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DANZA NOCTURNA (PASAJES DE UNA NOVELA OTOMÍ)

Isaac Díaz Sánchez

Nace el niño Th’ony (Trueno) en medio del pueblo otomí, que al paso de los tiempos va transformándose. Th’ony es guiado por sus abuelos y los ancianos de la comunidad como Gran Guerrero Otomí y más tarde como Sacerdote. Desde su infancia le van enseñando a entablar un diálogo con la Naturaleza; la entiende y va entendiendo a su pueblo.

[...] Algunos jóvenes van perdiendo su identidad por el sometimiento cultural. Ante esta realidad Th’ony es preparado para enfrentar en unidad con su pueblo los retos de la Vida. Sus abuelos y los abuelos de su pueblo le van dando poco a poco las herramientas físicas e intelectuales para fortalecer su espíritu y ser un verdadero ser espiritual, ya que hasta entonces podrá su abuelo Th’axthe enseñarle el más alto conocimiento de la Nación Otomí: la Danza Nocturna. Con este conocimiento Th’ony ya no será Pequeño Padre; después de esa Ceremonia nocturna será Gran Padre, pero antes de llegar a serlo tendrá que pasar muchos retos. En esta gran empresa llora, sufre, pero con todo y estos acontecimientos en su persona camina y hace camino, para eso lo prepararon sus abuelos desde la infancia. Conocedores y gobernantes de otros pueblos, sus abuelos saben que es vital la unidad de los pueblos para vivir en armonía.

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Los abuelos y abuelas danzan, entonan cantos guerreros, sus rostros parecen perdidos, están en otra dimensión; el Pueblo Otomí es acompañado por los sacerdotes enviados por el pueblo Wixárika (huichol). Ellos ofrecen Tabaco y Peyote a los presentes; caminan en círculo y se detienen frente a un sacerdote del Pueblo Otomí; uno de ellos pide al Creador de la vida que el Pueblo Otomí sea bañado con la esencia del Universo; después, dice estas palabras:

–Hermanas y hermanos del gran Pueblo Otomí, en nombre del pueblo Wixárika les ofrezco este sagrado Peyote, pues es el alma de nuestra nación; cuando brotó de la sagrada Tierra, el Viento lo acompañó susurrándole cantos al oído de esta manera: “Ustedes son la fulguración del alma de este sagrado mundo; son la sangre que llora enternecida por el ser humano, por cada alma de esta Madre Tierra”.

Las palabras se disolvían bajo la mirada de las estrellas, la palpitación del Universo seguía conmoviendo al Viento; los partícipes de la Ceremonia de iniciación danzan entre el Humo del sahumerio: parecen elevarse. Nuevamente en sus rezos piden al Padre Trueno reciba las ofrendas de fruta, pan, carne y la vida del niño, quien llevará su nombre.

Después la comunidad canta:

 

Este niño es sangre

de tus huesos,

cuando llegó

floreció la Tierra,

reverdecieron las milpas,

las montañas enternecidas

dijeron entre los susurros del Viento:

 

Tanto es la vida

al desparramar la vida,

éste tu niño es la sinfonía

de tus entrañas.

Cuando terminan de ofrendar el sagrado alimento, hacen un agujero a un lado del Fuego, echan ahí todo lo ofrendado. Posteriormente sobre él rocían la ceniza y los pétalos de las flores; en seguida las cubren con Tierra.

Antes de salir los ancianos con el niño, se despiden de la montaña:

–Ya nos vamos, Madre Montaña, Madre Tierra, les dejamos estas sagradas ofrendas, para que no se pierda nuestra tradición, ayuden y fortalezcan a nuestro niño por su camino.

Salen. Todas las personas que se encuentran fuera de la Cueva los acogen con danzas y rezos que realizan alrededor de una gran hoguera. El Cielo calla, sus luces quedan inmóviles. En la Tierra algunas hormigas se arrastran con sus murmullos, las gentes enmudecen ante la expresión del Cielo, miran al niño y sus acompañantes, entonces poco a poco aumentan los murmullos de alegría. En el Cielo se extienden más las manchas plateadas. Alrededor del lugar donde se realiza la fiesta, los  jóvenes están mirando el Cielo con una vida que para otros pareciera extraña; lo miran con suavidad y cariño. El cielo, en su calma, es impresionante, el pueblo siente su hálito fresco. Las montañas se regocijan después de haber sentido la caricia de las sombras; en esta Noche, dentro de este lugar, se oculta una gran fuerza concentrada. En el Cielo azul las estrellas con alegría han escrito algo solemne, que encanta el alma, que aclara la mente, pues ya recibió una revelación dulce.

