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LAS MUJERES NO NOS CALLAMOS MÁS

GLORIA MUÑOZ RAMÍREZ

La Habana, Cuba

Claudia Korol, feminista y educadora popular argentina, es parte de procesos y luchas en las que se involucra de tiempo completo desde hace más de 40 años. Es madre de Martina, periodista y escritora. Integrante del colectivo “Pañuelos en Rebeldía” y de “Feministas de Abya Yala”, articulación de colectivas del feminismo popular, indígena, negro y campesino. Claudia es, ante todo, una compañera.

El encuentro con Claudia Korol ocurre dentro del Taller Internacional de Paradigmas Emancipatorios celebrado en la Habana, Cuba, donde Claudia tiene parte de su quehacer, como lo tiene en Honduras, en Kurdistán o en cualquier lugar en el que se construye un proceso emancipador.

–¿En qué momento te haces feminista y por qué? ¿Qué lugar ocupa la lucha feminista en la acción transformadora?

–En principio no era feminista. Me hice porque pensé que era imprescindible la dimensión feminista en la lucha revolucionaria. Lo que existe hoy en el feminismo es una vitalidad de interpelación de la cultura no sólo patriarcal, sino también capitalista y colonial, que no la hacen en otros movimientos. El primer paro a (Mauricio) Macri se lo hicimos las feministas. Los sindicatos estaban discutiendo y discutiendo y nosotras hicimos paro internacional por un día, nos movilizamos, hicimos asambleas, debates. Luego nos preguntamos cómo para una desocupada, cómo paramos en el barrio. Fue un debate muy interesante que yo creo que excedió y superó a todas las que habíamos pensado el feminismo antes. Hay un debate con los sindicatos, que nos decían que no podíamos convocar a un paro nacional de mujeres, que tenían que ser los sindicatos. Pero se hizo un año y se hizo otro año y se hará el próximo 8 de marzo.

La lucha por la legalización del aborto, movimiento con una potencia histórica

La movilización por el aborto nos superó. No nació espontáneamente. Hay Encuentros Nacionales de Mujeres masivos y autoconvocados desde hace 33 años, en los que se fue gestando esta movilización que hoy irrumpe sorprendiendo  a las propias protagonistas. Cada año cambia la sede del Encuentro y cambia la comisión organizadora que se forma con las organizaciones de mujeres de la provincia elegida como sede. Hay un crecimiento del movimiento de mujeres. Hay compañeras que para ir a los encuentros ocupan Ministerios. Para el alojamiento de miles de mujeres se ocupan las escuelas de la ciudad. El feminismo es un movimiento con una potencia histórica. De estos encuentros de mujeres salió la lucha por la legalización del aborto hace ya más de 15 años, y esa campaña presentó ya siete proyectos de ley. No empezó la lucha el año pasado, hay una acumulación atrás. El Ni Una Menos en el 2015 fue un momento de crecimiento y multiplicación de las revoluciones feministas.

El año pasado fue maravilloso porque hubo una irrupción sobre todo de la generación joven, hasta de adolescentes. Llegaban las chicas del colegio secundario con su pañuelo verde uniéndose a la campaña por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito. El pañuelo se volvió parte su uniforme escolar, como ellas dicen. Lo que vimos fue maravilloso. Un millón de mujeres en las calles por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, enfrentándonos a los fundamentalismos religiosos, pues no estamos dispuestas a negociar nuestros cuerpos ni nuestros derechos.

Nos derrotaron en la cámara de Senadores, pero ya está de nuevo para presentarse otro proyecto de ley. No nos hemos desmovilizado.

–¿No se logró la ley, pero qué sí se logró?

–Lo que logramos, sobre todo, fue que en los barrios populares se pueda hablar abiertamente. Es decir, el aborto no fue legalizado, pero fue legitimado, y estamos haciendo prácticas de aborto, acompañándolo. Hay unas redes socorristas que a pesar de que no es ley, informan y acompañan. Hay también una red de profesionales de la salud que hace abortos en los hospitales.

–El movimiento feminista en Argentina es una referencia indiscutible en el mundo. ¿Cuáles son sus retos?

–En el último encuentro nacional de mujeres hubo un debate muy grande, porque las hermanas de pueblos originarios y negros propusieron cambiar el nombre de nacional a plurinacional, para incluir a todos los pueblos que habitan los distintos territorios y asumir la historia de la colonización, pero no se resolvió. El otro debate fue que no fuera un encuentro sólo de mujeres sino también de lesbianas, travestis, transexuales, abrir el encuentro a las disidencias que están siendo parte de la lucha feminista y antipatriarcal.

Creemos que el próximo encuentro será con el cambio del nombre, pero eso marca dos debates: la necesidad de fortalecer la dimensión anticolonial y antiracista del feminismo, sobre todo en Argentina que es un país sumamente racista y donde el feminismo también ha tenido una hegemonía blanca y ha estado alejado de la vida de las comunidades. También proponemos fortalecer el internacionalismo, rompiendo la idea de las fronteras coloniales que nos fragmentan como pueblos, sobre todo ahora que el tema migratorio está tan fuerte. El debate es con el proyecto del Estado-Nación y en este debate el impacto del populismo ha sido fatal.

