EL TURISMO EN LOS PUEBLOS INDÍGENAS — ojarasca Ojarasca
Usted está aquí: Inicio / Artículo / EL TURISMO EN LOS PUEBLOS INDÍGENAS

EL TURISMO EN LOS PUEBLOS INDÍGENAS

Javier Castellanos

La gran presencia de indígenas en la ciudad de México, provenientes de los demás estados de la República, data de los años 60. En ese tiempo, después de varios años de trabajar en esa ciudad, regresó al pueblo una paisana quien venía a ver a su madre que vivía sola, ya que hacía tiempo que había fallecido su esposo. Quién sabe cómo habrá sido, la cuestión es que venía con ella otra señora que no era indígena, y supimos que era la mujer de un paisano que también estaba trabajando allá, posiblemente éste le habló bonito de nuestro pueblo y la señora se animó a venir a conocerlo, acompañada por un hermano, como decimos por acá, un solterón ya grande. Como se espera, la paisana llegó a casa de su mamá, mientras que la señora forastera no pudo llegar a la casa de sus suegros, por un lado porque éstos ya eran viejitos, y por otro, ellos vivían en el rancho, por lo que no les quedó más que vivir en la casa de su amiga durante el tiempo que estuvieron aquí. Como siempre pasa después de estar fuera por algún tiempo, poco a poco se va uno incorporando a las actividades de la casa, y así las dos mujeres empezaron a participar en lo que se necesitaba. En cambio el hombre joven que venía con ellas no encontraba nada qué hacer, pues desconocía los trabajos que se necesitan en este pueblo, y lo único que hacía era vagar por sus caminos, como lo que realmente era estando acá: alguien que no tenía qué hacer.

Andando en ésas encontró una de las casas en donde se venden cosas que no existían en el pueblo y lo que no podía faltar, licor, y empezó a ser un asiduo asistente. Una de esas tardes llegamos a esa casa con unos amigos buscando lo mismo; allí estaba el fuereño platicando con un paisano, quien también ya había hecho de ese lugar casi su morada. Allí siempre estaba esperando que llegara alguien para que le comprara aunque sea una copa; en esa ocasión nuestro paisano ya estaba con una copa en la mano y platicando con gran alegría con el visitante; éste, al vernos y comprender nuestra intención, inmediatamente nos invitó del licor que estaban tomando; aceptamos y después de darle las gracias, nos sentamos a escuchar su plática; nuestro paisano borracho era muy platicador y además hablaba sin miedo el castellano, por lo que con un dejo de incredulidad, con asombro refutaba diciendo que solamente él como borracho no tenía compromisos, pero que no creía que alguien en su sano juicio no tuviera nada qué hacer. Decía esto porque el fuereño explicaba que ésa era la razón de su presencia en el pueblo, y que por eso se había animado a venir a conocer el pueblo de su cuñado. Todos secundábamos al paisano en su parecer y mostrábamos nuestro asombro por esa disposición; viendo el forastero nuestra actitud, buscó una palabra que resumiera su situación, y después de callar por un momento, de pronto dijo:

–Digamos que ando de turista.

Entonces a esa palabra nadie la conocía, por lo que causó mucha hilaridad la manera en que nuestro paisano trataba de decirla sin lograrlo, pero seguimos compartiendo con nuestro visitante, que generosamente seguía invitándonos; nosotros allí seguíamos hasta que se dispuso a retirarse, después de asombrarnos con lo mucho que tuvo que pagar, pero aún así sacó otro billete que le ofreció a la dueña de la casa. No acostumbrada a recibir dinero regalado, asombrada se negaba a recibirlo, pero él insistió diciendo que era la propina, palabra también desconocida hasta esa época para todos los que ahí estábamos. Después de mucha insistencia la señora acabó recibiendo el billete, y entonces nuestro visitante se dispuso a retirarse, llevándose nuestra admiración y nuestros agradecimientos. Cuando se hubo ido, doña Mencia, que era la dueña de esa tienda, dijo unas palabras en zapoteco, que hasta hoy siguen siendo como un dicho en el pueblo:

–Gana poro bene kin 1.

Mientras que Alejo, que así se llamaba nuestro viejo paisano de aquella tarde, como bromeando la secundó:

–Shyashjedxo dorista 2.

