VIAJES A LA PALMA LAS CASAS MAYO / 244 — ojarasca Ojarasca
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VIAJES A LA PALMA LAS CASAS MAYO / 244

Luis Espinosa Sauceda

Desde el patio de la casa veo la llamarada azul sin posibilidad de alcanzarla. El cerro de la Chiva y el cerro Colorado me niegan seguir la cordillera de izquierda a derecha y viceversa. Una serpiente emplumada de colores rojizos al centro pintada. ¿En qué momento los pobladores de Baca y sus alrededores se enteraron del palmar que albergaba la sabana de la sierra del Rosario?

Hasta la década de los ochentas las casas de techumbre de palma eran habituales. Se puede pensar que tenían que ver con una visión de desarrollo de un modelo sustentable. El piso de barro, al igual que las paredes y el techo a una altura de alrededor de cuatro metros, hacían la temperatura no tan extrema. En tiempos de calor son frescas. Pero la realidad fue que no estaba pensado en un modelo como tal, sino en una forma de vida.

En esos años levantar una casa con techumbre de teja u otro tipo de material que implicara comprar estaba fuera de sus posibilidades económicas. El dinero circulante estaba en pocas manos, concentrado en unas cuantas familias.

Las familias de dinero habitaban en grandes casas de techumbre de tejas, amuralladas, como de señores feudales en su propio feudo. Las casas de palma las habitaban los campesinos. Ellos se las ingeniaban para levantar las paredes y allegarse de palma y tejerla. En ocasiones tenían la posibilidad económica y otras no, dependía de las temporadas.

Buscando coincidencias en las construcciones, las casas tenían una enramada de batamote, vara blanca, sauces o carrizos (árboles endémicos de las orillas del río) donde se recibía a las visitas o incluso estaba la cocina. En ocasiones plantaban una buganvilia con doble propósito: sombra y flores.

Desconozco la denominación de la técnica empleada para tejer. Se logra apreciar que se empezaba de abajo y de forma horizontal, pieza por pieza, vuelta y vuelta, hasta llegar al caballete. Con pronunciada caída de agua. La forma de sujetar las palmas era con nudo, remate y florecita, de manera complementaria. A la forma de la techumbre le llaman de culata; implica dos caídas de agua o dos alas.

El modelo de construcción quién sabe de dónde lo tomarían, lo cierto es que era muy similar el tipo de techado a las casas de los adinerados. La diferencia es que aquellas estaban construidas de tejas, levantadas por albañiles de profesión. Soportadas en madera fina. Morillos bien labrados y puertas amplias, al estilo rústico. Para las casas de palma, la madera se bajaba en burros del cerro Colorado y de Las Tatemas, un tipo de madera muy resistente.

 

El tío Juan recuerda con cansancio y coraje todavía el único viaje que hizo a la sierra del Rosario y dice:

¡Qué chinga me llevé! Estaba chamaco y aunque digan que a esa edad no se cansa ¡yo sí me cansé! Fueron días de camino envuelto en la polvareda de la recua de burros, más los días para juntar las cargas de palma para todos los burros. Todo el día trabajábamos sin descanso. Por las noches dormíamos a ratos porque había que estar al pendiente de que la fogata no se apagara, y de los burros.

“Los viajes a la palma eran entre marzo y mayo, primero porque el río Fuerte tenía que bajar de nivel del agua para que hubiera vado y pasar con los burros, y segundo que no hiciera mucho frío en la sierra. Recuerdo que cruzamos por el vado en La Vuelta y subimos por El Conicari, El Garabato, El Subilimayo, El Palmar, Los Limones, parte de la sierra de Baboyahui hasta llegar a la sierra del Rosario.

“Las tres noches remontados en la sierra casi ni dormimos. El frío es insoportable. Los animales de uña parecen merodearte. Tienes que estar bien listo, siempre uno de guardia porque los pumas acababan con los burros. Por las noches los manteníamos cerca de la fogata. Dos días trabajamos para reunir las cargas de los quince burros. A cada uno le cargamos mil doscientas hojas de palma. Naylo con una hoz (hoza le decimos nosotros) engarzada en una lata, cortaba las palmas, pues estaban altas. El lugar era un palmar, muchas hectáreas se visualizaban llenas de palma, como si las hubieran sembrado. Los burros amarrados y Alfredo y yo juntando y haciendo los tercios.

“El burro más viejo que llevaba varios viajes de palma iba adelante para no batallarle, como guía de la recua. Agarró la vereda, por lo menos no se salía del camino, hacíamos fila. Los burros los agrupábamos para ir vigilándolos. Como el burro que iba adelante ya conocía, era muy difícil que se perdiera. Cada quién con su galón de agua y el morral sin lonche. A puro grito y si no por las huellas sabíamos el rumbo. Así caminábamos uno de ida, otros para juntar las palmas, otro más de regreso.

“De regreso, bajamos por La Cieneguita, Colmoa, Los Arenales y cruzamos el vado en Las Pilas. Esa vez que fuimos hasta Los Arenales nos vimos, ya era tarde, salimos apenas amaneció… fue el único tramo que caminamos juntos. Dice el tío Juan: ¡Qué pesado estuvo el viaje, Naylo! Regresé bien cansado. Tardé varios días para recuperarme. El lonche consistía en tamales de frijol yorimuni, café y pinole, y si bien les iba, tortillas de harina con frijol colorado. No había más. No importaba que las jornadas fueran extenuantes, era lo que había y con eso había que aguantar.

“Además, los que iban a la palma no solamente lo hacían porque tenían necesidad de hacer sus casas de palma, sino que tenían de alguna manera la posibilidad de reunir una recua de burros aparejados para agarrar camino.

“Está muy lejos. Los caminos parecen no tener fin. ¡Quién sabe cómo le hacía Naylo para no perderse! Nosotros nos sentíamos aventureros porque caminábamos y caminábamos por momentos creía que nos habíamos perdido, caminos, poco transitados, arroyos de poca agua o pura arena, casi no encontrábamos gente”, concluye el tío Juan.

 

Los viajes a la palma los hacían pocos por el esfuerzo físico y también económico que implicaba. En parte por eso creo que había pocas casas de palma. Pero les garantizaba despreocuparse por varias décadas de sustituir la techumbre. Muy resistentes al agua y al sol, siempre y cuando estuvieran bien tejidas.

En ese tiempo en Baca y pueblos de la región había pobladores con una forma de vida muy comunal, donde las posibilidades de casa estaban en su capacidad de trabajo y el aprendizaje del oficio y de tener familia. En aislamiento económico, el dinero contante y sonante no los ocupaba porque no lo tenían, a lo mucho una ilusión, tampoco los salarios existían en la medida actual.

No todo era esfuerzo y construir. También implicaba una serie de medidas. Incluso a mí me tocaron. Los niños tenían prohibido usar cerillos. En más de una ocasión se incendiaron casas. Una vez que agarraban fuego no había manera de apagarlas. En cuestión de minutos no quedaba nada, por eso también las cuidaban de que en las fiestas religiosas los cohetes no cayeran arriba de las casas.

Las casas se volvieron uniformes en los últimos años. No estoy juzgando si está bien o mal pero sí considero importante recordar que hubo otras formas de construcción y de vida, que de manera aislada permanecen y parecen invisibles.

Las casas de palma tal vez quedan en un recuerdo de letras muertas o una reliquia, en el mejor de los casos. Han pasado los años, mi abuelo paterno decía que la casa la había comprado en 1942. A pesar de los años la casa conserva parte de la techumbre de palma original, aunque sobrepuesta de lámina negra o de cartón. El tejido paciente y con sentido de eternidad permanece.

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