También debemos debatir la idea del feminismo como una identidad biologicista que depende sólo del cuerpo de la mujer, pues hay feminismos que pueden estar con los travestis, las transexuales, que también han sido calladas y asesinadas. Esto nos planteó la idea del feminismo desde otros cuerpos. Hoy hay cientos de travestis que se definen como feministas y que se incluyen en nuestros espacios.

Hay un desafío de los feminismos populares para saber cómo enfrentar la vida cotidiana, enfrentándonos a los proyectos neoliberales que nos dejan sin derechos. Así nació el feminismo popular, la última etapa, en Argentina. Debemos hacer lo popular de nuevo, lo comunitario, hacer intercambios con el movimiento campesino, discutir la soberanía alimentaria, energética, el cuidado de la naturaleza. Tenemos que aprender a escuchar la historia de la defensa de los pueblos y los territorios y los actos contra la violencia y el feminicidio.

Algo importante que ha sucedido en los últimos meses en el feminismo argentino es poder decir colectivamente que “no nos callamos más”. Hubo una situación particular con la denuncia de una actriz que siendo muy joven sufrió violencia sexual de un conocido actor, y eso impulsó a las actrices argentinas feministas a acompañar esa denuncia, que fue hecha en Nicaragua donde sucedió la violencia. Es una paradoja recurrir a la justicia en un país donde el presidente está acusado de violación. Hay un gran acostumbramiento a no denunciar, pero nosotras tenemos que romper todos esos silencios, aunque quienes produzcan las violencias y abusos sean parientes o amigos.

Otra de las cosas que yo creo que sí logramos las feministas es romper varias barreras. En el movimiento por el aborto hay gente de todos los partidos, de distintos sindicatos. El feminismo es transversal a buena parte de esos movimientos. Hay espacios feministas en todas las centrales sindicales. Aunque desde las lógicas patriarcales nos digan que dividimos a los movimientos, lo cierto es que logramos alianzas que no se producen en otros tipos de resistencias.

Lo que es cierto es que el feminismo problematiza a determinados sectores sociales organizados, pero no por ser otra lucha, porque somos parte de los sindicatos, de los movimientos por los derechos, pero si en el sindicato hay un dirigente patriarcal violento, lo vamos a señalar. ¿Eso divide, o divide él cuando está violentando a las compañeras?

En otros tiempos nos maltrataban dentro de los sindicatos y los partidos y nos íbamos, porque pensábamos que no podíamos sobrevivir. En cambio hoy predomina el que no nos vamos, sino que denunciamos y exigimos un cambio. Así es como ellos se sienten amenazados.

Nosotras nos identificamos como feministas populares, y hemos interpelado a sectores del feminismo que tenían sólo una agenda de género con cuatro temas, o que asumieron posiciones que en nuestra opinión son muy funcionales al capitalismo, al neoliberalismo y promueven el individualismo.

Somos campesinas, indígenas, negras, villeras, trabajadoras formales e informales, precarizadas, jóvenes, viejas, pero en luchas por el aborto o contra los femicidios y violencias vamos todas. Más que dividirnos, hemos logrado generar encuentros con determinadas temáticas que son transversales. Lo que no hemos aceptado es que los movimientos sindicales o políticos nos cuestionen cuando estamos denunciando la violencia de algunos de sus líderes.

–¿Qué papel ocupa la calle en la lucha feminista, en específico en la del derecho al aborto?

–Ya había dicho que siete veces presentamos el proyecto de ley por el derecho al aborto en el Congreso. El gobierno de Cristina Kirchner y sus diputados no lo avalaron. Ahora, ella como senadora, votó a favor en el Senado, en el gobierno de Macri. Tenía mayoría en el Congreso cuando era presidenta y podía haber salido la ley. Pero no.

En el kirchnerismo se puso una camisa de fuerza a la movilización. Tengo compañeras feministas que siendo kirchneristas estuvieron todos los años dando esta batalla a la par, pero otra parte dijo que si la jefa dice no, entonces no. Muchas de ellas, yo creo, se sintieron liberadas de cualquier compromiso ahora. Pero también se dieron otros procesos.

En 2015 se da la emergencia del movimiento de Ni Una Menos. Fue una irrupción de cansancio, porque hubo un salto en los feminicidios y en su visibilización. Nos están matando más, pero también se está viendo más. Hay una cantidad de periodistas feministas que lo comunicaron como antes no se hacía.

Tenemos debates entre nosotras sobre cómo visibilizar, para evitar que estas modalidades de crímenes se repitan. Te dicen, “te vamos a matar como a tal, que la quemaron viva”. Tenemos debates muy fuertes sobre cómo comunicar los feminicidios sin poner en riesgo la vida. Ahí hay complicidad del Estado, del crimen organizado y de las fuerzas policiales. Por eso el año pasado hicimos un proceso de juicio a la justicia patriarcal, donde procesamos más de 80 casos de denuncias de violencia, denunciando cómo la justicia actuó para legitimar esas violencias, desde el crimen de Berta Cáceres hasta las desapariciones de jó venes y adolescentes. En todos estos procesos está metida la justicia y el Estado.

