Síntomas / 266
En el caos de mortandad violenta que está asolando a México, cualquier activista o poblador que resulte “peligroso” o “estorbe” podrá ser eliminado y su caso quedará circunscrito al desglose de cuentas y gráficas. Periodista, ambientalista, mujer (y si dirigente, peor), autoridad comunal o ejidal, policía comunitario, defensor de derechos humanos y del migrante, se suman al que no pagó derecho de piso, al secuestrado que no será devuelto, a la muchachita que “desapareció”, al pasajero que no cooperó, al que venía pasando. A partir de 2007, el Estado mexicano se retiró de la protección de los ciudadanos, adoptando una suerte de represión pasiva. El crimen organizado ayuda a despejar el terreno a minas, pozos, vías, ductos, plantas, presas, desarrollos inmobiliarios y hoteleros.
El resto lo hace la fuerza pública. La confusión del número sella la impunidad de los criminales y disfraza la incompetencia de las autoridades. No obstante, la trivialización de las cifras crea su propia verdad profunda en la rabia y la inconformidad ciudadana. El dolor no deja dormir a las conciencias. Hurtando la expresión a Edmundo Valadés, la muerte tiene permiso, hasta llegar a la mortífera cotidianidad en la Sierra de Guerrero, o la tensión peligrosa en Los Altos de Chiapas, al borde de una nueva matazón paramilitar desde Chenalhó, otra vez a cargo de aliados del gobierno federal y estatal.
Alarmantes expresiones de odio e intolerancia contra migrantes inundan las redes sociales, los medios fraudulentos y no pocas conversaciones, mientras presenciamos el intempestivo despliegue de la Guardia Nacional en su gallardo debut enfrentando a mujeres, niños, adultos mayores, además de un buen número de varones indefensos que trabajarían si tuvieran dónde, en qué, cómo. La feligresía del gobierno federal aplaude, y en redes vitupera y desprecia a quien exprese simpatía o mero reconocimiento a estos viajantes forzados de la pobreza al sueño de la desesperación. Albergues, movimientos civiles, incluso almas caritativas corren peligro. De Chiapas y Tabasco para el norte sube una nueva oleada de racismo (azuzada tal vez por los Amos de las Redes Planetarias), a tono con las fobias europeas del siglo XXI y la ignominiosa campaña electoral del presidente yanqui, que con embustes y chantajes hace de México, no “tercer país seguro”, sino trampa mortal para los nuevos condenados de la Tierra. Y como apostilla, el despliegue militar de Estados Unidos en la frontera de Guatemala con México. Por primera vez en la historia, estamos rodeados por el imperio. Vigila todas nuestras fronteras.