recorrió otros con el pretexto de la venta de hoja de coca y textiles a la que se había dedicado. En todos los sitios vio lo mismo. Los indios debían pagar, además, un tributo a la Corona española mediante los Corregidores, que eran las máximas autoridades locales. Pero no sólo eso, primero debían comprar las mercancías que estos Corregidores les vendían a la fuerza en negocios propios autorizados por un decreto de la Corona denominado “reparto forzoso de mercancías”. Espejos, pelucas, perfumes, hasta medias de seda y cristalería, so pena de castigo si no lo hacían.

Cosa similar vio Bartolina Sisa, hija de José Sisa y Josefa Vargas, también comerciantes de la hoja de coca y textiles. A los 19 años decidió recorrer por cuenta propia los pueblos donde no sólo vendía sus productos, sino que establecía relaciones con gente ligada a lo que ocurría en el lado peruano del lago Titicaca. Allá, un tal  José Gabriel Condorcanqui, más conocido como “Túpac Amaru”, estaba soliviantando a su gente para una insurrección indígena en Perú.

Estos afanes fueron los que lograron juntar a Julián y a Bartolina. Ambos eran admiradores del indígena peruano; ambos habían hablado con  integrantes de sus huestes y los dos habían decidido hacer lo mismo del lado boliviano del lago Titicaca.

Su matrimonio y los cuatro hijos que procrearon no fueron impedimento para sus  deseos subversivos. Primero, intentaron cambiar las cosas a través de reclamos ante una y otra autoridad. Pidieron reducir los tributos, que ya no se obligara a los indios a trabajar en las minas y la reconstrucción de la sociedad de ayllus (comunidades). Todo les fue negado y empezaron a perseguirlos. Era ya 1780.

En Perú, Túpac Amaru ya había iniciado la revuelta indígena y estaban en plena batalla. Julián y Bartolina decidieron hacer lo mismo del lado boliviano y convocaron a los cientos de indios a los que ya habían contactado durante sus viajes como comerciantes; pronto fueron miles, armados de palos, piedras y q’urawas, hondas con que lanzaban pequeñas piedras con singular puntería. Ejercieron todas las estrategias de ataque que conocían: “la pulga”, que consistía en ataques y huidas relampagueantes, o emboscadas, inundaciones de localidades completas, bloqueos de caminos y, finalmente, los cercos.

La representación española, además de los curas y otras autoridades, estaban concentradas en lo que hoy es la ciudad de La Paz, en las faldas de varios cerros que la rodean y la convierten en una especie de olla sin más acceso que por caminos que bajan de esos cerros. Al mando de 40 mil indios, Julián Apaza, que ya para ese entonces había decidido llamarse Túpac Katari, en homenaje a Túpac Amaru y a Tomás Katari, otro líder indígena rebelde, estableció un cerco tapando las entradas del norte de la ciudad, mientras en el sur hacían lo mismo otros miles de aymaras comandados por Bartolina.

Enterados de que una mujer estaba al mando de una porción de los rebeldes, los militares españoles decidieron lanzarse contra ella. Bartolina y sus huestes los derrotaron. Reforzados por tropas convocadas de urgencia intentaron con Katari y fueron rechazados.

El primer cerco duró cuatro meses, con decenas de bajas del lado indio, por lo que hubo una breve retirada. El segundo cerco duró dos meses y medio, los españoles y habitantes de la ciudad morían de hambre y de sed. Paralelamente, Katari había planeado inundar la ciudad desviando las aguas del río Choqueyapu, de gran caudal en la zona, pero la temprana ruptura del dique hizo fracasar el intento. Las fuerzas españolas que habían sido reforzadas con ejércitos enviados desde distintos sitios, lograron romper el cerco y provocaron la desbandada indígena. Aprovechando el desconcierto, propagaron la falsedad de que la guerra estaba ganada y ofrecieron indulto a los indígenas que entregaran a los líderes de la subversión. Bartolina y Katari fueron traicionados, primero ella y luego él.

Katari fue torturado y amarrado a cuatro caballos que a una orden salieron disparados en distintas direcciones; sus brazos y piernas acabaron en cuatro pueblos diferentes y su cabeza colocada en una picota en lo alto de un cerro “para escarmiento de los indios” el 14 de noviembre de 1781. Bartolina fue rapada, violada y paseada desnuda en un burro, antes de ser atada a la cola de un caballo y arrastrada hasta morir el 5 de septiembre de 1782.

Antes de ser descuartizado Túpac Katari, que en aymara significa serpiente resplandeciente o serpiente de sol, gritó la célebre frase: “Naya saparukiw jiwyapxitaxa nayxarusti, waranqa, waranqanakaw tukutaw kut’anipxani... Solamente a mí me matan… Volveré y seré millones”. Actualmente Bolivia tiene una población de casi 11 millones de habitantes, 64 por ciento indígenas. Esos son los millones de los que habló Katari. Y estamos de vuelta.

 

|   (*) Jallalla es una palabra que los aymaras gritamos en marchas, festejos, ritos, enojos o alegrías. Con ella expresamos esperanzas, agradecimientos y la decisión de restablecer el ancestral
orden andino.

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