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EN EL JARDÍN DE LAS LENGUAS Y LAS RESISTENCIAS

Abya Yala: Revista de la Universidad de México,

Nueva época, número 847, abril de 2019

 

Las lenguas indígenas de México: Arqueología mexicana, edición especial 85, abril de 2019

En abril, dos veteranas y apreciables revistas dedicaron sus páginas a los pueblos originarios y sus lenguas. Mientras la rejuvenecida Revista de la Universidad de México dedicó su amplio espacio a una revisión continental, si no exhaustiva sí muy representativa de la actualidad real de los pueblos en todo el continente, Arqueología mexicana, con la acuciosidad y el empuje que la caracterizan, se sumergió en el mar de las lenguas mexicanas de manera sugerente y abre muy útiles avenidas para no sólo cuantificar y describir los idiomas de México y sus expresiones vivas, sino para ir a sus voces y fuentes. De hecho, ambos mensuarios proporcionan el código digital para acceder desde cualquier celular al sonido y la modulación de algunos de nuestros idiomas contemporáneos. Hasta que se haga costumbre.

La revista universitaria, ahora en un formato de libro ilustrado, ambicioso como Lapham Review o Granta, logra un panorama admirablemente completo, desde una perspectiva empática con las resistencias y despertares que alimentan desde el fondo cualquier hecho histórico o manifestación cultural y comunitaria del continente americano. En su editorial, Guadalupe Nettel pone en claro el punto de vista del número titulado Abya Yala: desde el siglo XVI América no ha dejado nunca de estar colonizada. “Todos los días se ejerce la discriminación; todos los días se fuerza a los indígenas a que dejen de hablar su lengua y adopten la del opresor; todos los días se amenaza con despojarlos de su cultura, de sus tradiciones y de sus territorios; todos los días, bajo el pretexto de integrarlos a la ‘modernidad’ o al ‘progreso’, se pretende invisibilizarlos. El colonialismo tiene muchas caras”. Entre ellas, “las acciones extractivistas de las grandes empresas, la intervención del ejército en las comunidades, la ciencia enfocada en obtener recursos de la naturaleza, las escuelas que privilegian a una cultura hegemónica y desprecian a las otras”.

Éstas son las líneas de la mano de la América profunda. Escriben Yásnaya Elena A. Gil sobre el cansancio que genera vivir en constante resistencia; el poeta guna Arysteides Turpana, acerca de la situación de su comarca (en Panamá); la activista sarayacu (Ecuador) Patricia Gualinga en torno a la filosofía del buen vivir, y la socióloga maya k’iche’ (Guatemala) Gladys Tzul Tzul narra la campaña de las mujeres de Tzejá en contra del alcoholismo. Desde el círculo polar Ártico a Wallmapu, como ilustra un simpático mapa horizontal del hemisferio en las primeras páginas, la Revista de la Universidad de México pone sobre el asador las protestas en Standing Rock contra un oleoducto y el despertar de los pueblos en Canadá (“retorno” lo llama John Ralston Saul), el impacto del alzamiento zapatista, la defensa de la Amazonía, la lucidez existencial de los nasas en Colombia, la reivindicación territorial mapuche. Francisco López Bárcenas insiste en la autonomía de los pueblos indígenas, y de Jesús Cossio se publica un pasaje de su novela gráfica Conga, sobre el conflicto minero en Cajamarca, Perú. La muestra gráfica y fotográfica logra redondear este número de colección, y claro, accesible en línea.

Patricia Gualinga, parte del relevo generacional y hoy figura internacional en la ejemplar resistencia kichwa en la selva amazónica de Sarayaku, exponía en Suecia (2017) lo que su pueblo entiende por “buen vivir” en una línea que definitivamente comparten muchísimos pueblos originarios y vigentes en las Américas:

“Les venimos a decir que, aunque no les estamos pidiendo que vivan como nosotros, hay un peligro inminente para la supervivencia del ser humano, y que no necesariamente la acumulación de riquezas genera felicidad y que los pueblos indígenas no tenemos ninguna pobreza. En la Amazonía, por ejemplo, donde por el calor tenemos casas de hojas, se cocina con leña y los niños andan descalzos y saltan al río, se trata del contexto en el que estamos viviendo, no significa que seamos pobres. Que usemos menos ropa, dentro de nuestro contexto, no significa que necesariamente estemos sufriendo de pobreza. Alguna vez discutía con una persona que me decía: ‘Ustedes son pobres, están sentados sobre la riqueza, no dejan explotar los recursos, son un impedimento para el desarrollo del país y son una piedra en el zapato’”.

Obviamente, añade, “tenemos que responder”. Todo depende de cómo se ve la pobreza: “¿Quién es más feliz, el indígena o el que vive en la gran ciudad, sobresaturado con que si no tiene casa, con pagar la renta, la luz, el teléfono, los impuestos y todo, y llega al final del mes totalmente exhausto? ¿O el indígena que está en el Amazonas, en un territorio vasto, limpio, sin químicos o comiendo comida orgánica, cazando en el agua o en las montañas, recolectando frutos y al final del día duerme tranquilamente? O sea, ¿en qué medida nosotros estamos hablando de qué es buen vivir?”.

Por supuesto que esta realidad varía mucho a lo largo de este hemisferio, pero aún en la miseria, el abandono y la esclavitud, los pueblos y sus gentes poseen una visión alternativa y muy fértil del mundo y de la vida humana, la naturaleza, las dimensiones de lo sagrado, las razones del arte y los motivos de la revuelta.

Especializada y sin embargo de gran éxito divulgador, Arqueología mexicana vuelve a mostrar la elasticidad y amplitud de su registro que le permite ser una revista sobre las civilizaciones de hace siglos y sobre sus hijos hoy en día. La piedra milenaria y los códices se han encontrado en sus páginas con la vida botánica, gastronómica, artística y cultural del presente. Al calor del actual Año Internacional de las Lenguas Indígenas, en menos de cien páginas generosamente ilustradas, la publicación trae mucho más de lo que parece. Para empezar, un catálogo “lengua por lengua” con 91 mapas; registra sus estructuras lingüísticas, su localización geográfica tradicional, las ilustra con poesía en lenguas originarias, que también se potencian con ligas digitales a videos, fotografías, audios, diccionarios, estudios.

Organiza por grupos y familias las lenguas mexicanas y sus conexiones digitales y hasta cósmicas, y se guía puntualmente a través de textos de autores imprescindibles como Alfredo López Austin, Miguel León Portilla, Gullermo Bonfil Batalla y Mauricio Swadesh. En tanto, Leonardo Manrique traza las rutas que van de lo lingüístico a lo arquelógico, y Benjamín Muratalla trae a cuento la Fonoteca del INAH, rica en tesoros music.ales y orales de los muchos mundos que son México, un acervo que los proyecta al futuro: “El sonido viaja por el espacio-tiempo y lleva consigo nuestras músicas, cantos y palabras”.

En esta “puesta al día del estado que guardan el conjunto de lenguas indígenas” habladas en el territorio nacional, el editor Enrique Vela destaca el vigor de las lenguas, sin omitir su fragilidad y la “notable resistencia de los pueblos indios” a las “políticas de inclusión en una idea de nación homogénea y los embates de la veloz globalización”. Por último, mencionamos que las dos publicaciones aquí reseñadas alimentan su muestra de escritura en lenguas originarias del volumen Insurrección de las palabras (Ítaca, México, 2018), una selección de la poesía indígena publicada en Ojarasca, durante tres décadas. Su consideración nos honra y hermana aún más con estas dos revistas pertinaces e imprescindibles.

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