VÁMONOS PA’L NORTI / 242
David Bacon:
En los campos del Norte/In the Fields of the North.
Prólogo de Gaspar Rivera-Salgado, y prefacio de Ana Luisa Anza.
Colegio de la Frontera Norte y University of California Press, 2016. 447 pp.
David Bacon se ha distinguido por ser un cronista y comunicador efectivo y prolífico. Su obra de ensayos fotográficos se extiende desde crónicas de niños en Nueva York, hasta trabajadores en la industria de petróleo en Irak, pasando por trabajadores mixtecos viviendo bajo los árboles en los campos agrícolas en la parte norte del condado de San Diego. Muchas de estas crónicas sirven de base para obras más extensas en las que David provee de un análisis profundo sobre el impacto de momentos cruciales en las vidas de trabajadores y sus comunidades en ambos lados de la frontera, como en el caso de Los hijos de Nafta (2004), Comunidades sin fronteras (2010) y El derecho a no migrar (2013).
Lo que distingue la obra de Bacon es su persistencia y determinación de estar presente en los momentos definitorios en las vidas de los trabajadores. Sus ensayos fotográficos nos permiten tener la sensación de estar presentes, observando la manera cómo se desarrollan los hechos y ser casi testigos de los momentos íntimos del campesino trabajando los surcos de cebolla al amanecer o de testimonios de los personajes de alguna acción política donde se siente el poder de la colectividad. David ha reflexionado detenidamente sobre el enfoque personal en su trabajo y es abiertamente defensor de la idea del fotógrafo con perspectiva y comprometido con las luchas de los personajes (no sujetos) que cubre en su trabajo periodístico.
In the Fields of the North: Making a life, But Not a Living es un ejemplo claro de la contribución intelectual que el enfoque único de David hace al entendimiento de migración de jornaleros mexicanos a Estados Unidos. Primero, es la manera tan natural que David integra su trabajo fotográfico con los testimonios de los actores mismos. Esto nos sitúa de una manera impactante en la cercanía de los trabajadores del campo.
El testimonio de Lucrecia Camacho ilustra el subtítulo de la obra: Una vida, no un modo de vida. Después de una vida de arduo trabajo en los trabajos agrícolas más duros y peores pagados, como la cosecha de la fresa (Lucrecia dice: “No le deseo ese tipo de trabajo ni a mi peor enemigo”), Lucrecia desea jubilarse en México, a donde sólo se llevará los dolores y achaques de una vida llena de trabajo duro. Ella no se siente decepcionada, sin embargo, ya que nunca esperó una vida fácil porque sabía de antemano que se tendría que ganar la vida con trabajo físico.
La migración indígena es muy diversa, como lo ilustran diferentes capítulos en la obra, desde los parques de casas móviles en el Valle de Coachella, conocidos como Duros y Chicanitas, donde viven cientos de purépechas, especialmente originarios de Ocomichu, Michoacán, hasta el campamento multiétnico de casuchas improvisadas construidas por los jornaleros mixtecos de Oaxaca y Guerrero, triquis, y amuzgos en las colinas en la parte norte de San Diego, donde son cada vez más los campos agrícolas que han sucumbido a la expansión de parques industriales pertenecientes a la industria de la computación y telecomunicaciones.
La precariedad del trabajo y los ingresos de los trabajadores en los campos del norte es la forma de vida prevalente entre estos migrantes. Incluso, a veces es difícil encontrar algún indicio de esperanza de cambio sobre estas condiciones que parecen agobiantes.
La resistencia a la explotación y a la humillación surge de vez en cuando, como en el caso de los trabajadores en los campos de Washington que trabajan para la compañía Sakuma. El constante ir y venir de las familias migrantes también impide echar raíces organizativas o sociales en algún lugar. Sin embargo, a pesar de todas estas limitaciones, se da la acción colectiva y la solidaridad social.
Making a Life, But Not a Living denota ya la contradicción principal a que se enfrentan todos los protagonistas de estas historias: tener un trabajo en el campo en California, Oregón o Washington no garantiza salir de la precaridad; el norte dejó de ser el trampolín a la movilidad económica, si es que alguna vez lo fue. Por lo menos para esta generación de migrantes indígenas, que se han incorporado al mercado laboral agrícola desde mediados de la década de 1980 es difícil imaginar alguna salida al ciclo de explotación y pobreza a que se encuentran sometidos. La combinación de variables estructurales, tales como la naturaleza temporal del trabajo agrícola, la combinación de racismo que justifica la sobreexplotación (son indios y les gusta trabajar duro porque es lo único que conocen) y la falta de inversión social en infraestructura básica como viviendas, acceso a salud y educación en comunidades rurales, conspiran para poner obstáculos casi imposibles de vencer en el norte.
La presencia de tantos niños nos fuerza a preguntarnos no sólo sobre la complejidad de crecer en los campos agrícolas del norte, sino el futuro de esta generación. El futuro está lleno de posibilidades y retos, como lo ilustran las narraciones recopiladas por David. Por un lado, la experiencia de los matrimonios interétnicos, como el de Rosario Ventura, quien es triqui y se casó con Federico López, mixteco. Rosario y Federico se comunican en español y al parecer sus cuatro hijos hablan español e inglés, pero no hablan ni triqui ni mixteco. Trágicamente, en este caso la lengua indígena no sobrevive con esta segunda generación de indígenas, nacidos ya en Estados Unidos.
Sin embargo, hay otras posibilidades para el futuro, como lo ilustra el capítulo sobre el rapero con consciencia Raymundo Guzmán. El menor de ocho hijos de una familia originaria de la comunidad mixteca de San Miguel Cuevas, comenzó a trabajar en los campos a los ocho años y ya para los diecinueve, una vez que se graduó de la preparatoria, se incorporó de tiempo completo a trabajar en el campo. Lo hace con mucha gente de Cuevas y eso lo hace sentirse cómodo en el trabajo, como estar entre familia. Habla mixteco con su mamá y español con un hermano, e inglés con su hermana y otros amigos.
Raymundo cruza muchas fronteras cotidianamente, varios mundos con sus propios idiomas y sus propias reglas. Pero cuando compone sus raps, él es quien pone las reglas y está en control. No tiene que escoger, sino que puede mostrar sus múltiples identidades de manera simultánea en una sola canción. Y por un momento al anochecer, en el patio trasero de una casa en algún campo agrícola de Fresno, los mundos que han navegado los padres de Raymundo, los dolores del trabajo y las humillaciones encuentran una manera de contarse en tres idiomas que ahora no habitan de manera separada, sino que convergen en una sola voz, la de Raymundo, que con su raps trilingües anuncia ya el futuro que está con nosotros.