LA PLAZA DE ATZACOALOYA / 241 — ojarasca Ojarasca
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LA PLAZA DE ATZACOALOYA / 241

Martín Tonalmeyotl

EL LUGAR DE UNO

 

El trueque era una actividad de práctica diaria en esta comunidad y en esta plaza, aunque lo están desplazando el tiempo y las prácticas relacionadas con el uso de la moneda. Le han dado un giro total y esos días donde el ajo, la cebolla, los comales y todo producto u objeto originario de la comunidad se cambiaban por ciruela, huamúchil y mango provenientes de otros lugares, se han perdido como práctica y sólo quedan como memoria histórica. El trueque o matitlapatlakan consistía en cambiar un objeto o producto por otro diferente pero de igual valor. Otro término de igual importancia usado en esos tiempos era el de matomakouakan, “comprémonos nuestras manos”, el cual consistía en el intercambio de trabajo de cualquier tipo, donde uno ayudaba con la mano de obra y después recibía el mismo pago con trabajo, conocido en otros lugares como la mano vuelta. De esa herencia ancestral sólo queda el autoconsumo, que en aquel entonces se practicaba aún más. Fue en ese tiempo cuando se le comenzó a dar vida a la pequeña plaza de la comunidad. La mamá de don Juventino Flores fue de las primeras señoras que empezó a vender en este lugar; ahora, todas las mañanas son de plaza. Apenas aclara el día, los campesinos de este lugar caminan a lo largo de los surcos de sus huertos esperando arrancar los rábanos, los cilantros y las lechugas. También cortan flores, chiles y tomates verdes a las orillas de los ríos Temisko y Tekiskan. Los tubérculos después de arrancados se lavan en los ríos para llevarlos a la plaza limpios y frescos. La venta ocurre de 6 a 11 de la mañana.

Los datos orales de la comunidad así como de los pueblos vecinos cuentan que Atzacoaloya tiene más antigüedad que la cabecera municipal de Chilapa de Álvarez, Guerrero. Algo de razón tendrá la gente. Los datos más cercanos que he podido encontrar hasta ahora, según la CDI (anteriormente INI), Atzacoaloya fue creado en 1540 y para el año de 1572, según un registro de los frailes agustinos, era la comunidad nahua más grande, seguida de Zitlala y Acatlán. Por lo tanto el pueblo tiene más de cuatro siglos de existencia. Es un pueblo viejo con sus calles de tierra donde las costumbres y la lengua siguen vivas. Cada vez más la lengua se está desplazando y a pesar de ello sigue presente y viva en todos los quehaceres de la vida cotidiana. Atzacoaloya no es una ciudad porque no cumple con las expectativas de los citadinos. Aquí no somos citadinos, somos pueblerinos, todos nos conocemos por como vestimos, hablamos y convivimos de manera periódica. Aquí el tequio aún se practica, cada fiesta de San Miguel Arcángel es llevado a cabo este trabajo, a finales de septiembre. La gente de la comunidad se reúne para limpiar los dos panteones. En el tequio no hay diferencia de religiones, colores, lenguas y demás. Todos moriremos un día y por tanto tenemos que colaborar para este trabajo.

Aquí la gente es un poco especial en cuanto al consumo de las verduras, legumbres y la carne de puerco. Cuando se trata de los productos que se cultivan en estas tierras la gente no los compra en la ciudad de Chilapa, sino que sólo consume lo que se vende en la plaza del pueblo porque los productos son frescos y fueron regados con agua dulce y limpia. Se pueden encontrar chiles, cebollas, ajo, jitomate, tomate, huaje, plátanos, calabaza, colorín, jumiles, hongos de temporada, frijoles normales y anchos, papaloquelites, cilantro, flores, cacahuates, garbanzo fresco, aguacate, pollo, pan, entre otros productos. La carne de puerco se puede adquirir en la casa de todos los carniceros. En el pueblo hay muchos matadores y ellos son quienes abastecen de carne de puerco a toda la comunidad. No se arriesgan a comprar puercos alimentados con productos químicos, sino únicamente aquellos que son engordados con tixate o tixatl, “masa batida con agua”, tortillas y la comida sobrante. Los matadores no sólo venden la carne sino también el chicharrón, y el pozole los días jueves y domingos. Además ofrecen “el caldo de morcilla” que años atrás era una comida muy demandada; en la actualidad se vende poco y los que lo consumen son los hombres viejos del pueblo. Los niños y jóvenes han cambiado ese tipo de alimento por cosas nada agradables como la sopa maruchan, las galletas, las sabritas y los refrescos.