Lo que entonces sólo pareció como una broma, han pasado 50 años, hoy hay quienes se dedican a buscar turistas que visiten nuestros pueblos, lo que significa que ellos también tuvieron esta experiencia, pero lo tomaron muy en serio y se han propuesto lograr que gente de fuera deje dinero en la comunidad. ¿Será que es correcto hacer esto? ¿No es ir demasiado lejos, con tal de tener dinero? En aquella ocasión, creo que todos los que estábamos allí teníamos claro que no era muy correcto lo que estábamos haciendo: hacer que una persona gaste su dinero para provecho de otro, pero teníamos la disculpa de que estábamos bajo los influjos del licor, por eso exagerábamos la información que le dábamos a nuestro turista. Es cierto que en ocasiones nos vemos en la necesidad de vender algún producto o hacer un trabajo en específico y recurrimos al anuncio público para llamar a posibles compradores, pero sabemos que antes de comprar va a probar o a mirar nuestro producto, por lo tanto tiene que ser exactamente lo que estamos ofreciendo. Creo que hay diferencias entre esto y el llamar a gente para que venga a ver lo que tenemos, lo que hacemos, cómo vivimos y de paso comprar algo de lo que tenemos. En primer lugar estamos llamando a gente extraña y nosotros lo sabemos, y con ellos se corre el peligro de que exageremos, de que ocultemos nuestra realidad con tal de vender, porque para llamar la atención de alguien, para que se anime a conocernos, tenemos que escombrar la casa, inventar mobiliario, escenografía, costumbres que no tenemos, mucho de lo que hacemos cotidianamente tenemos que dejar de hacerlo mientras dura la visita, para que se vuelva agradable y queden ganas de repetir o recomendar la visita. A todo eso se le llama engañar, pero lo más peligroso es que nosotros acabemos creyendo esos inventos.

Claro que en esto del turismo, el engaño se ha vuelto parte del espectáculo y ya no se ve como tal, se ve inofensivo, incluso loable: la famosa Guelaguetza oaxaqueña, que nació como un espectáculo que había que hacer para agradar a un funcionario para que fuera generoso económicamente con Oaxaca, y para conmoverlo se utilizaron elementos indígenas, que estilizados, depurados, dieran una imagen agradable, aunque artificial. Sin embargo, a casi cerca de 100 años de ese montaje, hoy ese espectáculo se ha vuelto un símbolo de identidad del pueblo oaxaqueño: se reproduce en cualquier lugar que haya oaxaqueños, los pueblos del estado se disputan fuertemente el privilegio de participar en este evento. En muchos pueblos ya se hacen Guelaguetzas locales, nadie cuestiona que lo que allí se presenta no corresponde a la realidad; más bien hay una fuerte inclinación a bailar, a vestir como se hacen en ese espectáculo. Digamos que esta invención trajo beneficios: al pueblo le dio un símbolo, y a los dueños del dinero invertido en la “industria del turismo”, un gran negocio.

Para bien o para mal, esta manera de conducirse ha hecho escuela. Los que hoy se dedican a esto de atraer gente para ganar dinero han llegado también a desvirtuar la realidad, como esto: “La historia de México es producto de dos mundos en colisión, de este suceso se han generado universos en expansión que invitan a ser explorados”.

Quien lo escribió, de entrada ya cambió la historia o el significado de la palabra colisión. La conquista española no fue un encuentro ni un choque, fue un abuso de poder. Pero incluso suponiendo que fue una colisión, los pueblos originaros y sus descendientes fueron los únicos perjudicados, y ahora se invita a explorar las secuelas de ese choque. Es terrible que la necesidad de dinero nos empuje a situaciones como éstas. Claramente se ve cómo hay que cambiar la historia para complacer, cómo hay que ocultar la realidad, todo por agradar al ingenuo turista.

Alguien más de éstos ha dicho: “El turismo indígena va más allá de la administración de empresas por grupos indígenas, es más que mostrar el folclor de las culturas indígenas. El turismo indígena se presenta como una manifestación heredada de los usos y costumbres tradicionales proyectando buenas prácticas en la administración de los bienes comunales, haciendo uso de sus derechos, en especial los específicos de los pueblos indígenas; es la propuesta arquitectónica de un modelo de desarrollo sustentable con responsabilidad que tiene la misión de compartirse con sus visitantes para hacerles partícipes de esa construcción que busca la conservación y permanencia de la madre naturaleza y de los grupos humanos que pertenecen a ella” (subrayado del autor).

“En el turismo rural, el turista no es un visitante-observador en un día de paseo, es una persona que forma parte activa de la comunidad durante su estancia en ella, en donde aprende a preparar alimentos habituales, crea artesanía para su uso personal, aprende lenguas ancestrales, el uso de plantas medicinales, cultiva y cosecha lo que cotidianamente consume, es actor en los eventos tradicionales de la comunidad, percibe y aprecia creencias religiosas y paganas (Sectur, 2004). Citado en ¿Etnoturismo o turismo indígena?”, por Magdalena Morales González.