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Antes de llegar al pueblo Wixárika para la Ceremonia del Peyote, pasa a Zacualpan, comunidad otomí del municipio de Comala. Siete meses pasa ahí, aprendiendo de los ancianos de ese lugar; intercambian conocimiento medicinal y religioso. La maleza rodea las montañas y cobija a sus pueblos, llenos de colorido; más allá se ve el majestuoso Volcán de Fuego. Los árboles miran su derredor cual recios guerreros.

En marzo celebran la Ceremonia del gozpy. En mayo los envuelve el júbilo florido, viven entre cantos y danzas por la Fiesta del Año nuevo Otomí; con esmero el pueblo es adornado con las distintas flores, día a día es deleitado por el vuelo de las mariposas, sus calles y veredas inflaman el espíritu con su aliento fragante; la comunidad escucha la palabra del Pequeño Padre y de los abuelos:

–Aquí hemos resistido; hace tiempo nuestros abuelos eran arrestados bajo cargos graves, en sus arrestos eran torturados y despojados de sus tierras con engaños, les hacían firmar documentos por el préstamo de unos cuantos centavos, pero como no sabían leer e imponían leyes que ellos beneficiaban les cobraban cientos: hoy en día lo siguen haciendo, de este modo les quitan casas y milpas.

–Nuestros jóvenes han perdido su identidad; mucha culpa tuvieron los maestros de escuelas y los sacerdotes católicos, ellos exigían que ya no recordáramos más nuestra cultura y lengua, satanizaban nuestra religiosidad. Hubo un tiempo en que realizábamos nuestras ceremonias a escondidas, pero hoy aquí estamos, con el Pequeño Padre.

Él los reconforta:

–He escuchado los gemidos de su alma y he venido para que juntos nos reconfortemos. Abran su alma para que el Creador los inflame de luz, fortaleza y sabiduría; juntos caminaremos en la senda de la resistencia y de la dignidad.

Invadido por la emoción, mira el Volcán de fuego; él los mira con dignidad. Entonces el Sacerdote le dice:

–Me han llenado de sabiduría y me han traído a este lugar de esperanza. ¡Qué belleza cubre tu pueblo! Rodeado de tus montañas, permitiéndonos ver el mundo adornado de flores fragantes.

El Volcán responde:

–Sigue adelante, no te detengas, caminar siempre adelante es caminar hacia la perfección, no temas la vida.

En agosto disfrutan parte de la Canícula; la comunidad se regocija ante las ceremonias de la Bendición de la Milpa y la Ceremonia de los elotes. Con su amada, disfruta del Aire primaveral y fragante de ese pueblo; admiran las nubes blancas que caminan en el horizonte como hermosas palomas.

Juntos se contagian de una alegría y olvidan sus tristezas. Cuando llega el día de su partida, para visitar a las otras comunidades, el pueblo es convocado para despedir a su distinguido visitante; le prepara una gran fiesta: en la noche la comunidad sale al centro del pueblo, comparten distintas comidas en platos de barro, el pueblo saluda al Sacerdote Otomí y al mismo tiempo se despide de él; una viva emoción lo invade; ya de madrugada se retira a descansar. Al día siguiente se levanta, está acompañado de su amada y de los abuelos principales del lugar, les da las gracias por permitirle vivir con ellos en total alegría, el pueblo le pide llegar con bien a su destino.

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Asoma el sol sobre las montañas lejanas; Th’ony, ya Gran Padre, y sus acompañantes, bajan del sagrado Monte, conciliando su alma. Es más humano, más exigente consigo mismo, ya sabe cómo conciliar sus ideales con la realidad.

Los días siguientes pasa su vida en soledad; vibra ante el canto de los ríos, escucha la sangre que pasa bajo la Tierra, de ella nacen los árboles tiernos y la hierba verde, sonríen con las flores.

Th’ony entiende que de sus raíces nace su historia y ahí escucha la voz de sus muertos. Ya no están perdidos; en su cultura revelan su origen; forjan desde su realidad de pueblo su semilla, ven que su esencia no viene de afuera. Nace en la conciencia de su propia identidad, de su raíz.

La palabra de sus ancestros le hace descansar el alma, vive en su proporcionada semejanza de guía, de padre... Goza su sabiduría y en el sufrimiento adquiere conciencia. Su espíritu crece y ronda la Tierra cubierto de Fuego; ya no sólo es un hombre, es un Mhokh’a (sacerdote) O’hth’ony (Otomí, los que provienen del Trueno) g

| Isaac Díaz Sánchez, narrador, poeta y sacerdote otomí del Estado de México, es autor de Rematando el vuelo, Cantos y rezos otomíes al maíz, Trascender, Palabras al viento, y la novela Danza nocturna (Biblioteca de los Pueblos Indígenas, Cedipiem, Toluca, 2015), trepidante viaje de iniciación del cual proceden estos pasajes. Díaz Sánchez ha publicado anteriormente en Ojarasca.

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