NEOINDIGENISMO: DEL ERROR AL HORROR / 257 — ojarasca Ojarasca
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NEOINDIGENISMO: DEL ERROR AL HORROR / 257

El empuje de los pueblos originarios ha ganado tal impulso que ya no hay forma de negarlos, como fue lo común hasta hace poco. En un proceso sorpresivo, apenas previsto por las inteligencias del siglo XX (ya no digamos los anteriores siglos), nuestro país ha sido escenario y testigo de una hazaña política, cultural, social, ambiental, sin precedente. Desde la tierra misma, luchando organizados, imparten cátedra de cómo ganar con todo en contra, mostrando que las avenidas al porvenir nacen también de un pasado que vuelve, que no se ha ido ni se irá.

La recuperación contemporánea de las lenguas madre, las formas de buen gobierno ejercidas desde una democracia colectiva y real, la dignificación de las mujeres, el trabajo en común, los cuidados de semillas, territorios y conocimientos serios. El conjunto de recuperaciones y avances configura el perfil actual de la minoría más grande y extendida en el país. La que aquí estaba antes y de más antes y ni cuando migra se va.

La Historia sigue, más que circular, en espiral. Poderes privados y públicos, legales o ilegales, están volcados a una nueva invasión sin cuartel sobre los territorios, productos y cuerpos de sus mujeres y hombres, ancianos, niños y niñas, quienes cuando dicen “todos”, se refieren a todos, a todas y a todo, no se conciben sin la tierra y las aguas, la semilla, el maíz propiamente dicho, los ombligos enterrados, los ecos en presente de palabras nacidas y sentidas hace siglos en la lengua de adentro.

Tiene sentido plantarse en los terrenos propios y en los tribunales ajenos para frenar la barbarie capitalista: minas, autopistas, hidroeléctricas, aeropuertos, pozos petroleros y fracking, campos de golf, desarrollos inmobiliarios, aspas para capturar energías “limpias”. Las comunidades necesitan impedir que los productos procesados y uniformes (de la semilla industrializada al último subproducto basura del corn) terminen por castrar la vitalidad antigua. Detener la desnaturalización laboral, el envilecimiento de la mujer, el abandono a hijos y abuelos, y por encima de todo la violencia alimentada por criminales y fuerzas gubernamentales.

Durante muchas décadas y más sexenios el Estado postrevolucionario, reforma agraria mediante, sostuvo una relación paternalista y manipuladora con los pueblos originarios dirigida a su “integración”. Esto cambió con el neoliberalismo, y en particular con el gran revolcón que dieron los indígenas en los años 90, del fallido “quinto centenario” de la corona española y los gobiernos hispanoamericanos --convertido en protesta continental de largo alcance-- al levantamiento zapatista y lo que implicaron la legitimación de su rebelión, los diálogos de San Andrés y las numerosas luchas de autodeterminación y para recuperar el territorio. No sólo en Chiapas se revolucionaron las conciencias, la identidad, la fortaleza colectiva, las formas de organizarse y vivir. Sucedió en vastas regiones del sur, el centro y el norte de México.

En respuesta, el Estado transformó su paternalismo (que en los 90 había alcanzado gran poder con la “solidaridad” salinista) en una red de estrategias contrainsurgentes y una guerra encubierta que empezó en las montañas del sureste pero pronto alcanzaría la Montaña de Guerrero, las sierras Tarahumara, Huichola y de Oaxaca, las Huastecas, la meseta Purépecha, la costa de Michoacán. El gobierno fue responsable directo de masacres y “guerras civiles”, bajo su comando se creó el paramilitarismo. Eso, y la aplicación de los acuerdos y planes con Washington, el Banco Mundial y las potencias económicas del globo, agudizaron la hostilidad que a partir de 2007 devino en “otra” guerra contra el “crimen organizado”, pero con intenciones desmovilizadoras y divisionistas, control territorial, despoblamiento a favor de complejos mineros y zonas económicas especiales.

Se avecina un gobierno que promete cuartas repúblicas y Jaujas morales en favor del pueblo, y dentro de éste, “primero los pobres”. Siendo los indígenas los “pobres” por antonomasia, que serán blanco de la buena onda del gobierno central. No pocos analistas encuentran aquí elementos del fracasado indigenismo tardío de los años 70. En un contexto bien distinto. La experiencia zapatista es profunda en sus caracoles, sus Juntas de Buen Gobierno, la cotidianidad moderna de sus juventudes, un “buen vivir” que no debe nada a programas ni sometimientos. Los cambios también son evidentes en otras regiones. Las respuestas a la violencia del Estado, la criminal, la económica y la de género van más allá de lo que un nuevo gobierno pueda prometer. A pesar de sus compromisos con la burguesía, no le queda sino acatar lo que los pueblos ya decidieron, debe respetar y salvaguardar sus autonomías, evitar corporativismos, divisionismos, manipulaciones oportunistas de lo “auténtico” y lo “profundo”. En resumen, “mandar obedeciendo”. Mas no parecen ir por ahí los planes de un gobierno central que se anuncia escandalosamente neoindigenista.

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