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NUEVOS RUMBOS DE EMIGRACIÓN OTOMÍ / 236

Alfredo Zepeda González
  • Destinos y jornales inusuales dejan huella en las sierras norte y oriental de Veracruz

 

Feliciano tomó su celular, sentado en la cama del cuarto, en el departamento de la calle Warren, en Queens.

–Sí. Mi hermano ya llegó a Reynosa. ¿Tú donde estás? Sí bueno, no importa donde andas, pero a dónde te mando los mil quinientos. OK. Mañana temprano. Estoy pendiente. En cuanto pase la presa o el río me hablas.

–¿Quién era, Feliciano?

–Pues, le dicen el Che.

–¿Es un coyote?

–No. Es un mafia.

–Pero, cómo que le hablas con confianza…

–Bueno, es el que me pasó y también a Daniel. Ahora quiero que pase a mi hermano Eric.

–A cómo anda la pasada.

–Ahora en el 2016 ya subió a ocho mil dólares. Dicen que hay que pagarle a varios. Dos mil dólares al llegar a Reynosa, otros 2 mil pasando McAllen. Otros 2 mil o 2 mil 500 en Houston y otros dos mil del viaje a Nueva York.

 

En el 2006 se calentó la frontera. El gobierno de Bush anunció la construcción de mil kilómetros de muro. Eso no parecía tan temible, después de que el muro de lámina de acero en Tijuana había cubierto ya un tramo. La frontera son tres mil kilómetros. Pero los helicópteros mosquito empezaron a balancearse entre la línea en Sásabe y el crucero de Arivaca a cuarenta millas hacia Tucson. Las torres con cámaras de video, con infrarrojos para la noche ya era conocidas, pero las duplicaron en número.

Para el 2007 ya estaban instaladas las cárceles para migrantes. Centros de detención les llaman. Hay algunos pequeños en la orilla de Tucson, pero otros como enormes latas rectangulares color plata en el desierto, al sur de Phoenix, en Florence y en Eloy. Hasta ese momento era el mayor instrumento de disuasión. Toño López de Benito Juárez, con cuatro compañeros, quedó preso tres meses, pero luego lo fueron a soltar más allá de Ciudad Juárez. A su primo Santiago lo mandaron a San Luis Río Colorado. A cada uno por su lado. Para que les cueste más trabajo. De junio a septiembre se instauró un programa para deportarlos por avión. Primero a Dallas y luego a Ciudad de México. Tomar las huellas de los diez dedos, para entrar en la red nacional de datos en las computadoras. La foto del iris del ojo. El cruce de información con los sistemas de inteligencia penal guarda hasta la memoria del pleito callejero en la calle 21 de Astoria, cuando los morenos golpearon a Martín Reyes y le quitaron el sueldo del carwash.

Todavía Bush hijo contrató a la transnacional Boeing para que completara la tecnificación de la frontera con aviones drones y minas sensoras en todo el desierto de Arizona.

Barack Obama entró al relevo prometiendo reforma migratoria. El cambio consistió en más leyes restrictivas en Arizona, Alabama y Georgia. Lo inconcebible en años anteriores sucedió. Todas las policías y la propia guardia nacional se convirtieron en migra con facultad para detener a cualquier persona con rostro latino en la franja de las 400 millas al sur. Las deportaciones aumentaron exponencialmente y continúan en cifras record hasta la fecha.

 

Para 2011 la franja de Arizona estaba cerrada. Pero lo definitivo no fue la tecnología de guerra importada de la experiencia de Irak y Afganistán y la multiplicación de las patrullas fronterizas del ICE. El Chapo Guzmán había ganado la guerra al cártel de Juárez. En secuencia, empezó a controlar todo el paso de la droga desde esa ciudad hasta Mexicali, en Agua Prieta, Nogales, Sonoíta y San Luis Río Colorado. Y como parte de la operación, el control del paso de los inmigrantes. En cada colina un guardia narco con su celular y sus catalejos. Les llaman “los puntos”.

En la ladrillera y la sierrita, entre Altar y Sásabe se amontonaban las gentes venidas de todos lados. Por primera vez, Venancio Guzmán con otros tres de Tzicatlán se animaron a intentar el paso. Allí se atoraron tres semanas con hambre, sed y atmósfera de miedo. Pagaron la cuota a la mafia. Pero ni así. El pollero desapareció y ellos regresaron asustados y decididos a no volver.

Ese escenario marcó el fin de la era de los coyotes tradicionales, con sus contactos en Texcatepec y Tenango de Doria, con los guías del desierto y sus levantones organizados para llegar a la meta de Phoenix, la capital de los coyotes, a casas establecidas con ropa limpia y comida suficiente a la espera del envío por Western Unión de la cuota comercial de dos mil dólares.

Era un sistema comercial, incorporado al sector servicios de la economía. El coyote te soltaba al recibir el pago y ordenaba el viaje a Nueva York en las camionetas Van o en Greyhound por rutas no vigiladas. El soborno a los migras era estable y convenido. Nada de violencia. Incluso los minuteman estaban monitoreados para evitar incidentes de balazos.

