CONTRA EL GASODUCTO TUXPAN-TULA. ENTRESIJOS COTIDIANOS DE “HACERLE LA LUCHA”
“ESTE GASODUCTO ES PURA DESTRUCCIÓN. SOMOS MÁS DE 469 COMUNIDADES ENTREVERADAS EN LOS CERROS Y MONTAÑAS EN ESTE TERRITORIO INDÍGENA DE MUCHOS PUEBLOS”
Territorio nahua-nũhú-totonakú-masapigní en Puebla-Hidalgo, enero de 2018
Cuando pensamos en las luchas de resistencia que recorren el continente, en particular en el México que descubrimos levantando las piedras y subiendo los cerros sagrados, es común y necesario pensarlo desde las injusticias y agravios que sufre la gente, buscando las defensas así obvias, grandes, contundentes.
Es menos común que nos metamos a los cuidados más cercanos y profundos. Casi no pensamos la lucha en su devenir en los días, en la cotidianidad que significa la organización, en las zozobras de andar en los caminos, trasnochados, juntando firmas o reuniendo voluntades, con apenas un pambazo o un tamal y un vaso de agua en la panza.
La retórica militante casi no expresa la talacha, los cuatrocientos mil pendientes que se cumplen para que todo esté al punto, para que no se nos escape nada, para entender lo que los enemigos (los particulares, las empresas, y la enormidad burocrática que le crece a los gobiernos) ya hicieron y no sabíamos. O lo que pretenden hacer y entrevemos (o de plano descubrimos) al observar las reacciones de la gente, en el lugar de los hechos en bosques, aguajes y quebradas, y en los papeles legales que “legitiman” lo que ocurre
La lucha del Consejo Regional de Pueblos Originarios en Defensa del Territorio de Puebla e Hidalgo acuerpa por lo menos seis grandes consejos comunitarios e intercomunitarios de la región. Y todas estas reflexiones afloran en su dialogar porque “hacer la lucha” tiene empeños muy microscópicos y busca no dejar nada al azar, aunque la improvisación consciente sea parte de sus modos importantes.
Tan sólo ir de San Pablito Pahuatlán a Puebla, para atender parte de las demandas, o a Pachuca, Hidalgo, para entender lo que ocurre con el resto, implica a alguien que vaya y revise las actualizaciones de un expediente que crece conforme se descargan las evidencias, se suman alegatos, se reviran los amparos o las acusaciones. Los expedientes son un mundo de papel vivo, que resume lo que se va tramando en contra de las comunidades en oficinas y cantinas o comederos, y lo que podría defender el territorio en las reuniones de comunidades dispersas en un vasto territorio.
La gente se juega el futuro en entender qué sigue, cómo darle la vuelta a lo que recién descubrimos en los nuevos legajos agregados. Y eso sin contar con la relación que hay que tejer con los empleados de los tribunales, con los legajos mismos para fotografiarlos con un celular porque no hay cómo fotocopiarlos.
Otro trabajo crucial es sincronizar los esfuerzos de tantas personas con ocupaciones diversas, con tiempos de participación divididos por la faena: sus labores en el campo, en el comercio, en la albañilería, en la asistencia a la salud o la docencia, en su asistencia a preparatorias y bachilleratos.
Sobre todo porque no es sólo una comunidad la que está empeñada en oponerse a un megaproyecto, en este caso el famoso gasoducto Tuxpan-Tula, que abarca una amplitud tal en su afectación que es extraño escuchar los dichos de los funcionarios de TransCanada y de los funcionarios gubernamentales cuando remachan que el gasoducto es inocuo, que es una bendición, que les dará gas gratis, cuando que todo mundo sabe que el gasoducto se colará a infinidad de rincones de una vasta porción de la Sierra Norte de Puebla y su vecindad con municipios de la Sierra Hidalguense, ya propiamente la Huasteca, justo desde Tuxpan en la costa veracruzana hasta Tula, por lo menos. Y que en su recorrido tendrá estaciones de bombeo y filtrado, que habrá excavaciones para enterrar la tubería, y que tendrá por lo menos una franja continua de 25 metros de vía libre (12.5 m de cada lado del tubo a lo largo de su trazo) que le serán expropiados a la gente interrumpiendo su territorio, es decir, cruzando las veredas humanas y animales, las rutas de los pájaros, el flujo de aguas de diverso origen.
