VESTIR AL MUNDO DE PALABRAS / 237
Qué duro vivir en un mundo duro. Este Tlalkatsajtilistle, o Ritual de los olvidados, le canta a una tierra y unas gentes traspasadas por la violencia, la brutalidad y el desprecio en lugares donde el ave de los colores voló y dejó sólo su canto sin materia ni plumaje en voz de los pueblos. ¿Cómo cantarles al ocelote y al enamorado pájaro carpintero desde una tierra asolada por perros y buitres que carcomen y se llaman Miedo, Odio, Muerte? Sin embargo, de esta poesía arriesgada y urgente se puede decir, con T. S. Eliot, que en su principio está su fin. El último verso del libro da la clave de su origen: “que el presente hable por sí solo”.
Y ni tan solo. Que para eso está la voz de la constancia, del encantamiento que aún destrozado no claudica. Al contrario: canta, publica y grita en su lengua náhuatl de la montaña. El ganoso poeta que, siguiendo al pionero guatemalteco Humberto Ak’abal, todo lo que quiere es “taparle la boca al silencio”. Y más:
Volar sobre pantanos
y fosas clandestinas
Volar más allá del ruido de las moscas de fierro
Volar sobre carreteras curvuosas y arenosas
Dirigir a miles de tortugas
Romper y burlarse del silencio
Romper los cercos
de perros-zopilotes hambrientos
Ritual de los olvidados nos habla de buenos ciudadanos carniceros rebasados por una realidad plagada de criminales. Nos guía por las vías de escape de migrantes irremediables, por la penuria y pena de mujeres descalzas y amenazadas, niños descalzos y amenazados, pajareríos vencidos en su canto múltiple por los predadores zopilotes y zanates.
Cuánto importa la belleza en un mundo donde los hombres se han vuelto las peores bestias. Donde se encarcela y humilla a la guerrera jaguar de Olinalá (pueblo de las cajitas olorosas y también, desde ya, de Nestora Salgado, la comandanta). Montañas donde cuarenta y tres, cuarenta y tres, cuarenta y tres pegan un grito desgraciadamente histórico con el nombre de “Ayotzinapa” (no mencionado aquí en explícito). El poeta transmite en directo el infierno de vivir en Chilapa, Guerrero, donde la vida no sólo no vale nada sino que uno sale debiendo:
Nosotros los nacidos al pie del Teskitsiny
a las orillas de Chilapa,
caminamos por donde nos acosa
un perro que carcome llamado Miedo.
El ritual es contra el olvido de todo lo bueno, la vida, la lengua, el trabajo honrado enlazado a la tierra firme que es la misma de los abuelos y habrá de ser la de nietos y bisnietos.
Pero luego de tanto siglos de conquista, colonización, marginación, persecución y desprecio, los pueblos originarios de Guerrero y México sufren hoy violencias y peligros nunca vistos desde la cruel invasión europea. Desde montañas, selvas y desiertos del país que no se han perdido pese a todo, los nuevos adultos de los pueblos, como Martín Tonalmeyotl, le buscan sentido a un mundo que parece haberlo perdido por completo:
Mi gente quiso ser ave un día
por el simple placer de volar sobre las nubes
pero tardaron en decidir
y llegaron los buitres y con sus filosos picos,
lastimaron al viento y le cortaron la cabeza.
Hoy por hoy,
el día y la noche secuestrados están
por esos sucios y violentos pajarracos.
Esta poesía, aun en su urgencia, expresa un amor sin vencimiento por la lengua propia, originaria, madre, la que da nombre a las cosas, los seres y la Tierra, la que designaba las hebras del corazón y la embriaguez iluminada de los sentidos y sirve hoy para contar a los muertos y los desaparecidos.
Cabría generalizar diciendo que toda la nueva poesía en lenguas mexicanas originarias nace del amor al idioma propio y lucha por alargar su existencia hablada y escrita. Pero, una vez más, Martín Tonalmeyotl nos habla desde un lugar donde (como temiera Bertolt Brecht después de Auschwitz) la poesía parece imposible:
Cuentan que a mi lengua náhuatl
le han cortado la cabeza,
amarrado los pies y vendado los ojos.
Yo, un hombre de Atzacoaloya,
mostraré lo contrario.
Ella tiene cabeza,
goza de pies ligeros
y una vista inalcanzable.
Estoy seguro que camina,
que posee brazos libres y que su alma
palpita como el corazón de un encinal.
Este es el plan: mostrar que el náhuatl vive de palabra y obra, que el mundo sigue siendo su lugar y su motivo, su casa y su futuro: “Vuelve a buscar tu rostro, vuelve a caminar sobre las veredas, siente de nuevo con el corazón y piensa con los demás”, dice para sus hermanos. Los llama a buscar en los libros y despreciar a los políticos; a recuperar el habla y las prácticas comunes, los amores y los sitio recorridos por los siglos de su pueblo. Pues
No es lúcido
ver una ciudad antes tan religiosa
llena de artesanos y campesinos
la cual hoy es invadida por tanques de guerra
y hombres con rostros de zanate.
La poesía contemporánea en lenguas indígenas mexicanas (rica en lirismo y narraciones cósmicas, en amor a la mujer-raíz y al terruño, en costumbrismo para la resistencia, afirmación identitaria y pelea a brazo partido contra la desmemoria) con frecuencia asoma a los hechos desnudos del presente, pero muy pocas veces lo hace de un modo tan directo, tan encabronadamente lírico pero cogido de las noticias, no en modo de proclama (aquí no hay ideología ni consignas) sino denuncia. Nos están matando el alba, parece decirnos.
Nos llama a mirar, a compartir su pena, su horror y su inconformidad. A buscar salidas, renovadas posibilidades para el amanecer y la primavera. A no olvidar que la belleza caminará con nosotros si le salvamos la vida. “Somos los olvidados” (admite y reclama el poeta, no en voz sólo suya, también de los demás), “aquellos invisibles que caminamos sin que nos vean, aquellos que hablamos en nuestro idioma sin ser escuchados”.
Vino el poeta al mundo y lo encontró desdichado. Mejor dicho, una mañana despertó y encontró que el mundo había dejado de ser lo que fue para pasar a manos del mal, un mal que invade, que pervierte vecinos, compañeros y parientes. Que carcome. Para combatirlo y escupirlo están las divinas palabras. Para recordarnos que el olvido no pasará. Nikneke niyes niuiuisakatsin (“quiero ser colibrí para volar al infinito”). Siempre habrá modo de encontrar los manantiales de la lluvia.
Martín Tonalmeyotl:
Tlalkatsajtilistle/Ritual de los olvidados.
Jaguar Ediciones, Colima, 2016.