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EL FUEGO DE LA LENGUA MÈ’PHÀÀ

Hubert Matiúwàa

En la época prehispánica, la lengua mè’phàà era conocida como yopi, y sus hablantes eran llamados yopes o tlapanecos según el cacicazgo en que tenían asentamiento, siendo la denominación tlapaneco la de mayor relevancia para la historia oficial, debido a que “yopes” se asoció al apelativo de rebeldes cuyo cacicazgo nunca fue sometido por los aztecas y se mantuvo como señorío independiente durante el periodo mexica. Asimismo, esta cultura emigró a Nicaragua en donde fue conocida como maribio, sutiaba o negradano, términos de los cuales sobrevive el nombre de sutiaba, pueblo que se encuentra asentado en el actual Departamento de León, en la región del Pacífico. También estuvo presente en Costa Rica, donde la cultura fue conocida como sebteba o seteba.

Según las evidencias lingüísticas, yopes, tlapanecos, maribios y sutiabas son una misma cultura que se asentó en diferentes cacicazgos en el territorio de Guerrero y Centroamérica.

Históricamente, en México esta cultura fue denominada como “tlapaneco”, término de origen náhuatl. La raíz de la palabra tiene dos posibles interpretaciones: la primera acepción es que tla viene de tlalli-tierra, pan-locativo de lugar, neco-sucio, en donde la raíz de la palabra neco viene de la palabra chichimeco, que significa perro sucio o perro pintado; la segunda acepción es tlapan-espalda, neco-sucio, que tiene el significado de espalda sucia o espalda quemada, términos que evolucionaron de manera peyorativa para referirse a los tlapanecos como los de cara pintada, los de cara sucia, los de cara chimeca.

En la actualidad, en la región de la Montaña del estado de Guerrero es donde se concentra la mayor parte de hablantes del tlapaneco y constituyen el pueblo originario más antiguo de la zona. La lengua queda clasificada dentro del tronco lingüístico otomangue y la subfamilia tlapaneca-sutiaba.

El 7 de marzo de 1997 en el municipio de Tlacoapa, se creó el comité de la lengua mè’phàà y desde entonces se ha trabajado en la reivindicación de la lengua y la cultura; se escribieron manuales para la escritura, se empieza el desconocimiento de la palabra “tlapaneco”, por su sentido peyorativo, para autodenominarse como xàbò mè’phàà: personas que se definen dentro de un territorio en donde se habla la lengua mè’phàà.

Desde que se creó el primer congreso de la lengua, en cada ciclo escolar se hacen cinco, donde los maestros comparten estrategias de enseñanzas y se ponen de acuerdo entre las distintas variantes que existen para la sistematización de un diccionario que aún está en ciernes; esto ha retardado el proceso pero también lo ha nutrido, los maestros reportan 10 variantes dialectales del mè’phàa, mismos que dan nombre a las principales cabeceras donde se hablan.

Cada 20 y 21 de febrero se celebra la lengua mè’phàà. Un año previo en el taller de escritura de la lengua, se asigna a una comunidad la responsabilidad de sacar la fiesta; cuando llega el día, se concentran todos los pueblos para compartir sus danzas, rituales y gastronomía. El evento es a la vez un catalizador de la pérdida de la identidad, los visitantes pueden dar cuenta de la organización del pueblo y los maestros para representar actividades de índole identitario.

La mayoría de la población es bilingüe, todos los pueblos compartimos la necesidad de tener una lengua franca por la cual comunicarnos, si no, ¿en qué lengua dialogamos? En nuestro caso es el español, sin embargo, el español no nada más es una lengua sino una cultura que se ha hegemonizado, ha impuesto su saber y forma de vida; por esa razón, se va perdiendo el mè’phàà en las principales cabeceras y en las fronteras urbanas, los más jóvenes ya no quieren hablar el idioma, pocos se interesan en preservar la identidad cultural y las costumbres de los viejos.

En el año 2006 en la comunidad del Ojo de Agua, municipio de Malinaltepec, se crea el fuego de la lengua mè’phàà, es símbolo de vida; cada año el fuego es cuidado por una comunidad, algunas se escogen porque en ellas se está perdiendo el idioma, quien le toca el fuego tiene la responsabilidad de hacer actividades que fortalezcan la cultura y la enseñanza del mè’phàà, hasta que en marco del festejo del día de la lengua materna, los principales participan en una ceremonia de entrega y recibimiento del fuego a los nuevos responsables.

