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LA MONSTRUOSA PALMA AFRICANA . DESTRUYE EL AMBIENTE Y LA DIVERSIDAD CULTURAL

Agustín Ávila Romero León Enrique Ávila Romero

El proceso de expansión capitalista sobre los espacios agrarios también tiene que ver con que a la producción de alimentos para seres humanos y animales se ha incorporado un dominio agro-energético del territorio, la producción de agrocombustibles, la extracción de hidrocarburos y la explotación minera.

En América Latina, cultivos como la soya, el eucalipto, la caña de azúcar, la palma africana y el hule, entre otros, y la ganaderización capitalista, se desarrollan partir de la devastación de grandes ecosistemas naturales como el Cerrado brasileño, la Amazonia entera y el Gran Chaco en Argentina, Paraguay y Bolivia. En México y Guatemala la pérdida de la Selva Lacandona y del Petén es alarmante.

Ello se debe al impulso de grandes empresas agroalimentarias donde participa una clase capitalista transnacional, la gran beneficiaria del boom de los mercados de futuros agrícolas y del apoyo gubernamental para desplegar sus estrategias de alianzas y fusiones. Dentro de esta estrategia de dominio territorial que acapara tierras, apoyos fiscales y créditos, que subordina mercados y aumenta la rentabilidad de las empresas transnacionales, se inscribe el impulso a las plantaciones de palma africana.


El cultivo de palma africana se extiende del sur de Veracruz en México hasta la zona ecuatorial de Colombia, Ecuador y Brasil, generando un entramado de espacios ocupados por esta oleaginosa.

La expansión del cultivo de palma se debe fundamentalmente a una política de desarrollo rural que ha castigado, vía precios, la producción de cultivos básicos favoreciendo la producción agroindustrial. A ello se suma la dinámica de control territorial de recursos estratégicos que impulsa el paramilitarismo y la violencia para el despojar comunidades en países como Colombia, Guatemala y Honduras.

Según datos de 2016 del Movimiento Mundial de los Bosques Tropicales (WRM por sus siglas en inglés), en México había entonces 60 mil hectáreas con cultivos de palma, en Guatemala 130 mil, en Honduras 165 mil, en Nicaragua 27 mil 700, en Costa Rica 66 mil 419, en Panamá 8 mil, en Colombia 500 mil y en Ecuador 280 mil hectáreas.

En México, la producción de palma africana ocurre mediante un proceso de “asociación-cooptación” de la estructura corporativa campesina regional, lo que ha permitido un desarrollo ”consensado” con los campesinos locales, como en el Soconusco, Palenque y Marqués de Comillas en Chiapas.

Para el caso de las nuevas plantaciones en Campeche, aparecen nuevos actores con mayor capital y con grandes extensiones de tierras que rompen la práctica del “desarrollo consensado” y que se acercan a experiencias cercanas al acaparamiento de tierras practicado sobre todo en África, Sudamérica y Asia.

La palma africana en México se ha convertido en uno de los impulsos centrales de la deforestación de la Selva Lacandona y de las zonas tropicales del sureste mexicano, y es una actividad promotora del cambio climático. Ello porque el modelo de negocios que promueve, basado en una agricultura de contrato, impulsa a los campesinos a desmontar la floresta para sembrar palma, lo que mercantiliza la economía campesina y deteriora las prácticas culturales propias de los grupos campesinos e indígenas con la llegada de agentes externos.

Es parte también del proceso de mundialización que ha generado la incorporación de grandes actores económicos a la producción agrícola; las empresas trasnacionales han visto el cultivo de la palma africana como un nicho de oportunidad para abastecer en primer término la industria alimentaria y de cosméticos, y en un segundo término convertir a biodiesel de la pasta obtenida.

Resaltamos el crecimiento espectacular que está teniendo el cultivo de la palma africana en México, pasando de 49 mil hectáreas sembradas en 2010 a más de 90 mil actualmente, ampliándose la frontera agrícola a través de la destrucción de la cubierta forestal tropical y el despojo a campesinos e indígenas.

Es un negocio creciente donde a la deforestación que se produce se le suma la alta utilización de agentes químicos y tóxicos y la superexplotación del trabajo a la que son sometidos los trabajadores en la cosecha del producto, utilizando en las regiones de frontera con Guatemala mano de obra sometida a condiciones de trabajo de peonaje en pleno siglo XXI.

En torno al sitio geográfico que abarcará la Zona Económica Especial de Puerto Chiapas y la Zona Económica Especial de Coatzacoalcos se impulsan los cultivos de este producto agrícola y con ello la construcción de plantas agroindustriales para su posterior transformación. En Puerto Chiapas se tiene la base para construir una planta de producción de biodiesel con base en palma africana con asesoría y tecnología colombiana enmarcado en el Plan Mesoamérica.


Las empresas transnacionales son los principales responsables de los problemas que causan las plantaciones de palma africana: el acaparamiento de los territorios y de los bienes comunes; la destrucción de áreas biodiversas y formas de vida asociadas; la contaminación por pesticidas de los ríos, arroyos y pozos; el agotamiento y la erosión del suelo; condiciones de trabajo degradantes; y un creciente proceso de financiarización de la naturaleza sobre las tierras y la producción. Hemos señalado tres grandes impactos que genera dicha actividad forestal: concentración del ingreso en pocas empresas y transferencias de subsidios gubernamentales a grandes agentes privados; gran utilización de fertilizantes y agroquímicos que contribuyen enormemente al cambio climático y eliminan de manera extraordinaria la biodiversidad que caracteriza, por ejemplo, al estado de Chiapas; el elemento de imposición colonial-cultural a la vida campesina e indígena, pues los productores son subordinados, simples trabajadores de la agroindustria capitalista.

Al aceptar el cultivo, por ejemplo, el campesino dueño de las tierras asume una total dependencia con la agroindustria que en su actual fase de expansión del cultivo sólo cubre 50 % de la capacidad de sus fábricas, lo que la obliga a dotar de un precio “atractivo” para los productores. Cuando la actividad se consolide, el precio de compra disminuirá. Debido a los impactos ambientales (erosión, contaminación, costos del desraizamiento), y al control económico por parte de la agroindustria (vía deudas, tienda de raya, insumos y abarrotes), el campesino no podrá hacerse cargo del terreno, y se verá obligado a transferir el terreno a manos privadas, lo que consumará el despojo de miles de hectáreas con amplia disponibilidad de agua.

Con este cultivo lo que se vive no es una oportunidad para que los campesinos e indígenas se vuelvan empresarios exitosos, sino un terrible proyecto del capital transnacional que valoriza los espacios agrarios, promueve los monocultivos y su paquete agrotóxico y en el futuro el despojo de tierras de campesinos e indígenas a través de la mercantilización de la economía campesina y el deterioro cultural.

 

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