Dicen que al coyote Martín Orozco lo mataron en el hotel Paraíso de San Luis Río Colorado. Otros dicen que vive tranquilo en Sahuayo, Michoacán, su tierra, retirado del oficio. Y que el Gabino se quiso reclutar en el nuevo sistema de la mafia, pero luego salió huyendo para no morir en el reajuste.

La organización del paso por Arizona se desbarató, se volvió incierta. Proliferaron las historias de gente perdida en las veredas del desierto y en los ranchos de los tohono-odame. Phoenix dejó de ser el eje de la distribución de mojados.

El comedor de Nogales, de Iniciativa Kino, dejó de repartir alimentos ante las emergencias de los que intentaban pasar, para convertirse en receptor de deportados, setenta diarios, al igual que los albergues de los escalabrinianos en Juárez y Tijuana. El padre jesuita Pete Nealy dice con humor, “yo vivo gracias al Chapo; él ha ordenado que no me maten”. Lo mismo afirma el párroco de Altar, el padre Prisciliano, que se hace tiras para atender a los inmigrantes desfalcados.

 

Del 2012 al 2014 son años sordos de la frontera tapada. Casi nadie pasa. Finalmente se filtra la información de la nueva ruta. La de Tamaulipas, McAllen, Houston, Nueva York. El precio anda en los ocho mil dólares en total más una dosis improbable de buena suerte. El pago de 2 mil dólares, previo al paso por el río Bravo en bote de hule o en lancha rápida por la presa Miguel Alemán, es inevitable.

Los que quedan allá alargan su estancia a diez, quince años, cuando antes iban y venían cada tres, sin conocer la migra. Son setenta de Tzicatlán (Tudí), ciento cincuenta de Ayotuxtla (N’kinhuá), cuarenta de La Florida (Dení), catorce de Benito Juárez (Tehe), doce de Casa Redonda (The Dangú), treinta de la cabecera de Texca (N’hiete) otros tantos de Pie de la Cuesta (Den Guaní) y así de cada comunidad de Tlachichilco y Zontecomatlán Mexcatl y Masapijní, más los otomíes de Limontitla y Tenamicoya.

El Flako Herminio González Sánchez de Ayotuxtla, publicitó su compromiso en el Facebook con la Vicky, náhuatl de la Soledad, como quien toca el agua fría de la alberca antes de tirarse el clavado, y regresó en septiembre de este año, después de 15 por los restaurantes indianos de Queens y Chicope, Massachusetts. La boda será el dos de enero.

Un núcleo de otomíes náhuatl y tepehuas queda en los campos de Bridgeton, al sur de New Jersey. Ocho mujeres de Tzicatlán empacan naranjas y pican paquetes de melón y sandía para cocteles de restaurant. Este grupo de empacadoras otomíes es notable porque mujeres otomíes de Texcatepec al norte no van, excepto las excepciones que confirman la regla.

Y es que antes del 2007 pasaban casi todos. Ahora sólo el diez por ciento lo intenta, sin la certeza de pasar y al precio de quedar hipotecados con tres o cinco mil dólares.

Otra consecuencia: solamente pueden intentar los que tienen acceso a semejante crédito de siete y ocho mil dólares. Los indígenas más pobres ya descartaron de su pensamiento ensayar la “pesadilla americana”.

Pero el abandono de los gobiernos presiona la salida de la gente. No ajusta para pagar los uniformes de la escuela. La escolaridad, que no la educación, presiona a escalar por la secundaria y la prepa hasta la universidad patito de doble oferta: asegurar un título por mil pesos de colegiatura y treinta mil de titulación y garantizar la certeza de no aprender nada. La salud, a cien kilómetros de la clínica, no puede ser gratuita. Los hospitales más cercanos están en Pachuca y México.

Ya la brecha hacia Monterrey había sido abierta por las mujeres de El Naranjal y luego las de Tzicatlán para el trabajo en casa. Porque mujeres en Nueva York no, excepto las mestizas de Atixtaca, Tenantitlán, Miguel Lerdo y Huayacocotla. En Monterrey ellas ganan más en el trabajo en casa que los hombres en el lavado de carros y en la fábrica de dulces. Monterrey se convirtió en el principal destino de trabajo cuasi permanente, con posibilidad de vacaciones en la comunidad, al menos para Todosantos o Carnaval.

Monterrey es la señal macro de que el norte se cerró.

 

Los enganchadores para el trabajo de corte de tomate en Sinaloa olfatearon el trance del cierre de la frontera y enseguida treparon a la sierra a buscar gente. Ciento veinte pesos diarios, más comida. A falta de más alternativas la gente empezó a irse en mal trato y peor transporte a los campos tomateros cerca de Culiacán. Cuarenta horas de viaje. Pero allá todo el terreno está dominado por el narco. Si te sales de las cercas de alambre que rodean los invernaderos no tienes seguridad de regresar vivo. Así nos desaparecieron a Crisóstomo de Debopó y a Onofre de Boxizá, asesinado a media carretera. Lo rescatamos meses después de la morgue de la fiscalía.