Todas estas palabras hacen pensar que ha de haber mucho dinero para atreverse a decirlas: “Aspiramos a que nuestras comunidades prosperen y vivan dignamente, mejorando las condiciones de vida y de trabajo de sus miembros. El turismo puede contribuir a concretar esta aspiración en la medida en que hagamos de él una actividad socialmente solidaria, ambientalmente responsable, culturalmente enriquecedora y económicamente viable”.

Junto con esto salen frases increíbles como “planificación turística tradicional” o “turismo comunitario”.

El gobierno está detrás de estos grupos; o a la mejor fue el gobierno el que creó estos negocios en los pueblos indígenas. La Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) dice:

“De mil 800 proyectos turísticos del país, 350 son manejados totalmente por comunidades indígenas, lo que representa casi el 20%, según estimaciones de la CDI. La dependencia ha contribuido con la capacitación y la inversión inicial de dichos proyectos, y en lo que va del sexenio ha invertido 774 millones de pesos.”. (Ecoturismo indígena: una alternativa a la pobreza y a la vulnerabilidad, CNN México).

“Gana poro bene kin”, diría mi finada y querida paisana. Al enterarse de cómo va el turismo en nuestros pueblos. Quién sabe hasta dónde hay de verdad en lo que hoy se llama turismo comunitario. ¿Podríamos creer al gobierno que ha dado esas inmensas cantidades de dinero a los que realizan dicha actividad? Si fuera cierto, repartiéndolo entre los beneficiarios que menciona les tocaría de a dos millones a cada uno, y como dice: “sólo en lo que va del sexenio”. Si así han sido las cosas, pues eso es lo que ganan quienes han entrado a este tipo de actividades. Observando esto se puede entender cómo han sido los mecanismos que han hecho de nuestros pueblos sólo receptores de políticas contrarias a ellos mismos, utilizando la necesidad extrema y el deslumbramiento ante la posibilidad de ganancias fáciles.

Por otro lado, también hace esto posible el hecho de que sólo algunas personas, pueblos o naciones se han apropiado de las tierras que producen fácil y abundantemente de lo que el género humano necesita, lo cual les ha permitido tener dinero para contratar gente que trabaje para ellos y son quienes les producen sus riquezas, empezando con los obreros y los campesinos. Mas para un mayor desarrollo de estas empresas, se necesita personal que cuente con mejores habilidades para su mantenimiento y conservación. Son trabajadores mejor pagados que el campesino y el obrero los que administran las propiedades y las cuidan; le aconsejan que capaciten más trabajadores, les vendan obras de arte y cuidan de la salud. Todos estos últimos son mucho mejor pagados, que ya les queda un excedente que los induce a conocer “los universos en expansión que invitan a ser explorados”.

De esta manera se cierra el círculo: el excedente acaba regresando a los dueños originales del dinero vía hoteles, restaurantes, transportes aéreo y terrestre, ya que el grueso de dinero que gastan estos turistas se va a esos rubros. Realmente el dinero que se queda en las comunidades es insignificante, ya que es el pago por servicios muy secundarios, compras muy pequeñas, muchas veces hechas por compasión. (Hace unos 30 años, un paisano mío trabajó en una empresa de autobuses turísticos, él era encargado de barrer y limpiar los vehículos después de cada viaje, y cuando nos encontrábamos en su cuarto, nos mostraba muchas cosas que recogía de esos autobuses: ollitas de mezcal, muñecas de trapo, diferente alfarería, juguetes. Podemos creer que se le olvidan al turista, pero olvidar algo implica poco interés, por eso me atrevo a decir que se hacen compras por lástima).

De estas reflexiones y recuerdos que tengo podría yo decir que el turismo, como la prostitución, la venta de drogas, las funerarias y la política, son actividades, aunque necesarias, poco edificantes. Erradicarlas sería un logro para la humanidad. Como dice el dicho “al perro más flaco se le van las pulgas”, todos estos males es a los indígenas a quienes más afecta. Por eso deberíamos tratar de ver con mayor profundidad lo que en realidad nos deja el turismo.

Yojovi, 2016

1 Necesitamos pura gente como ésta.

2 Necesitamos turistas.

 

| Javier Castellanos, escritor y educador zapoteca, originario de Yojovi, Oaxaca. Autor de varios libros de ensayos y de novelas en lengua zapoteca de la variante xhon o de la Sierra, entre éstas, Relación de las hazañas del hijo del Relámpago, Cantares de los vientos primerizos, El corazón de los deseos y Gente del mismo corazón. Es colaborador de Ojarasca.

comentarios de blog provistos por Disqus