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RED EN DEFENSA DEL MAÍZ “ANTE TODO LO QUE SE NOS VIENE ENCIMA” / 264

Verónica Villa y Ramón Vera-Herrera

San Juan Bautista Sahcabchén

Entre el 22 y el 24 de marzo de 2019, se celebró en San Juan Bautista Sahcabchén la asamblea de la Red en Defensa del Maíz, espacio que se ha mantenido ya por casi 18 años reuniendo comunidades, movimientos, organizaciones, personas provenientes de la academia, centros de investigación independiente, consumido­res y gente interesada en la alimentación, además de sindicatos, activistas, promotoras y promotores de la agricultura campesina agroecológica. Gente que de­fiende no sólo el maíz en abstracto, sino los pueblos y comunidades que guardan una relación milenaria con el maíz y su propia comunidad: la milpa y sus saberes an­cestrales. Esto hace de tal espacio un sitio de encuentro para todas aquellas personas que buscan defender las semillas nativas, pero como corazón de la vida campe­sina e indígena, y con ella sus territorios, la comunidad y su lógica de cuidado y autonomía como herramientas contra el hambre, por la emancipación y resistiendo los proyectos extractivos.

Que la reunión fuera en la Península de Yucatán fue muy afortunado (ver texto sobre el tren maya en este mismo número). La gente pudo solventar lo que recuerda, siente y piensa de lo que significa un tren, y lo que implica que el tren sea en realidad una andana­da de proyectos concomitantes. La asamblea rechazó el tramado enorme de megaproyectos peninsulares de todo tipo y la lógica industrial tras los gigantescos aerogeneradores y sus innumerables impactos negati­vos sobre polinizadores, semillas y corrientes de viento ancestrales.

Más allá del Tren Maya, las comunidades proce­dentes de Jalisco, Veracruz, Guanajuato, Mi­choacán, Hidalgo, Tlaxcala, Puebla, Estado de México, Colima, Oaxaca, Chiapas, Campeche, Yucatán y Quintana Roo discutieron el modo en que el nuevo gobierno llegó a imponer programas que individualizan el trato y evi­tan la relación con cualquier organización social, asig­nando cinco mil pesos a cada productor en el Proyecto Sembrando Vida, que implica sembrar árboles frutales y maderables, entreverados con milpa.

Según la página del programa, éste se aplica por ahora en 19 entidades federativas e “incentivará a los sujetos agrarios a establecer sistemas productivos agro­forestales, [...] combina la producción de los cultivos tradicionales en conjunto con árboles frutícolas y made­rables, y el sistema de Milpa Intercalada entre Árboles Frutales (MIAF), con lo que se contribuirá a generar empleos, se incentivará la autosuficiencia alimentaria, se mejorarán los ingresos de las y los pobladores y se re­cuperará la cobertura forestal de un millón de hectáreas en el país”. Lo que no dice la página es que en otros paí­ses esta agroforestería ha tenido resultados desiguales.

Y si en apariencia suena bien, algunos participantes lo impugnaron señalando que en muchas regiones en realidad implica “terminar con la agricultura itinerante o de montaña, una agricultura ya de por sí perseguida porque, desde fuera, sin entendimiento de lo que impli­ca, se piensa que, por practicar la roza, tumba y quema (en realidad una quema con tumba y roza ligeros) es promotora de la deforestación. Muchos extensionistas y técnicos la consideran nociva, cuando que por siglos ha sido uno de los mecanismos que han permitido recupe­rar selvas y mantener el monte vivo, siempre y cuando las poblaciones puedan moverse por su territorio y no estén anclados a un parcelado fijo que haría insusten­table tal solución”, como testimoniaron varias personas participantes que se quejan de que los incluidos en el programa (aun en Kalakmul, reserva de la biosfera), ya comienzan a deforestar para sembrar frutales y madera­bles autorizados por el programa. Se quejan de que las autoridades les exijan establecer su geo-posicionamien­to satelital, un parcelado fijo, y dejen de moverse por el territorio, y de que el objetivo es acabar con los 6.5 millones hectáreas donde funciona y vive la agricultura de montaña (llamada también agricultura territorial) que siembra una milpa muy diversas en lo cerrado del monte, sobre las pendientes de coamil más empinadas, pero que respeta el suelo y le brinda fertilidad con ceni­za y calor sin destruir el entorno.

Para ese núcleo de participantes, la preocupación, bastante importante, es que se afecta a la comunidad y la asamblea, al romper los vínculos y las gestiones mu­tuas que implica una agricultura que deambula en un territorio común sobre el que hay que tomar acuerdos y sincronizar esfuerzos mutuos.

Con el trato individualizado, los dineros mensuales al “sujeto agrario”, la exigencia de fijarse en un predio vigilado, el desmonte que implica la promoción de sus especies y una milpa “alfa” acotada, más la reducción de especies y saberes implicados, crece la preocupación por la comunidad, la agricultura ancestral y la autonomía.

La asamblea de la Red fue muy vehemente en impugnar los interminables saqueos y destruccio­nes de las fuentes de agua “lo que pone en peligro la existencia actual y futura de nuestra gente”. Un ejemplo a la mano era la propia comunidad anfitriona donde empresarios menonitas con terrenos que les vendieron personas del ejido, se empeñan en sembrar arroz en tierras impropias y lo “logran” a costa de acaparar y de­vastar las fuentes hídricas subterráneas de la comunidad con bombas de riego que amenazan acabar con el agua de toda la región.

La asamblea se quejó también de las consultas inapropiadas, de las zonas económicas especiales, del “turismo del tipo más abusivo y destructivo como el que se vive en Cancún y Playa del Carmen con su carga de envilecimiento y narcotráfico, corrupción y muer­te”. Se quejó de la urbanización desmedida, y declaró enfáticamente estar decidida a seguir siendo comuni­dades campesinas. “Nuestra vida está puesta en cuidar el monte, las aguas, nuestros suelos, nuestras semillas, nuestra soberanía alimentaria, pero también y muy centralmente nuestras asambleas y espacios colectivos, sean comunidades, ejidos, consejos locales y regiona­les, colectivos y redes de guardianas y guardianes de semillas o de rubro apícola, organizaciones de la socie­dad civil o asociación de vecinos y todo lo que refuerce nuestra vida comunitaria”.

Un punto especial fue rechazar los tratados de libre comercio, “acuerdos entre los poderes económicos del mundo enfocados en aumentar las ganancias, sin impor­tar a quién o qué tengan que destruir”. Rechazaron en especial el T-MEC, “porque revivirá las normas interna­cionales para el control de las semillas y la agricultura por parte de las corporaciones, (UPOV 91) y que hasta el día de hoy no ha aplicado en México”.

La reunión fue nutrida, festiva, y culminó con un tianguis donde se vendieron e intercambiaron semillas, miel, productos de medicina natural y una infinidad de artesanías.

Y no dejaron de anotar que había sido una reunión preparatoria “para todo lo que se nos viene encima”.

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