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COMUNICACIÓN INTEROCEÁNICA (II) UN VIEJO SUEÑO COLONIAL Y LA VUELTA HISTÓRICA DEL LATIFUNDIO

Carlos Manzo

El primer gran latifundio en el centro y sur de Nueva España lo constituyó el Marquesado del Valle, su existencia y posibilidades de expansión más allá de una empresa semifeudal constituyó una preocupación para los reyes en turno y sus audiencias, al grado de generarse todo un ramo del Archivo General de Indias relativo a esta polémica situación en los inicios de la colonialidad novohispana. Minas y puertos debían excluirse del control y propiedad del Marqués y sus haciendas, al igual que las tierras mercedadas a otros peninsulares deberían ubicarse a una legua de distancia de la cabecera de cualquier comunidad de ‘los naturales’. Interesante inicio de un histórico y conocido proceso de acumulación originaria global, que en su funcionamiento mostró características propias de lo que después se concibió como la economía de plantación capitalista y que ahora, con la presencia de las empresas transnacionales dentro del mismo proceso, reconocemos los indios más allá de las academias como acumulación por despojo.

A propósito de la comunicación interoceánica colonial, para Hernán Cortés, marqués del Valle, el paso de las mercaderías de la Mar del Norte (Atlántico) a la Mar del Sur (Pacífico) era de vital importancia, lo que lo llevó a establecer tres de sus haciendas marquesanas en territorio mixe-zoque: Chivela, Tarifa y Almoloya, cercanas al punto de relevo de la carga que iba de un puerto a otro a través del istmo de Tehuantepec. Se trataba de grandes estancias de ganado mayor, indispensables para el traslado de las mercaderías una vez agotado el tramo navegable del río desde Coatzacoalcos hasta Suchil. Como es de suponer, los indios de aquellas “provincias” desconocían la ganadería, el transporte a lomo de mula, burro o en carretas tiradas por bueyes, una nueva actividad económica traída del “viejo mundo”. Por la prohibición de las “leyes nuevas” de esclavizar a los naturales del lugar, se vieron los negreros peninsulares en la necesidad de someter a comunidades originarias de África para venderlas a hacendados y frailes como fuerza de trabajo esclava y explotar su trabajo en trapiches, haciendas ganaderas y minas. Ello explica la marcada presencia de comunidades afrodescendientes en la zona, como se puede apreciar por la influencia de las haciendas marquesanas en la comunidad del Barrio y en la misma Almoloya, comunidad que hasta ahora existe con ese nombre. Lo mismo ocurría con las haciendas dominicas, desde El Rosario y Santo Domingo en la actual zona del Ingenio, Niltepec y Zanatepec, hasta Cintalapa y Jiquipilas, que ya quedaban en territorio zoque y, desde la visión colonial, más allá de la frontera istmeña, ya en la Capitanía de Guatemala. De acuerdo con las listas de esclavos comprados por las haciendas marquesanas y dominicas, los primeros esclavos negros istmeños eran originarios de comunidades ubicadas cercanas a la desembocadura y ribera de los ríos Congo y Mandinga (sic), característica cultural muy importante pues propició que, además de la riqueza armónica y rítmica del son, vocablos y tradiciones afros permanezcan entre nosotros como el mondongo, la sandunga y la chanfayna.

A 526 años de la invasión peninsular por estas tierras, el despojo reaparece cotidianamente entre los pueblos del istmo de Tehuantepec. Son pocos los intentos de organización regional que articulen una resistencia a la privatización de la mayor parte de la tierra y el territorio que es comunal entre los ampeng o zoques; ayuuk o mixes; ikoots, huaves; ñuntajy o nahua popoluca; chinantecos; tsotsiles y binnizá o zapotecos. Han participado en esfuerzos de articulación a nivel nacional, como la experiencia del Congreso Nacional Indígena; sin embargo, expresiones regionales con más de 30 años de existencia en acciones de defensa de los derechos de las comunidades, como serían la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo (UCIRI) y la Unión de Comunidades de la Zona Norte del Istmo (UCIZONI), con intereses homogéneos, no han podido confluir aliados en una sola expresión que se manifieste contra el modelo neoliberal y proponga la autonomía y libre determinación de las comunidades como una alternativa real al avasallamiento que se padece por los parques eólicos, concesiones mineras, supercarreteras y ahora el anunciado ferrocarril transístmico. Otros esfuerzos, dispersos y aislados a nivel comunitario se convierten en fácil presa de la represión y corrupción de gobernantes y jueces que en complicidad con las empresas promueven la devastación y el mayor despojo que en el istmo hayamos vivido a lo largo de la ininterrumpida espiral de nuestra historia.

Para muestra un botón: la Juez 1º de distrito del Juzgado Federal de Coyotepec, Oaxaca, acordó el pasado 21 de septiembre, en el expediente 377/2018, levantar la suspensión decretada en abril de este mismo año, que, ante la ausencia de condiciones por los impactos devastadores del terremoto y la coyuntura electoral, prohibía la realización de la “Consulta Indígena” y por ende la construcción de un parque eólico en Unión Hidalgo. Esto es, que en las tierras comunales de Unión Hidalgo, más de cuatro mil hectáreas de terrenos del distrito de riego 19 de primera calidad para la producción de alimentos, quedan nuevamente a merced de la transnacional francesa EDF, que goza de concesión y permiso de las Secretarías de Energía y de Economía para la instalación del parque eólico Gunaa Sicaru (Mujer Bonita). Los neoindigenistas han declarado prestos, en consonancia con el acuerdo de la juez, “será el pueblo de Unión Hidalgo quien decida si se realiza o no el parque eólico”, léase: ¡la consulta indígena va! y será una de las prioridades protocolarias para la continuidad impositiva del modelo neoliberal, en este caso en la esfera de generación de energía.

La debacle demográfica de nuestros pueblos (siglos XVI y XVII) no fue un factor que redujera el interés de los europeos por oro, plata, cacao, madera, algodón, caña, colorantes naturales y demás bienes presentes en la geografía económica colonial del istmo de Tehuantepec. Las inhumanas condiciones de explotación de indios y negros por los funcionarios, patrones, mercedarios y frailes, los cobros de tributos y los repartimientos propiciaron una serie interminable de grandes rebeliones, como la de los chontales y binnizá de Tequisistlán, Tehuantepec y Nexapa en 1660-62, o bien la de los tsotsiles, tsendales y zoques en 1712, conocida como la rebelión de Cancuc. Las réplicas de rebeldías a través de mercaderes indios comunicadores por las cordilleras, las reapariciones de vírgenes y cajitas parlantes se expandían desde la sierra sur hasta Chiapas, a través del Istmo. Como registra la historia, hoy vemos la vuelta del ciclo de rebeliones en un espectro histórico coyuntural que va de 1994 a nuestros días. Apreciamos cómo la franja territorial de los pueblos tseltal-tsotsil-zoque se ha venido rebelando contra la construcción y concesiones de supercarreteras, minas y la imposición de pozos petroleros concesionados a empresas transnacionales, buscando expresiones y articulaciones autonómicas como ocurre ahora en Oxchuc en la zona de los Altos de Chiapas y la zona zoque en el Grijalva medio.

A casi 500 años, en otra vuelta de tuerca de la historia de las resistencias amerindias, reviene profética la sentencia del Marqués del Valle en su carta al Rey: “porque ellos así lo tenían por costumbre de rebelarse y alzarse contra sus señores; y ninguna vez verán para esto aparejo, que no lo hagan”.

Gubiña Gue’te’ Xanisa, beeu ze’…

 

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