Una de las tareas urgentes es la recuperación histórica de todas las comunidades que resultarán afectadas. La empresa ha querido poner en duda la presencia ancestral de las comunidades en la región y con eso mellar el filo de lo que los jueces pudieran sentenciar al respecto de la afectación.
Pero la evidencia es contundente de que estamos en un “nudo de caminos históricos” que configuraron este territorio donde conviven nahuas, ñahñúes y ñuhúes de la gran familia otomí, totonakús y tepehuas o masapigní, y que ahí la lingua franca ha sido el nahua, pero también el otomí.
La gente quiere defender su legado, su historia, pues atesora relatos de sus orígenes y fragmentos y anécdotas dispersos —todos ellos épicos y emocionantes por la vastedad de sus enseñanzas y la luminosidad de sus personajes.
Un punto crucial entonces es resistirse a la denominación de localidades (esa categoría estadística que despoja del tramado de relaciones históricas, como dirían Yuriria Juárez e Itzam Pineda) y en cambio reivindicar la idea de comunidad, con su densidad temporal y su tejido memorioso.
En Zoyatla, pal caso, se rememoran las persecuciones que juntaron a los grupos en las cuevas de tantas y tantas laderas y cómo mucha gente nació en esas cuevas. Habían venido de abajo, de Zacamila, colindante con el río donde sembraban maíz, caña brava, cacahuate, frijol, chile y jitomate, y todo mundo se mantenía de lo que cultivaban. Y el chayote se daba solo, nadie lo sembraba siquiera. La gente hacía piloncillo en los trapiches y los hornos caseros. Pero había patrones abusadores que te aventaban el caballo y te humillaban, sobre todo a quien tuviera ascendencia indígena.
Y la gente huyó, como sigue ocurriendo en tantas zonas del mundo.
Fueron épocas oscuras en las que crecieron sin que ni maestros hubiera. Pero las familias continuaron sobreviviendo de manejar la coa y el machete pues laborar el campo era la vida misma.
Ahora, por la educación deshabilitadora y el entorno donde lo electrónico es omnipresente, “llegan a señoritas las mujeres y a hombres los muchachos y ya no les gusta el campo. Y nosotros los grandes”, comenta uno de los ejidatarios, “nos juntamos a criticarlos, porque a nosotros siempre nos gustaron las labores del cultivo. A esta generación parecería que sólo le importa la letra, pero la reflexión es: ¿será que esto pasa porque el estudio rompe la lógica del campo?, ¿porque se obtiene mejor ropa, mejor comida, porque ya no les llegan pulgas y duermen mejor? Pero otros viejos dicen que cuando no tenemos madera nos abandonamos a lo que sea”. Así se queja don Camerino Hernández.
Otro señor interviene: “Igual yo me maravillo de ver cómo es que las personas que no tenían estudios, igual les trabajaba su mente. Y se las ingeniaban para idear los trapiches, para aprovechar al máximo el calor de la leña en sus hornos caseros. Pero claro. Nos han golpeado de muchas maneras. Cuando era niño se daba muy bien el café. Aquí había vereditas entre los arroyos, y muchas variedades de café de almendra grande muy aromática. Pero hoy hay pura enfermedad. Es un rumor a voces que tal enfermedad la trajeron los mismos técnicos. Para implantar otras variedades, más propicias para las empresas”.
El 3 de mayo la gente de la región celebra el día de la Santa Cruz, como algo muy importante, porque si algo hay en la región es agua. Y ese día se pide y se agradece por el agua, para encargarle a lo sagrado que el agua brote y nos cuide y no se nos agote.
La gente cuida el agua atisbando y reviviendo de continuo los manantiales con procesos secretos y ceremonias recurrentes: son las aguas de ambos océanos desplomadas del cielo y rejuntadas en ese territorio entre las sierras madre, entre el Atlántico y el Pacífico. Aguas que habrán de brotar como pocitas y en escurrimientos y caídas por la roca hasta hacer crecer los arroyos y los ríos profundos para recomenzar en el mar. De ahí, las comunidades, y el monte mismo, aprovechan para revitalizarlo todo. Estas aguas son algo que ambicionan las corporaciones.
