LA HORA DE LAS LENGUAS / 262 — ojarasca Ojarasca
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LA HORA DE LAS LENGUAS / 262

No hace falta que las Naciones Unidas declaren éste o cualquier año “de las lenguas indígenas” para subrayar que, en México, cada vez más todos son los años de nuestras lenguas, y eso a pesar de las constantes amenazas de extinción que enfrentan muchas de ellas. Aunque las políticas educativas y “de inclusión” estatal dañan sistemáticamente las riquezas lingüísticas y de conocimiento de los pueblos originarios, éstos han dado en cultivar y devolver la dignidad a sus idiomas y las fortalezas comunitarias de su experiencia agrícola, artística y sagrada, sostenida durante siglos, en muchas ocasiones para sorpresa suya.

Siendo los medios de comunicación una extensión poderosa de esta deseducación masiva para las comunidades y para los indígenas transterrados por la violencia, la pobreza o la mera intención de aprender y vivir, sus contenidos pobres, degradados, dirigidos al consumo y el entretenimiento vacío, se han vuelto agentes agresivos de la desnaturalización de los pueblos originarios, sus lenguas, costumbres, valores éticos y formas propias de organizarse, producir y gobernarse. La incesante presión que ejercen los partidos políticos y las iglesias de toda denominación cristiana también han cobrado su cuota en la pérdida de idioma y de identidad para millones de hombres y mujeres, niños principalmente, que son indígenas y tienen por lengua madre una de las casi 70 que aún se hablan en México. Al menos millón y medio lo hace en alguna variedad del náhuatl, y cientos de miles son hablantes de los diversos zapoteco, mixteco y maya peninsular, y no menos son tseltales, tsotsiles, otomíes, ayuuk, y lo son en buena medida por la lengua en la cual nacieron.

Los territorios físicos y las lenguas de los pueblos poseen vasos comunicantes fundamentales que explican su duración, resistencia y vitalidad pese a todos los obstáculos y asedios de la colonización permanente que los viene sitiando hace cinco siglos. Cuando mejor defienden su maíz, sus territorios, su ser profundo, lo hacen en ese idioma que les pertenece y los lleva a nombrar el mundo.

La “promoción” y el “apoyo” a las lenguas originarias seguirán siendo promesas huecas mientras se siga prohibiendo y persiguiendo a las radios comunitarias, interviniendo electoral y socialmente en la vida interna de las comunidades, privilegiando el castellano en la educación “bilingüe”, invadiendo y desplazando poblaciones y campos en favor de proyectos de desarrollo que, como ilustran gráficamente esas torres aspadas de las eólicas transnacionales en el Istmo de Tehuantepec (y en la Sierra Negra y la península de Yucatán), generan riqueza encima de ellos y los aplastan. Mientras no se les reconozca como sujetos de derecho, y sus lenguas sean declaradas parte indispensable de la Nación, los pueblos originarios seguirán teniendo motivos para luchar y resistir los abusos de esa Nación que los niega.

“Al chowix le gusta mirarse en el agua”, decía Humberto Ak’abal en su lengua kiché o kichee de Guatemala: “mete el pico y bebe su propio canto”. Así las entidades de nuestra Babel mexicana beben su canto y perviven contra los pronósticos y las acechanzas de una sociedad, un sistema económico y un Estado que todavía no aprenden a respetarlos como lo que son, no como el México imaginario quiere que sean. Aún sin conocer sus idiomas, todos podemos entender que de lo que nos dicen depende el futuro de todos.

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