Para evitar que siguiera la tragedia nos asociamos con el grupo CIERTO, organizador de contratos seguros, pero hasta el Vizcaíno en el límite norte de Baja California Sur. Allí compra todos los tomates COSTCO. Con ellos negocia CIERTO, transporte seguro y decente, con alimentos en el trayecto. El pago diario, 170 pesos, más horas extra, pero sin comida. Unos cincuenta se van, pero regresan a los tres meses, de seis que es el contrato. Piden 200 pero con comida. CIERTO está negociando 300 pesos.

Ahora también se refuerza la corriente que habían abierto desde hace veinte años a Guadalajara los náhuatl de Santa Cruz en Xaltocan, entre Huejutla y San Felipe Orizatlán.

Pachuca y Tulancingo han sido siempre referencia para los de la parte alta de la sierra y para los de San Bartolo Tutotepec. Allí tienen su bastión los albañiles de La Florida de la Mirra y de Ilamatlán. Allá se van los músicos de Conquextla y Olonteco con sus bandas de viento. En estas ciudades resuenan los huapangos y sones brincados de Chicamole y San Jerónimo de Tutotepec. El barrio de los Arbolitos en Pachuca está marcado por la presencia otomí de la sierra. Ahora aumenta la presencia sobre la base de los que ya estaban.

Obviamente México (Mbondó, ja ra made tsaná) siempre ha sido polo de trabajo para los peones de albañil en todo tiempo. En Chalco, colonia Culturas Mexicanas hay un núcleo  otomí de El Pericón (Micua) que ahora resultó pista de aterrizaje para Honorio Bonilla, llegado de Nueva York hace dos años, también con pareja asegurada.

Y es que los ahorros del norte, probadamente, sólo dan para construir casa, de cinco a diez cuartos. Las tres señales de prestigio son: comunicarse con la familia, mandar remesa y construir casa, pruebas de que el mojado se acuerda de su pueblo, trabaja y aprovecha los dólares. La construcción de casas con dinero de Nueva York ha convertido a los peones en albañiles y a éstos en maestros de obra. El dinero líquido se acaba a lo más en dos años. Las inversiones en camioneta para fletes o en tiendita de conveniencia se desvanecen en estas economías ahogadas. Simón Alonso compró su buena camioneta pickup al llegar del Bronx hace un año y la usa para subir gente desde su comunidad Chila Enríquez (Boxizá) a la plaza de Texca los sábados. Pero ya se fue en este verano a Santiaguito Tolman, junto a Teotihuacán, al corte de tuna.

Santiago Tolman es polo de salida temporal desde hace más de treinta años. Pero en los últimos cinco está acaparado por los otomíes de la sierra, como primera opción de trabajo temporal. Suplió el corte de café de Jicotepec de Juárez, tan antiguo. Casi todos los jóvenes de Chila se van en junio, después de sembrar. Regresan a limpiar la milpa y a ver a la familia antes del 25 de julio, fiesta del Señor Santiago. Continúan en la capital de las nopaleras hasta la fiesta de los elotes al fin de septiembre, para cosechar maíz nuevo en octubre y tenerlo listo para los tamales de Todosantos (N’go du) el primero de noviembre. Los hermanos Álvaro y Armando Aguilar están acostumbrados a recibir en los bajos de casa a una buena banda de Pie de la Cuesta. Saben que el pago ha de ser atractivo para que la tuna no se quede en los nopales. Doscientos cincuenta diarios y comida elaborada por las esposas. Empiezan a las seis de la mañana con la salida al campo, regresan a la una. A las cinco de la tarde está cargado el camión con las tunas limpias para salir a media noche al mercado de abastos de Ciudad de México.

Hace tres años se añadió Zacualtipán. A hora y media de Huayacocotla, enclave de fabricación y maquila de ropa. Ensayaron también primero las mujeres de Amaxac (Xoñú). Allí se juntan las otomíes de Texcatepec con las náhuatl de Ilamatlán. Salarios apenas arriba de los cien pesos.

La emigración seguirá mientras sigan los abandonos y la depredación de la economía de la sierra. El gobernador saliente Javier Duarte de Ochoa pidió licencia al calor de decenas de denuncias contra él y sus allegados por desfalco de 4 mil millones de pesos, equivalentes a cien años del presupuesto de Texcatepec otomí. Hace poco le dictaron orden de aprehensión sin derecho a fuero. Se une a la del ex gobernador de Sonora, más los que se acumulen en el resto del año.

Los indígenas de la sierra andan entre salir a donde pueden y combinar el trabajo afuera con la vida campesina. La milpa y el potrero, la comunidad y la cultura común siguen siendo alternativa de vivir bien, con alimento y salud y trabajo comunitario de mano vuelta. El reto a pesar de todo es demostrar que la montaña y el buen vivir tienen futuro en medio de exilios temporales y resistencias sin fin.

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