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ASAMBLEA DE LENGUAS / 263

HÉCTOR PEÑA

Insurrección de las palabras. Poetas contemporáneos en lenguas mexicanas (en Ojarasca). Selección y prólogo: Hermann Bellinghausen. Ítaca, México, 2018. 317pp.

«p’ij chiayankutik / ta ilinel ak’ubale: / ja’ jo’onkutik» «y renacemos luz / de la rabiosa noche: / sí, somos indios» Antonio López Hernández, haiku tsotsil

«p’ij chiayankutik / ta ilinel ak’ubale: / ja’ jo’onkutik» «y renacemos luz / de la rabiosa noche: / sí, somos indios» Antonio López Hernández, haiku tsotsil

México es un sueño colectivo que se sueña en muchas lenguas. Es nuestra historia común, que no es sólo pasado, sino también y sobre todo futuro. Qué sabiduría de los pueblos indígenas permitir la coexistencia de múltiples tiempos en un mismo territorio: los que murieron ahí, los que nacieron ahí, los que viven ahí. «Soy la rebelión contra el olvido, / la cara de la pobreza, / la presencia de los excluidos, / soy la memoria colectiva, / “la otra forma de nombrar el mañana”», escribe en p’urépecha Guadalupe Hernández Dimas. Es necesario recordar, insistía Carlos Montemayor, que México es también el alma de esas lenguas, de esas culturas, que son las que mejor podrían decirnos ahora qué es México, qué no hemos descubierto de nosotros mismos. «¿Por qué se nos pudren las semillas del sueño / y somos una larga vigilia en la noche del olvido? / El silencio, como un ejército de hormigas arrieras / nos devora los maizales de nuestro pensamiento», escribe Esteban Ríos Cruz en zapoteco del Istmo. «Los poetas deben vaciar el bule de su imaginación, / que mane el río de palabras, que florezca el canto». Ante los constantes intentos en esta guerra de desprecio y olvido por reducir, cooptar o negar la memoria histórica y el carácter nacional de las luchas de los pueblos indígenas, su respuesta es palabra insumisa.

Insurrección de las palabras reúne la selección más amplia y completa hasta ahora publicada de poetas contemporáneos en lenguas mexicanas, tal como han aparecido en Ojarasca en algún momento de los últimos 25 años. La insurgencia de estas nuevas literaturas en distintas lenguas indígenas comienza alrededor de 1980 y toma impulso en la siguiente década. Como plantea el maestro y poeta mazateco Juan Gregorio Regino, el renacimiento de la literatura indígena está estrechamente vinculado con sus procesos de resistencia y autodeterminación. Las lenguas indígenas luchan por mantenerse vivas a través de la escritura, abrevando de las fuentes orales, tradiciones, costumbres, cosmovisiones. Esta nueva escritura de sus lenguas orales posibilita la visión de lo propio y les permite confrontar su propio pensamiento y memoria. No todos los poemas aparecen en su versión bilingüe, no siempre se puede distinguir cuál es el original y cuál la traducción, algunos sólo fueron escritos en español o era la única versión disponible. Así pues, el español –de por sí el alfabeto– funciona como lengua franca para estas nuevas literaturas en lenguas mexicanas y de cierto modo es posible seguir escribiendo en ellas aun con la lengua franca.

Traducir permite ir entretejiendo puentes que van salvando los abismos entre las culturas, haciéndonos puentes con la palabra. «Enciendo trece versos, / hablo las lenguas que jamás me han enseñado, / imploro, suspiro, / entrego mi voz a otra voz, / ardo con fuego de los cielos / mientras la cera de los vocablos / cumple designios, reinventa el destino», escribe Waldernain Villegas en maya peninsular. El redescubrimiento de la propia lengua se transforma en autodefensa al captar un horizonte de resistencia a la abrumadora imposición global de la modernidad capitalista, que configura un mundo con tajantes cortes sexistas, racistas y clasistas. El capitalismo satisface necesidades destruyendo mundos. Pero lo que necesitamos son mundos y cada lengua es un mundo. Salvar mundos del exterminio, poner en común nuestra necesidad de mundos, permitir que una sensibilidad se constituya en fuerza material y se despliegue de forma autónoma. Dice Jun Tiburcio: «Dame letras en totonaco, / porque las letras españolas mienten. / Cántame en totonaco, / porque en español me ofenden. / Háblame en totonaco, / porque en español me gritan». Cuando un mundo –una lengua– se ha vuelto inhabitable, es necesaria una brisa de otro mundo. En los arroyos de otros mundos nacen las flores que necesitamos.