Denunciar es un riesgo de vida. Nos preguntamos cómo hacer y qué redes crear para que no corra riesgo nuestra vida sólo por denunciar.  El tema de la violencia va a crecer como desafío y no creemos que haya que hacer miles de refugios como respuesta. Hay políticas públicas que son miserables, porque no podemos encerrar a todas las mujeres amenazadas, pues además llevas al aislamiento de la persona. Entonces, ¿cuál es la red poderosa que no es estatal, que tenemos que construir nosotras? Nos preguntamos también cómo apoyar a las mujeres de la revolución kurda, porque es nuestra revolución también, y las están matando. Es una revolución de mujeres que interpela al capitalismo, al patriarcado y al colonialismo. Y no nos quedamos sólo en políticas de Estado que nos llevarían a callarnos frente a esas masacres que se siguen reproduciendo. Qué hacemos con las mujeres zapatistas, cómo acompañamos a las mujeres del Movimiento de los Sin Tierra que ahora van a sufrir una ofensiva brutal. Hay que fortalecer no sólo las redes locales, sino también las del mundo.

–Los gobiernos progresistas en América Latina. ¿Cómo fue el proceso de cambio o transformación, que fue tan débilmente defendido en algunos casos o directamente rechazado en los procesos electorales? –Algunas creímos, cuando asumieron estos gobiernos, que lo que estaba sucediendo era un voto de castigo a las políticas neoliberales que tanto golpearon a los sectores populares, pero también veíamos que podría producirse un voto de castigo después para quienes no cumplieran con esa expectativa, sobre todo si esos gobiernos enajenaban el protagonismo popular y el rol de las organizaciones populares.

Hoy estamos viviendo un momento muy duro, con la ofensiva de la derecha conservadora, la derecha fascista en algunos casos, que busca disciplinar a los movimientos populares a través de la militarización, de la represión, del accionar ideológico de las iglesias fundamentalistas, del control y de un conjunto de medidas que tratan de hacer retroceder a los sectores de mujeres. Hay que analizar que se está generando una lógica en la que cada vez menos sentido tienen las elecciones para la derecha. Las izquierdas, en cambio, creen en algo que las derechas ya no creen ni respetan.

Actualmente hay una guerra contra los pueblos y las comunidades, contra las mujeres, contra las disidencias. A las comunidades las están expulsando, arrinconando, sacando de sus territorios, porque el poder transnacional va por la apropiación de los bienes comunes. A los sectores populares los están arrinconando a través de las políticas neoliberales que los hacen perder derechos conquistados, y los derechos históricos de los trabajadores, de los pobladores, el derecho a la salud, a la educación. Hay un conjunto de derechos perdidos rápidamente, y un crecimiento rápido de la pobreza. Paralelamente están avanzando sobre los cuerpos de las mujeres a través de la violencia, de los feminicidios, del incremento de la violencia sexual como forma de control. Nos quieren aterrorizar y disciplinar.

Ese cuadro está en casi todos los países. Hay espacios donde se está resistiendo en las calles. Tenemos todavía la fuerza de la Revolución Cubana, un aliento para los pueblos del continente, pero tenemos que ser claros en que en esta guerra están en juego nuestras vidas, nuestros proyectos y nuestros sueños. Por eso nuestra tarea es hacer una mirada autocrítica de las experiencias y sostener la esperanza, pues un pueblo sin esperanza deja de luchar.

Tenemos que hacer autocrítica y hablar de todos los problemas que tenemos, hasta donde sepamos, pero con total honestidad. Se debe tratar de fomentar el pensamiento crítico, mostrar todas las realidades y los debates, porque si no vamos a llegar a los nuevos procesos con la misma lógica.

México en la mira

Al gobierno de Andrés Manuel López Obrador se le mira como se le miró al gobierno de Lula o de Kirchner, sin diferenciación de los procesos y sin advertir nada de los riesgos que hay en esos procesos y los proyectos que están detrás.

Asusta que no haya una mirada autocrítica de lo que nos pasó, lo que quedó como dificultad. Por ejemplo, la cooptación del Estado de las organizaciones sociales y sindicales de una gran parte de lo que fue el movimiento autónomo en Argentina en el 2000 o 2001, debilitó al campo popular. Con Kirchner tuvimos un modo de vida un poco más aliviado porque había algunos recursos para las organizaciones, pero cuando tenías que pararte a luchar con autonomía dependías de esos recursos. Hoy hay que rehacer la autonomía, porque ha sido castigada esa idea y se ha proclamado una revolución desde arriba, desde el Estado. Pero ni el movimiento, y mucho menos la revolución, debe quedar subordinado al Estado.

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