Jinete borracho que cae de su caballo — ojarasca Ojarasca
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Jinete borracho que cae de su caballo

Félix Reyes

(Alotepec Mixe, 1850 aprox.)

Es de noche y Mariano Reyes se atreve a cabalgar. Llegando a Taax apy, el estanque, frena violentamente y el animal detiene su carrera, de un golpe se alza en dos patas, se encabrita, y cae sobre su jinete.

“Mariano, dónde vas hijo mío a estas horas. ¡Vuelve que ya es muy noche! ¡Tsuu poj, alma maldita errante, puede emboscarte! Vuelve a casa hijo mío”.

Nervioso y asustado el animal se revuelca entre el lodazal, aplastando a su jinete que yace inconsciente. Se incorpora de inmediato colgándole Mariano por entre las patas; a éste se le ha atorado una de las espuelas entre las tiras de cuero de la montura. Lo arrastra, cual muñeco de paja, por todo el empedrado.

“Mariano, qué te pasa hijo mío, despierta, por Dios ¿acaso no sientes tu muerte?”.

Mariano despierta repentinamente. No sabe que le está pasando. Se mira ahí simplemente, sin preámbulo ni conciencia se mira de repente entre las patas del caballo que lo pisotea mientras corre desbocado.

“Mariano, qué sucede contigo hijo mío, ¿acaso hasta esto nos vas a presumir?

¡Záfate del caballo, Mariano, dale término al martirio por el amor de Dios!”.

Mariano logra zafarse, se incorpora con mucha dificultad, ya no está borracho, se le ha disipado, se soba el cuerpo, mira a su alrededor para reconocer el lugar.

El caballo se pierde en la oscuridad coceando salvajemente entre relinchidos y retozones.

Está cerca del manantial. Con el cuerpo destrozado. Se acerca al estanque con mucho esfuerzo para echarse agua en la cara.

“Mariano, hijo mío, mírate cómo estás, todo enlodado y ensangrentado. ¿En qué momento te has caído del caballo? ¿No lo recuerdas?, ¿cuándo se te salió de la mano el chicote?, ¿en qué instante el barbiquejo de tu sombrero te comenzó a ahorcar? ¡Tienes el cuello todo lastimado! Qué travesuras has hecho de nuevo hijo mío, hijo de mi corazón, de mi dolor y mi esperanza.” Mariano se recuesta por la barda del estanque con la mente turbada: botes y rebotes de pensamientos. No está tranquilo, se incorpora.

¿Qué hace ahí, por cierto? Se sienta, sobándose la frente y el cuello esforzándose en recordar: El cantinero lo saca a empujones, pero ahí en adelante está todo borroso, incluso hay un vacío, mortal quizá.

“Hijo mío, qué cosas no habrás hecho y dicho en ese vacío de tu recuerdo. Qué cosa tomaste o comiste para tan tremendo hueco en la memoria. Qué cuentas vas a rendirle a tus hijos cuando te pregunten por estas horas, ay, hijo mío”.

Mariano se interroga en silencio: qué días y horas pudieran ser.

Y... ¿y mi hermano?... ah (suspiro).

A relámpagos de escenas ve cuando arrastra a Román, su hermano, por entre la oscuridad, pero… ¿por qué? ¿Por qué lo arrastraba así mientras la culata del máuser rebotaba entre sus piernas? ¿Lo defendía acaso de alguien?

“Ay, Mariano, Mariano, hijo mío, hijo de mi corazón, de mi dolor y mi esperanza. Qué travesura hará enojar hoy a tu padre. ¿Qué coraje volverá a pasar hoy el viejo Manuel Reyes?”.

Mariano se vuelve a recostar, el agua del estanque le rebota por el cuerpo: tomamos mucho, no hay duda, pero ¿qué hago aquí? ¿Cómo es que me he caído del caballo? Relámpagos de imágenes: Martín Rodríguez, el cantinero, de repente se ha puesto pálido y entre frases tartamudeantes se ha arañado salvajemente la cabeza mientras brinca desesperado como un niño que acaba de quemarse las manos: ¡ tu... tu... tu hermano, Mariano, es tu hermano...!

“Mariano, hijo mío, qué has hecho esta vez.” –No sé mamá, no sé... pero no te va a gustar si he hecho algo. A nadie le han gustado mis impulsos, madre mía, a nadie. Pero tampoco me gusta que me humillen y se burlen de mí, mamá, y siempre he buscado con mis pensamientos oír tu voz. Y ahorita, no sé por qué has venido hablar conmigo, si tú ya estás muerta.