Si bien el día de la lengua materna el 21 de febrero es una fecha impuesta, la cultura mè’phàà la ha apropiado; la creación del fuego de la lengua responde a la necesidad de una perdida inminente, es una forma de resistir a la globalización cultural que ha penetrado en todos los aspectos nuestra cotidianidad, se tienen que resignificar símbolos ante nuevos problemas.

Para los mè’phàà, el fuego simboliza la fuerza, unión y sabiduría; es el abuelo más viejo quien con su trabajo hace posible el sustento de la familia, gracias al fuego nuestra cultura creó conocimientos y tuvo alimento, ante el fuego se contaron las primeras historias que nos dieron origen. Se cuenta que:

“Bègò (el rayo) tenía dos hijas, una se casó con I’dú (pájaro correcaminos) y la otra se casó con Mbatsún (la lumbre), los dos yernos vivían en la casa de su suegro, cuando llegó el tiempo de las siembras, Bègò les dice a sus yernos que empiecen a limpiar los terrenos para barbechar. I’dú acata las indicaciones, temprano se va al monte, pero no trabaja, solamente descansa sobre una piedra, por esos sus patas son negras de tanto asolearse, su mujer todos los días le lleva comida. Mbatsún se escusa diciendo que tiene múltiples trabajos, la gente lo llama; en las cuevas, cerros, ríos, para calentar las tortillas, hervir calabaza, testificar bodas, de su casa sale de madrugada y llega pasada la media noche. Pasa el tiempo, el rayo descubre que el pájaro correcaminos no hace nada, Bègò los amenaza y los llama flojos, les dice: “Si no trabajan no les daré lluvia para sus siembras”, Mbatsún dice, pronto lo haré, cuando llega el día Mbatsún quema el terreno de su suegro y de paso a ayuda a su concuño I’dú, pero en el terreno de él, no lo hace, Bègò riega su milpa y la de I’dú, ambas milpas crecen abundantes, Mbatsún no ha sembrado, quiere que su suegro entienda que él trabaja todos los días para que el mundo tenga alimento, que cuida a sus hijos los xàbò mè’phàà, y que debe ser valorado, decide dejar sus ocupaciones y se pone a sembrar, pide a Bègò que le mande lluvias, Bègò le dice: “Ya pasé ahí, tengo muchas ocupaciones, estoy regando el mundo”, la milpa de Mbatsún empieza a brotar sin fuerza, Mbatsún se enoja porque su suegro no le manda lluvia, decide irse de la casa, se esconde en el hueco de un árbol. Al día siguiente Bègò al poner la lumbre para calentar su comida, se da cuenta que ya no está, así pasan varios días sin que nadie pueda cocer su alimento. Bègò manda al pájaro carpintero a buscar a Mbatsún y rogarle para que regrese, Bègò se compromete a regar su milpa, entonces Mbatsún dice que va a regresar con la condición de que pongan troncos secos y dentro le hagan una casa donde pueda estar, dice que llegará a medio día, todos se reúnen para esperarlo, ponen alimentos de todo tipo, Mbatsún llega, se vuelven a cocer los alimentos y nadie se muere de hambre. Así es como Mbatsún se queda a vivir en la casa, se vuelve sustento de cada familia, él es nuestro abuelo que nos cuida, nos cura las enfermedades, conoce nuestras necesidades, por eso hay que respetarlo”.

La lumbre nos enseñó que el trabajo que hace cada miembro de la comunidad es indispensable para que todo tenga equilibrio. En la actualidad, antes de comer o beber cualquier alimento, primero se le tiene que dar a la lumbre. En las bodas (la quema de leña), la nueva familia estatifica ante él, si no se hace, hay enfermedades que provocan la muerte.

El hecho de que la lumbre sea símbolo de la lengua no es causal, es una tradición milenaria de consagrar a lo más importante para la cultura mè’phàà, en todos los rituales está presente, se le pide consejos y sabiduría para enfrentar los problemas. Mientras siga ardiendo el fuego de la lengua de la montaña, seguirán ardiendo esperanzas en la hoguera del pensamiento de los pueblos mè’phàà, que la flor de la lumbre crezca en el pecho de cada niño, siga enseñando el camino para encender la memoria.

La mejor manera de resistir a la globalización es pensar desde lo nuestro, nuestra cultura construyó un saber milenario del cual podemos hacer uso para enfrentar las distintas formas del colonialismo y a las políticas institucionales que intentan neutralizar nuestro pensamiento, folclorizando nuestras formas de vida.

 

1 Calleja Gálvez, Valentina (2016). Entrevista de audio, El Obispo Municipio de Malinaltepec Guerrero. (La historia de origen de la lumbre también relata el conocimiento de la siembra y de los tipos de maíz, da explicación a varios rituales que se hacen hoy en día).

 

 

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