ATRAPAR LA LUZ, COMPONER MUNDOS
Viajar, tomar un autobús, caminar, llegar a una comunidad indígena, vivir entre los habitantes, participar en sus fiestas y actividades cotidianas, acompañarlos en sus peregrinaciones, observar, tomar notas y fotos, partir, redactar textos, trazar mapas, clasificar imágenes, organizar los recuerdos. Luego regresar y siempre tratar de comprender. Al modo de los etnólogos que, temporada tras temporada, emprenden una nueva misión hacia lo que llaman su trabajo de campo, Iván Alechine regresa en oleadas sucesivas a la sierra Huichola. Aunque su proyecto siga el camino de figuras tutelares como Carl Lumholtz o Robert Zingg, su exploración difiere. Los científicos se abocan a describir fragmentos de la organización social para esclarecer el funcionamiento de una cultura que no entienden de inicio. Alechine en cambio busca mantenerse en presencia del enigma para captar su densidad. El relato de sus idas y venidas narra el surgimiento de una mirada que descifra una singular “composición del mundo” entre los huicholes.
La experiencia del poeta-fotógrafo busca, en la captación sintética de la instantánea, otro tipo de restitución, fijada en las láminas y sus leyendas. Se revelan estratos enterrados en el corazón de un territorio recorrido en todos los sentidos. En el cruce entre dos procedimientos de recolección de rastros —la etnografía y la fotografía—, su punto de vista original capta cómo un pueblo atrapa la luz. Al elegir los ángulos de las tomas, los tiempos de exposición y los encuadres para volver visible, mediante contrastes de luz y sombra, un modo de vida, la cámara capta cómo los huicholes juegan con la visibilidad para “mostrar y ocultar” y para “arquitecturar lo invisible” (expresión de Michel Cartry, Jean-Louis Durand y Renée Koch Piettre en Architecturer l’invisible. Autels, ligatures, écritures, 2010), formando una sociedad con las entidades no humanas.
En el fondo de la gruta de Tumurawe, el Noé huichol, después de haber bordeado un barranco en este espacio donde los huicholes vienen a hacer sus ofrendas ceremoniales, un montón de astas de venado resulta fascinante. Son el rastro de las vidas pasadas, su subsistencia material que subraya, por contraste, la dimensión efímera de las existencias individuales. Aunque nada pueda oponerse a esta ley del tiempo, los huicholes tratan de inscribir en un ciclo de renacimientos el momento de la muerte que se da en la cacería o el sacrificio. Al modo de las semillas sembradas en una milpa, que harán renacer el maíz después del invierno, las astas pueden interpretarse como ofrendas a un Señor de los animales para que asegure la renovación de las bestias muertas.
En otra fotografía, la piedra manchada de sangre y las plumas de aves de corral sacrificadas confirman la participación indispensable de agentes invisibles para que el paso de la vida a la muerte ocurra correctamente. Apenas identificable, el objeto miniatura colocado sobre la piedra es una sillita, como aquellas donde sientan los marakame. Los elementos de altares y ofrendas rituales materializan estos vínculos con entidades que reclutan para sus empresas terapéuticas, políticas, agrícolas. En lugar de un espacio sagrado oculto en el corazón de la montaña, hay que pensar en la diseminación de lo divino en una multitud de lugares y objetos, como las ofrendas o la parafernalia del marakame que preside la ceremonia. La proximidad de los invisibles se extiende al interior de los espacios domésticos, en los altares familiares. Estos objetos no “representan” a los dioses, como si reprodujeran su imagen, sino que son los indicios de su presencia y sus poderes, así como instrumentos de una colaboración con ellos.
La intervención de Alechine refuerza la de los chamanes, que llevan el ritmo de los bailes y secuencias rituales, prescriben y disponen las ofrendas votivas, escenifican un espectáculo destinado a las entidades invisibles. Por otra vía, el fotógrafo se vuelve un maestro del tiempo y el espacio extrayendo las poses más expresivas de entre el flujo de interacciones, exhibiendo relaciones inadvertidas entre los seres, acercando los potenciales de acción de unos y otros. La sensibilidad de la imagen fotográfica, que atrapa al mismo tiempo que muestra, coloca al que hace la toma en una posición análoga a la del marakame: interviene sobre el mundo a partir de las visiones que se refractan en su interior. Los investigadores han intentado explicitar la noción de nierika, que designa tanto el don de ver como el objeto de las visiones que alcanzan los iniciados, en particular durante sus viajes con peyote. En “Simultaneidad de visiones: el nierika en los rituales y el arte de los huicholes” (en Philippe Descola: La fabrique des images: visions du monde et formes de la représentation. París, 2010) Johannes Naurath muestra cómo la superposición entre el don de ver y la cosa vista se manifiesta en la pintura facial del marakame, que inscribe en la piel su carácter de vidente y el contenido de las visiones.
Los investigadores profesionales están limitados por los hilos de la institución. Alechine se sumerge tan profundamente que parece pasar del otro lado del espejo. Su sed por conocer —descrita en México con el término inquieto— lo embarca en un periplo al cabo del cual, tras recorrer distintos “círculos”, se instala en una perspectiva distinta a la del observador exterior. Lo que le interesa no son las tradiciones preservadas en un éter atemporal sino el mundo como es, con su pluralidad de seres y modos de existencia. En todo caso, la irrupción de la modernidad es lo que lo sume en el asombro y la perplejidad cuando constata la fluidez con la que sus elementos circulan de un universo a otro sin mermar las zonas de resistencia.
En el seno del universo huichol, de por sí saturado de presencias visibles e invisibles, humanas y no humanas, Alechine agrega un nivel de complejidad al auscultar cómo se distribuyen los productos de la modernidad. No es sólo la superposición de objetos pertenecientes a distintos estratos espacio-temporales —una máquina de coser sobre una silla de madera, un tablero de básquet, una antena parabólica, unos cables eléctricos. Se realiza una alianza más profunda a medida que los huicholes pasan los gestos y movimientos de su cuerpo por nuevas formas de vida y adoptan nuevos sistemas de valores (estéticos, comerciales, morales).
Los retratos de este libro resultan igual de enigmáticos que el claroscuro de los espacios de iniciación o que la efervescencia de los ciclos ceremoniales. Junto con la escenificación de los enigmas propios de una cultura, lo que se enfoca es el enigma mismo de la cultura, la plasticidad del cuerpo gracias a la cual los humanos asimilan, con mayor o menor grado de intencionalidad, fragmentos de otros mundos, y los combinan a fuerza de ligaduras y apilamientos con sus propias maneras de vivir.
Cómo disponer los materiales del mundo siempre ha sido un problema teórico y práctico de los huicholes en sus ritos y obras figurativas. Al tiempo que se concentra en destacar las singularidades, Alechine sigue esta dinámica en detalle. Las sombras distribuidas por los árboles sobre el piso de los patios, las volutas de fuego y humo, las masas de roca y movimientos geológicos, el entrelazamiento de animales y plantas, la construcción arquitectónica, la acumulación de objetos rituales y cotidianos, la ropa, todo participa en una composición que implica a una miríada de objetos y entidades. Una composición reproducida sin cesar que da al mundo, lo mismo que al pensamiento, su conmovedora profundidad.
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| Investigador del laboratorio de Antropología Social, Collège de France. Ésta es una parte del un texto para el libro en prensa Enigmes et portraits, (Enigmas y retratos) de Ivan Alechine. Reúne 80 fotografías tomadas en Tuxpan de Bolaños, Jalisco.(Yellow Now, Bélgica, 2018).
Traducción del francés: Lucrecia Orensanz