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MANUEL ÁLVAREZ BRAVO MÁS ALLÁ DE SU SIGLO

HERMANN BELLINGHAUSEN

Ya que el XX fue el siglo de la fotografía, lo fue también de Manuel Álvarez Bravo, nacido hace 115 años en la Ciudad de México, el 4 de febrero de 1902. La actual y casi súbita evolución-dispersión de la fotografía a partir del nuevo milenio vuelve menos obvia la afirmación inicial. Sea lo que venga con los nuevos recursos tecnológicos en relación a la captura mecánica de la luz y la imagen, ya no pertenece al ámbito de descubrimiento y revelación del arte fotográfico como solíamos conocerlo. Con una claridad de estilo absolutamente personal (si se quiere, original en sus resultados), el opus amplísimo de Álvarez Bravo encarna de algún modo a La Fotografía Mexicana (y ándenle, pongámosle Moderna). En su comienzo está la encrucijada de los 1920’s. La tradición estática decimonónica de retratos, tipos y daguerrotipos, inmóviles arquitecturas a la Guillermo Kahlo o puestas en escena de la vida cotidiana en estudios como calles y calles como estudios, chocó de frente con la Revolución y su sobredosis de realidad. La foto ganó movimiento, intensidad, naturalidad, inmediatez y urgencia, como registraron y acopiaron con pertinaz asombro los hermanos Casasola.

Pasada la tempestad de la historia, el joven Álvarez Bravo, casi peatón de la casualidad, cobró interés en poner a mirar la cámara y encontrarse al mundo. Hacia 1930 ya anda y hace camino como testigo y creador. Atraviesa los cruceros arrebatados de la modernidad estética: nacionalismo, experimentalismo, cinematografía. Abstracto en lo concreto, distraídamente atento, pega hebra en la estela del trío Weston-Strand-Modotti y sale a los rumbos de México a capturar el alma, y no sólo el sujeto. Los surrealistas lo hacen suyo por su fortuna como cazador de cadáveres exquisitos y automática escritura de lo contemplado. Las apariciones, sin artificio, salen al natural, igual que sus característicos desnudos, apacibles y que, al no revelarlo todo, revelan más del todo. Se ha señalado mucho su parentesco con Cartier Bresson, el momento acechado, el sentido de la composición plástica y la oportunidad mágica. Su “costumbrismo” hará entonces a la imagen lo que Rulfo y Revueltas al relato indigenista o folclórico: la convierte en poesía, y con ello la rescata de las contingencias de su breve presente.

No quiso ser periodista pero enseñó como pocos a registrar las huellas verosímiles del presente. No siguió ningún discurso; en vez de ideología, ironía; en lugar de intención, descubrimiento. Sí, son inmóviles las placas de Álvarez Bravo, quintaesencia del instante; la sabiduría de lo revelado las hace grandes y únicas. No extraña que sea uno de los fotógrafos con mayor prestigio literario en el mundo. La imagen que nos da resulta poema, relato, aforismo, comentario. ¿No es su célebre “Obrero en huelga, asesinado” de 1934 “un cadáver con alma,/muerto en la vida y a la muerte vivo”, como escribe Sor Juana en Primero sueño? Muchos escritores se volcarían en castellano, inglés, francés y alemán sobre la lisa piel de su fotografía en pos de lo que en ella quedaba reverberando. Característicamente en blanco y negro para que lo real no tuviera dónde esconderse, como bien expuso Octavio Paz con todas sus letras.

Ojarasca agradece a la Asociación y al Archivo Manuel Álvarez Bravo la oportunidad de conmemorar los 115 años del maestro al autorizarnos publicar en febrero algunas de sus fotos menos vistas, según fueron presentadas en la exposición Ojos en los ojos de la RoseGallery (Santa Mónica, California, otoño de 2007). Rose Shoshana curó entonces la muestra y editó el catálogo Manuel Álvarez Bravo. The Eyes in His Eyes.

Nuestra portada en febrero reproduce un fragmento del tríptico “Ellos danzan victoriosos” del pintor chickasaw Mike Larsen. En The Native Americans. An Illustrated History, editado por Betty y Ian Ballantine, Turner Publishing, Atlanta, 1993.

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