Don Zenón cuenta que los terrenos que cultivan son laderosos. Que ahí no se mete tractor. “El arado deja todo martajado. Pero en la ladera más empinada se utiliza pura coa entre la piedra y las barrancas. A lo sencillo. Cultivamos la planta donde los terrenos son duros, pero fértiles. Y los ‘majadeamos’. En los rellanos cultivamos frutales: naranja, lima, limón, plátano. Nosotros todavía nos fijamos de dónde pisamos pero la gente nueva ya luego la medicina anda pisando, porque aquí camina uno entre el árnica y el malabar, la caña de jabalí, el quelite de puerco, el chicamole y la malva”.
A él toda esta división de los jóvenes que ya no quieren cultivar y los viejos empeñados en cuidar le parece absurda. Y comenta: “Tal vez los jóvenes ya no participen en la agricultura, pero como sí participan en la comida, porque todos comen de lo que cultivamos, tenemos que meterlos a que tengan una claridad de los dos mundos. De la contradicción entre la cultura de la escuela y la cultura del campo”.
Una de las señoras, porque aquí doñitas y dones se comparten la palabra sin aspavientos, comenta: “Al mal le gusta la soledad, el aislamiento. Se apodera de los parajes poco usados por la comunidad y por eso es muy importante defender todos nuestros rincones. Antes la gente era de una sola fe. Pero ahora las sectas se los quieren repartir, y se los arrebatan en lugar de entre todos cuidar lo que hay que cuidar: eso nos muestra la destrucción social y cultural que hemos sufrido: no es sólo las labores del campo, la danza, la lengua, el vestido, las ‘costumbres’ como tanto les gusta decir a los técnicos de la CDI. Son las relaciones entre las personas. Antes, si había enfermo, nos lo sacábamos hasta Villa Juárez cargado en silla. Nomás eso implica un trabajo de coordinación que no queremos que se pierda. Yo pienso que la lucha contra el gasoducto nos hace pensar en esto de nuevo”.
LOS PUEBLOS ESTÁN ALERTAS
En toda la región bulle la preocupación: en San Pablito y Montellano, Zoyatla, Axtla, Ahuacatitla, Pasiotla, Xolotla y San Andrés Apóstol. San Nicolás y San Antonio el Grande en Hidalgo. Las autoridades casi no están con la gente, pues muy pronto se acercan a la empresa. El entramado que desde las secretarías de Energía, Agricultura, la misma CDI y la del Medio Ambiente, va tendiendo con sus coordinaciones de “enlace municipal” y sus direcciones de “ocupación superficial”, en realidad le secuestran a la gente la posibilidad de defenderse porque dichas coordinaciones funcionan como operadores de las empresas en sincronía con el gobierno.
La tarea es mucho más titánica de lo que parece, porque hay que remontar rumores, dimes y diretes, amenazas reales o imaginarias; hay que frenar los intentos por montarse en los procesos de defensa que aprovechando el vuelo lucen a los candidatos de partidos políticos en su ‘oposición al gasoducto’. Hay que lidiar con la presencia nada afable, y hasta agresiva, de gente que está con la empresa porque les ofrecieron empleos y dinero, sin darse cuenta que todo el asunto del gasoducto los puede expulsar de la zona.
En San Andrés, doña Elidia López, señora esbelta de 96 años, sanadora, dice con gran dulzura en la mirada y en la voz: “Hoy nos traen interrumpidas. Nos ponen citas por todos lados y nomás nos hacen perder el tiempo. Ahora quieren reglamentar hasta la hora en que venga a vivir un bebé, cuando llega desde el quién sabe dónde a este mundo. Antes esperábamos con yerbas toda la sangre que busca salir del vientre y el bebé llegaba a su tiempo”.
Elidia cuenta que aprendió de su mamá todo lo que sabe, y que como la gente la busca ella sigue respondiendo. “Yo aprendí nomás de vigilar lo que hacía mi mamá para arreglar una y otra vez a las familias, y se me quedó pegado el trabajo. Aquí les digo lo que hago de quehacer. Curar da trabajo, y peligra una, pero por eso hago siempre mi promesa”.
