LA LUZ DE LA RESISTENCIA ANTE LAS HIDROELÉCTRICAS
• EN EL TERRITORIO REX AWAJ LOS PUEBLOS POQOMCHI Y Q’EQCHI NO SE RINDEN. SE DICE FÁCIL, TRATÁNDOSE DE UNA NACIÓN TAN HERIDA COMO GUATEMALA
La vida se escucha en la fuerza que lleva el río Matanzas que corre por la Sierra de Minas, en la Baja Verapaz, Guatemala. Es la fuerza que acompaña desde hace seis años los procesos de lucha y resistencia de los pueblos poqomchi y q’eqchi frente a la imposición de más de diez proyectos hidroeléctricos (de los cuales ya están construidos algunos como Saqha I, el Cafetal, Matanzas, Sulin y Chilascó) que pretenden operar en la Cuenca del río Polochic los oligarcas de siempre. Aquellos que hace unas décadas apoyaban las estrategias de contrainsurgencia que arrasaron con poblaciones enteras, que hoy se cuentan fríamente como estadísticas de las masacres promovidas por los gobiernos del terror y la impunidad.
Así, el modelo extractivista se materializa en la figura de las familias Gramajo Ovalle, Smith González, Torrebiarte Lantzendorffer, Ramazzini, Thomae, Dieseldorff, Rossi y Salomon Gebhardt. Sólo por mencionar a algunos de quienes ha dado cuenta Gustavo Illescas, del Centro de Medios Independientes, además de pequeños finqueros (Milian, Estrada, Dubon, Passow) que llegaron al lugar después de formar parte de los batallones Chiantla, Salamá y Huista, organizados como paramilitares en los gobiernos liberales para reprimir a los campesinos y obligarlos a que dejaran sus tierras.
La genealogía de estas familias arrastra una historia de despojo y violencia que viene desde las concesiones que en su momento fomentó el gobierno guatemalteco para dar paso libre a inversionistas alemanes en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, cuando según cuentan los abuelos, reunían a la población indígena en las plazas para escuchar la radio alemana transmitiendo la voz de Hitler. Esto habla de una historia anclada en el racismo y la explotación de los pueblos indígenas por manos de los finqueros que hoy pretenden beneficiarse con inversiones en proyectos extractivistas como los monocultivos de palma, las represas hidroeléctricas y la minería, a costa de las mismas formas de despojo y violencia que aprendieron de sus antecesores y que se acompañan de mecanismos judiciales favorecidos por el poder político. Utilizan la criminalización y la persecución de aquellos que se opongan.
En estas tierras donde no hubo reforma agraria y los finqueros mantienen en su poder grandes extensiones de tierra, las poblaciones indígenas han caminado forzadas por el desplazamiento de los proyectos conservacionistas que consideran que a mayor pobreza mejor conservación de la flora y fauna, y hoy viven en la incertidumbre jurídica en territorios que les pertenecen pero en tierras que legalmente les fueron arrebatadas. De ello se basan los poderes confabulados de finqueros y gobierno para dictar una veintena de órdenes de aprehensión por el delito de usurpación en contra de pobladores de las aldeas de la Sierra de Minas. Los verdaderos usurpadores han estado durante generaciones en el poder.
La sed de acumulación que pretende saciarse con las represas ha bebido también la sangre de los pueblos indígenas. Se recuerda lo ocurrido en 1982 con las masacres de Río Negro, cuando militares y patrullas civiles asesinaron a más de trescientas personas en la comunidad río Negro, sobre un cauce donde la dictadura militar construyó la hidroeléctrica Chixoy. Se trata de uno de los proyectos más costosos e ineficientes en términos energéticos, que abanderan una falsa idea de desarrollo promovido desde el gobierno para la exportación de energía eléctrica en lo que ahora es el Sistema de Interconexión Eléctrica de los Países de América Central (SIEPAC), y que de nuevo contribuye al aumento de las desigualdades por la vía del despojo y la violencia. Esa luz ilumina todo menos las comunidades en donde se genera.
Ante este panorama se gesta la organización de dieciocho Comunidades en Resistencia de la Sierra de Minas, que se plantean el camino de la autonomía como una alternativa de vida y defensa de su territorio. “Ya no queremos que nos sigan oprimiendo, queremos seguir avanzando en la construcción de la vida y de nuevas relaciones humanas”, manifiestan mientras como flores que resplandecen en primavera, las mujeres van apareciendo con sus coloridos huipiles entre las montañas que dan vida al territorio Rex Awaj (piedra verde, como se conoce en su nombre original a la región de la Sierra de Minas) para ofrendar flores al río Matanzas en ceremonia de agradecimiento a la vida.
“Ríos libres, pueblos vivos” se lee en una de las cartulinas colocadas entre los árboles a la orilla del río. La vida en el corazón de un pueblo lastimado por el dolor que en estos días se ha vivido por el incendio que provocó la muerte de las jóvenes en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción. Muchas de ellas llegaron al Hogar desde comunidades indígenas y campesinas como éstas, buscando refugio de todas las consecuencias de la pobreza y la violencia y se encontraron con la crueldad humana y el crimen de un Estado omiso.
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| Kajkoj Máximo Ba Tiul, maya poqomchi, antropólogo, profesor universitario, acompañante de las luchas de comunidades en resistencia contra el capitalismo-neoliberalismo. Escritor, investigador articulista para diferentes medios impresos y digitales de Guatemala.
| Carla Zamora Lomelí, socióloga, investigadora de El Colegio de la Frontera Sur.