Y es que, como escribe el poeta binizáa Mario Molina Cruz, las lenguas de México tienen raíces en los cerros, en los ríos, en las tradiciones, incluso en el viento. Están sembradas en la tierra. La comunidad se explora con la lengua y va buscando su terruño, su libertad y su justicia. Las lenguas están entreveradas con el territorio y se van entretejiendo en crianza mutua. «La palabra extensión de raíz / hierba subterránea como cualquier animal / escondida en regocijo del calor de la tierra / camina silenciosa en la noche / para amanecer en el pensamiento profundo del lenguaje», dice Celerina Patricia Sánchez, ñuu savi. La palabra camina el mundo y los pueblos van caminando la palabra. Las lenguas indígenas apuntan a un fortalecimiento de los vínculos comunitarios. Son lenguas que no sujetan ni objetan al mundo y los seres, sino que ponen en relación. Si todo es un entramado de relaciones, entonces lo más importante es que nos escuchemos en nuestros corazones. Así como el bosque es el lienzo sagrado en donde se salvaguarda el cuerpo del venado, el cuerpo de la tribu se salvaguarda en el lienzo sagrado de la verdad, dice don Alfredo Osuna de la comunidad mayo yoreme de Cohuirimpo.

«Hoy que estamos todos», escribe Javier Castellanos Martínez en zapoteco de la Sierra, variante xhon, «hagamos como si las palabras fueran granos / granos de frijol o granos de maíz. / Y así como acostumbramos: / por un lado los granos buenos / por otro lado los granos viejos. / Esos granos buenos / esas palabras buenas / son las que ayudarán a nuestras vidas. // Aquí nos hemos juntado / para escoger el camino de nuestro pueblo». Así pues, este libro es una asamblea de pueblos, de lenguas, de culturas, que intenta con la palabra torcer los vientos que pretenden dañar al pueblo, como escribe Víctor Terán, zapoteco del Istmo. «Es alegre y es triste nuestra existencia», dice Natalio Hernández Hernández en náhuatl. «No quiero morir, / quiero disfrutar los nuevos cantos floridos, / los nuevos cantos del pueblo». Estos poemas van recorriendo sus lenguas con costales de palabras que vienen de la memoria más profunda y de la materialidad más encarnada, de una carnalidad cotidiana, dejándonos ver cómo es el mundo en esos territorios, cómo se siente el cuerpo, a qué saben las palabras en las que florece el pueblo. «Voy a mirar las flores / que se levantan en el campo. / Cuidaré las diferentes flores, / protegeré todas las que haya / para que vuelvan / hermosos nuestros montes», dice Dolores Batista, rarámuri. Esas flores son las lenguas que se hablan en todo México y que estos poetas van cantando con versos hechos de materia florida.

«La noche siente muy fresco al viento en su piel, / por eso con goce lo abraza por el cuello, / por eso lo aprieta con tanto gusto, / por eso no lo suelta», escribe en maya peninsular Margarita Kú Xool. Se sienten los elementos y los elementales presentes, entre imágenes divinas y terrenales, cruzando la senda de la vida, cuatrocientas leguas al infinito, hasta el ndabua isien, el nido de imágenes, dice, donde se platica, se discute y se aboga con los dioses que rigen el destino del mundo, como escribe en mazateco Juan Gregorio Regino. «Hay flores azules / detrás de la montaña, / allá en la cuesta, / que saben hablar, / que saben hablar. / Vamos a ver, / ustedes que saben / interprétenlas, / interprétenlas», dice Gabriel Pacheco Salvador, wixárika. Por más que uno cavile sobre lo que va a escribir, dice, siempre queda el vértigo de quien se asoma al fondo de una oscura profundidad inalcanzable, al otro lado de las sombras, donde apenas se logra vislumbrar la verdadera escritura que se resiste a ser develada.

La palabra de los pueblos siempre es colectiva y cuando estas palabras se juntan hacen asamblea y comparten aliento, conspiran, susurran sortilegios sin que escuchemos, dice Enriqueta Lúnez en tsotsil, y en esos susurros se les va la noche hasta que hallan otras formas de nombrar el mañana. Entonces se empieza a mirar el horizonte y los pueblos llegan y dan su aviso así nomás, como dice Francisco Martínez Gracián en lengua p’urépecha, «a quienes quieran oír / y a quienes no lo quieran / que ya llegó el tiempo / de nuestra independencia // porque ya no es justo / porque ya nos cansamos / porque ya no aceptamos / que nos den la mano // …no vamos / a pedir permiso / nuestra lucha ha terminado / nuestra lucha ya se hizo // lo que sigue es el todo / el pino propio / el propio lago / la madre tierra // el propio barrio / la asamblea / el diálogo / el mito // el rito / nuestra fiesta / la faena / nuestra existencia // nuestra siembra / nuestra cosecha / nuestra planta / medicinal // nuestra lengua / nuestra humanidad / nuestra raza / nuestra comunidad // su atención por favor / bueno bueno / ¿se oye pues? / se les da este aviso».

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