Un gato dormita sobre el techo de lámina desde donde se domina toda la ladera lejana cubierta de un bosque de niebla bien diverso.
La voz de la sabia Elidia continúa: “Ahora nuestros gobernantes no nos defienden. Cómo va a ser que vengan y promuevan el tubo ese que a todo mundo nos va a perjudicar. Son cobardes. Yo me acuerdo cuando era niña de un presidente municipal que tuvimos, que defendió a los jóvenes que se querían llevar a la guerra. Y él se enojó mucho y no paró hasta que los libró. Se fue a alegar en ñahñú hasta la capital del estado para que no les hicieran nada. Ahora en cambio esos nuevos tienen miedo”.
En San Nicolás Tolentino la gente también está enojada. Miguel López, insta a todo mundo a evitar los impactos sociales y ambientales que acarreará el gasoducto: “Del bosque nacen las nubes que hacen llover y esa lluvia sin duda impacta las semillas nativas de nuestra producción campesina en la milpa. Eso es el abastecimiento de nuestras familias. No queremos que se contamine el agua. El gasoducto contaminará la tierra, las plantas. Si protegemos y defendemos el agua, esa agua nos dará la vida, mientras la contaminación propicia varios tipos de cáncer. Nuestra riqueza principal es la salud. Con salud podemos trabajar y día a día obtener nuestro sustento: eso es hacer el bien; hacer algo por la misma naturaleza. Otra de nuestras riquezas es la asamblea comunitaria que planea, decide y ejecuta todos los trabajos que tenemos en favor de nuestra comunidad: agua potable, pavimentación, obra pública, sistemas de bombeo. Todo eso a más de los trabajos agrícolas que aquí son al revés de otros lados porque se siembra en enero y se cosecha en mayo-junio o hasta julio”.
El comisariado ejidal, don Serafín Cajero Antonio nos insiste: “los gobiernos federal, estatal y municipal dicen que nos van a cuidar, pero quienes trabajamos somos los campesinos sembrando maíz, chile, frijol jitomate, cafetal, bosque y manantial. Nuestra naturaleza la venden porque los gobiernos no les importa pisotear nuestros derechos originarios ni el código agrario, las leyes, la Constitución y el Convenio 169 que nos protegen. Este gasoducto es pura destrucción. Somos más de 469 comunidades entreveradas en los cerros y montañas en este territorio indígena de muchos pueblos originarios y estamos luchando contra este proyecto aunque el gobierno se empeñe en convencernos. Pero nosotros seguiremos fieles en esta lucha”.
Claudio Modesto, cien por ciento hablante del ñuhú se pronuncia de inmediato: “TransCanada y el gobierno pretenden que el gasoducto pase por nuestro territorio. Pero van a destruir nuestras tierras. Nos dicen que no somos indígenas cuando lo poquito de castellano que hablamos apenas hace poco lo acabamos de aprender. Cuando esas personas [de la empresa] llegaron ni pidieron permiso, se metieron por los frijolares, las huertas y las milpas. Si hubieran llegado de otra manera tal vez no se hubiera enojado tanto la gente. Pero cuando nos dimos cuenta de qué clase de personas eran, de ahí surgió que nos andemos defendiendo. Los de la empresa dicen que no causa daño, pero con esos tubos no pueden garantizar que no haya explosiones”.
Rebeca López Patricio remata: “Nuestra gente aquí llegó hace muchísimos años y se refugió en estas montañas. Tenemos muchas tradiciones que se pueden perder con esta afectación. Tienen que saber que sí conocemos nuestros derechos y sabemos de los convenios y los artículos de la Constitución. Y ultimadamente, a ellos no les debe importar si bailamos en los cerros o si adoramos el agua. Ellos deben respetarnos. Estamos orgullosos de estar aquí, en nuestra tierra, territorio ñuhú”.
Y Miguel López completa: “El hablar otomí trae buenas ideas a la cultura para la formación de los niños. No queremos dejar de hablarla porque el ñuhú nos sigue enriqueciendo el pensamiento”.