“Mariano, hijo mío. Mi primer hijo varón, mi querer, mi amor imposible, si siempre he estado contigo. Y si no he acudido es por qué no lo has necesitado. Pero hoy, cuando vi que salías del pueblo disparando al aire, atropellando con tu caballo a todo aquel que estuviera en el camino, me ha dado una mala espina, y eso no es bueno, hijo mío. Pueden ser malos presagios. Por eso violenté mi descanso y dejando la puerta abierta he corrido desesperadamente tras de ti. Que no me dio tiempo de trenzarme. No sé donde habrá caído mi reboso, y me falta una de mis sandalias. Y al verte como eras molido por tu propio caballo, Mariano, hijo mío, supe que algo malo habrías hecho. Pero dímelo tú, dulce corazón. Mi travieso e indomable caporal… Siento mi propia ánima temblar por qué siento la tuya temblar también. No lo sabes pero cada vez que algo malo te pasa puedo sentirlo en carne propia. ¿Ves estas cicatrices? Mírate, mírate. Porque tú eres mi hijo amado. De todos tus hermanos, tú y yo siempre fuimos cómplices. Tú te pareces a mi padre, mi otro gran amor. Y aunque lejos vine a vivir con el tuyo, jamás dejé de pensar en nuestra tierra, allá cerca de las playas. Y cuando tú naciste y te vi todo hinchadito, con tus ojos verdes y tu cabello rubio, pataleando y chillando, esta tierra, Alotepec, me puso un anillo de compromiso de tus manitas”.

“Pero... por favor dime, hijo mío. Por qué tiembla tu alma. ¿Por qué estás temblando? No es de dolor, lo sentiría diferente. Es algo más oscuro, más oscuro y crudo...”

Mamacita, no sé qué me pasa… ese Román, mamá, ese Román que se metió con Ofelia, mi querer... y hoy que me enteré le he jugado una broma haciéndole tronar mi máuser junto a sus oídos... y el pendejo no supo reaccionar más que hacerse el muertito, creo que nomás para jugarme una mala broma. ¡…! ¡Cómo si no te conociera pinche hermanito, a ti que te gusta jugar…! ¡Tan hombrecito que te sentías y mira nomás, vienes desmayándote cuando a tu espalda rugió el máuser…! ¡No te conociera pinche Román…! Pero… –¿Mamá?, mamá, dónde estás. ¿He hablado con mi mamá? Oh, Dios Mío ¿qué me está pasando? No, no es posible… No es posible haberle hecho eso a Román, mi hermano menor, el querer de papá. Ese Román que tan cabrón se creía. De seguro se quedó dormido en la calle de tan borracho que estábamos. Pero, pero mañana despertará. Despertará como un recién nacido, reconocerá el lugar donde está tirado, se desempolvará el cuerpo, se sacudirá el pantalón con las manos, así, se quitará la camisa para sacudirla como se sacude después de lavarla. Se tentará el cuerpo, tocará algo en el cuello bordeándolo con ambas manos, sentirá indudablemente ese agujero en la nuca y se lo desprenderá como cualquier costra, la sangre la arrancará como escamas pegadas a su piel y volverá a su casa, para seguir durmiendo y curarse la cruda. Pinche Román, pinche Ofelia. Ni que valieras tanto. ¡Borracheras! ¡Borrachos! ¡Maldita sea, jamás vuelvo a tomar! ¡Pinche caballo…!

Mariano Reyes, por líos de falda con su hermano Román, lo deshizo de un plomazo. Por este crimen estuvo cinco años preso en Choapam, ex distrito mixe. Ofelia, por su parte, después se metió con Julio Reyes y posteriormente con Andrés Figueroa Reyes, sobrino carnal de Julio, quienes también tuvieron que deshacerse a navajazos. Cuando la mujer fue condenada a purgar pena en la cárcel distrital, su esposo dignamente se ofreció morir en aquella prisión.

Mariano, el 7 de Octubre de 1947, después de nueve años de poner en jaque a las fuerzas caciquiles de don Luis y a las fuerzas federales que respaldaban a éste, finalmente, ya viejo y demente, fue asesinado por la espalda aquella madrugada en que un ejército regional de campesinos entraron a sangre y fuego a someter a un pueblo que en ese entonces era sinónimo de resistencia y orgullo regional.

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