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MARICHUY EN EL INE

Sylvia Marcos

Ayer, los mexicanos vivimos algo inédito, insólito, sorprendente en nuestro país: una mujer indígena, vestida con su indumentaria ritual nahua, entró al local del Instituto Nacional Electoral (INE) de la capital para registrar su candidatura independiente para la Presidencia de la República. Iba flanqueada, apretujándose para avanzar entre la multitud que las acompañaba apoyándolas, por Magdalena García, mujer mazahua, y María Macario, mujer purépecha, concejalas electas del Concejo Indígena de Gobierno.
El México “racista y machista” —tal como lo definieron los zapatistas— se estremeció en sus entrañas. ¿Cómo es posible? ¿Cómo una mujer indígena se pudo atrever a usar su indumentaria tradicional indígena para participar en los ritos del Estado Nación? ¿Como pudo presentarse a tan respetable recinto acompañada y resguardada por mujeres de su misma condición, oriundas de aquellos pueblos ofendidos, relegados, abusados, y no por agentes de seguridad oficiales?
Mientras Marichuy y sus acompañantes se acercaban al recinto, una multitud de centenas de personas urbanas improvisaron una festividad de apoyo, recibiendo a la aspirante a candidata con saludos y vivas: “¡Marichuy, Marichuy, viva, Marichuy!”, manifestando una alegría rebosante y combativa. Por fin, en este país, se daban cita el reconocimiento de derecho a la visibilidad y participación política de conciudadanos indígenas y el aprecio de los valores de sus pueblos, de los pueblos que forman ese amasijo indescriptible (¿fundamental?) de nuestras múltiples herencias como mexicanos.
María de Jesús recordó a sus abuelos que la instaban a usar su indumentaria tradicional. Ellos se quejaban de que los poderes del gobierno les prohibían usarla en la vida urbana para asuntos legales o para ir a la escuela, pero se la ordenaban cuando exigían su presencia en actos cívicos o en procesos legales. En estas ocasiones, querían volver visible la identidad indígena como aquiescencia a la expoliación de los territorios indígenas, a la aceptación de venta o renta forzada de sus tierras ejidales para la agroindustria.
Ahora, la aspirante a candidata presidencial María de Jesús Patricio usa públicamente esta indumentaria, retando prejuicios y también reconstruyendo su uso proponiéndolo desde ella misma, desde su pueblo, usando su vestimenta para expresar cuál será su propuesta como vocera del Concejo Indígena de Gobierno.
La acompañaban, en este festival pleno de  sentidos rituales y  simbólicos, dos concejalas que también vestían sus ropas tradicionales mazahua y purépecha, que otrora les habían valido rechazo, injuria, desprecio y abuso en los centros urbanos de este México “racista y machista” que desprecia a los pueblos y especialmente a las mujeres que los sostienen. “Les dábamos asco”, afirma Magdalena García, recordando sus experiencias de juventud en la ciudad de México.
Marichuy propuso, y sin palabras, el vuelco radical del uso del mismo traje que implicaba sujeción y humillación para significar ahora, que “vamos por todo” con la fuerza del valor de la identidad recobrada.
Ahora pueden iniciar, nos atrevemos a esperar, nuevos tiempos políticos: los del respeto y aprecio a los pueblos, a sus mujeres y sus valores que son parte de nuestras entrañas como nación.

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