En el pequeño parque que le llamamos plaza, muy pocas veces se acostumbra ir a pasear con la novia o con los amigos, más bien sirve para vender y en otras ocasiones para celebrar alguna fiesta patronal. Por las mañanas, las banquetas que van con dirección a la iglesia se convierten en espacios de venta donde la autoridad local no cobra ningún peso por el piso. Quienes venden generalmente son mujeres. Por las tardes las calles lucen desoladas. A la mañana siguiente vuelven a pintarse de vida, pues no sólo compra la gente de la comunidad sino de las comunidades vecinas o las maestras que vienen a impartir clases a este pueblo. Mientras se realizan las ventas del pequeño mercado, el kiosko que se encuentra en el centro de esta plaza se llena de hombres, mujeres, niños y personas provenientes de otras comunidades, dispuestos a trabajar en los quehaceres cotidianos del campo. La gente los llama tlakeualtin, “los ayudantes”, contratados por personas de la comunidad para ayudar en la siembra o limpia del ajo y la cebolla, chile, tomate, maíz, frijol, acarreo de mazorca o riego de cultivos. Toda la gente que se contrata almuerza en la casa y en la tarde se le lleva de comer al campo. A los que hacen trabajo pesado se les invita un refresco frío al medio día, aparte de sus dos comidas obligadas y, por supuesto, su pago por el trabajo realizado. Cuando uno es quien contrata, escoge a sus ayudantes. A los hombres siempre se les encomiendan los trabajos duros y a las mujeres y los niños los trabajos menos pesados. En ciertos trabajos como la siembra de ajo, cebolla y jícama, sólo se contratan hombres, que son bien remunerados. Sin embargo, cuando el hombre o la mujer son contratados para el mismo trabajo, en esos espacios y días ganan la misma cantidad.

La comunidad carece de un mercado fijo, nuestro municipio no nos ha apoyado con eso ni con nada. Si no han podido pavimentar nuestras calles desde 100 años atrás, menos van a hacer un mercado que es cosa de nada. Y como no tenemos un mercado, la plaza es nuestra fortaleza. Todos tenemos derecho de usar la plaza para vender nuestros productos e incluso de vez en cuando se llega a dar el trueque. Quienes más compran en esta plaza son las mujeres. Toda la relación mercantil aquí es a través de la lengua náhuatl, a excepción de algunos monolingües en español. A la comunidad también llegan a vender personas de Tlanipatla, Alcozacán, Acahuehuetlán, Calhuaxtitlán, Teomatlatlán, Tepetlacingo y San Jerónimo Palantla. Algunas de estas comunidades ya no hablan náhuatl y por tanto se comunican en la lengua española. También llegan a vender algunos chilapeños, como la panadera, el pollero, entre otros. La gente de esta comunidad gusta acompañar sus almuerzos con verduras frescas, casa por casa se almuerza y se come acompañado de estas delicias.


Los domingos, la plaza de Atzacoaloya se llena porque llegan a vender ropa, discos, videos, ollas y comales de barro. Ipan domingo nokua posojle, “los domingos se come pozole” o es “un día de pozole”, casi toda le gente degusta de este gran platillo tradicional de estas tierras. En casa de los carniceros se vende pozole blanco muy barato acompañado de chile en polvo, orégano, lima y cebolla. Con 15 pesos uno come a gusto y con 30 o 50 come una familia. En realidad, conviene más ir por pozole que comer en casa de los carniceros. De todos esos lugares, donde más se vende es en la casa de Nana Cándida; allí no son matadores pero es una cocina económica donde hay una variedad de platillos y los domingos no falta el pozole. En cualquier pozolería de esta comunidad un plato (cazuela de barro) no puede rebasar los 20 pesos. Esto dependiendo si se pide con poca o mucha carne. Por supuesto se puede acompañar con un gran pepechtle, “lo que pega=mezcal”, antes de la primera cucharada. La medida de la cazuela es única (grande), no hay platillos medianos o chicos. El pozole es una tradición de años; la palabra de origen náhuatl, posojle, significa maíz hervido.

Entre semana, aparte de la plaza, también se vende antojitos de todo tipo como enchiladas, tacos de canasta o sopes hechos a mano. Son muy baratos porque casi todo se cosecha aquí mismo. Para almorzar la orden más cara es de 15 pesos. Este lugar de comida diaria o antojitos se ubica enfrente de la comisaría. Aquí comen médicos, profesores y demás personas que transitan por esta calle. El atole blanco es otro atractivo que se ha vuelto costumbre tomarlo, también los hay de sabores. El litro de atole cuesta diez pesos. Si se prefiere tomar sólo atole blanco con la familia, entonces se va a comprar en la casa de don Bertín Muchacho, donde su nuera lo prepara todos los días, y con cinco pesos o diez puede alcanzar hasta para seis jícaras elaboradas de palo. Aproximadamente cuatro litros por cinco pesos.

 

 

Entonces sería bueno que se den una vuelta a este pueblo nahua, ubicado en la parte sur de la cabecera municipal. La distancia de la ciudad de Chilapa a Atzacoaloya es de ocho kilómetros, unos 15 minutos en transporte público. Hay carros siempre disponibles frente al mercado de Chilapa. Si usted es una persona curiosa, de buen comer y quiere escuchar los anuncios durante el día en la lengua náhuatl, será un buen visitante de esta comunidad donde escribo y radico. Tómese la oportunidad de conocer desde sus propias pupilas otros lugares, otras tierras, otros rostros, otros sabores, formas de saludar y mirar a la cultura.

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