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LA FRANJA CHIAPAS-GUATEMALA

DOLORES CAMACHO VELÁZQUEZ

UNA RÁPIDA MIRADA A LA FRONTERA CALIENTE

Como parte de un proyecto de investigación financiado  por la DGAPA-UNAM, realizamos dos  recorridos de campo en la franja fronteriza Chiapas-  Guatemala, el primero en 2017 y el segundo  en 2018. Obtuvimos información de primera mano que nos  permitió reconstruir experiencias de vida con gran contenido  solidario y buenas relaciones entre habitantes de ambos  lados de la frontera; obviamente la vida en frontera es compleja,  la frontera entre dos estados nacionales siempre está  presente como línea que separa, sin embargo la multitud  de relaciones culturales, familiares y de vida que tienen estas  poblaciones hacen que esa línea no se perciba en varios  puntos de la franja, por lo que hablar de cerrar la frontera  es ilusorio,  la cantidad de pasos fronterizos “no formales”, en  algunos casos con controles de las propias comunidades y  en otros sin ningún control, es mucho mayor a la de los pasos  legales, además existe gran cantidad de acuerdos locales y  relaciones solidarias históricas entre las poblaciones que hacen  pensar en “la línea” como imaginaria.

Con el fin de conocer qué estaba pasando en estos territorios  en junio de 2019 recorrimos la frontera por el lado del  Suchiate y la Mesilla. Nos interesaba ver lo que estaba cambiando  a raíz de las modificaciones de las políticas migratorias  de México ante la llegada a la presidencia de Andrés  Manuel López Obrador. En sus inicios el gobierno anunció el  respeto a los derechos de los migrantes centroamericanos en  su paso hacia Estados Unidos aseguró que ese tránsito sería  con reconocimiento legal a través de permisos migratorios.  Las respuestas a estos anuncios se dieron en dos frentes. Por  un lado Donald Trump manifestó su inconformidad y asumió  medidas drásticas para desincentivar la llegada de migrantes  hacia su país. Por el otro lado, la cantidad de migrantes creció  a niveles incontrolables, ello propició que estas buenas  intenciones se modificaran, al grado de llevar a la Guardia  Nacional a hacer frente a la ola de migrantes que intentan  atravesar el país para llegar hacia Estados Unidos.

Hay varias sendas para el análisis y muchos estudios  hay sobre los migrantes, pero lo que nos interesa es documentar  qué pasa en los territorios fronterizos. La cantidad  de migrantes se incrementó no sólo por el anuncio de libertad  de tránsito sino también porque los “coyotes” que negocian  con el tráfico de personas vieron una oportunidad para  llevar a más “clientes” hacia su destino. Se ha documentado  cómo éstos realizaron anuncios tanto en Honduras como en  el Salvador para integrarse en caravanas y así llegar hacia  los Estados Unidos. Esta cantidad de migrantes juntos desestabilizó  las zonas fronterizas, primero los pasos legales, al  intentar cruzar con documentos expedidos por autoridades  mexicanas que garantizan refugio para las personas que huyen  por problemas políticos, económicos o por violencia. La  incapacidad de atender a todos los solicitantes detuvo la expedición  de documentos; esto propició que la gente desesperada  volviera a buscar los cruces no legales que son tan  comunes en esta frontera. Tales cruces son controlados por  grupos de la delincuencia organizada y no tan organizada.  Asaltan, secuestran, asesinan, violan o les ofrecen cruzar el  país a cambio de dólares que deberán ser pagados por sus  familiares; la mayor parte de las veces esto tampoco garantiza  que los lleven hacia su destino.

Estos caminos siempre han sido peligrosos y aun así utilizados,  ahora están invadidos por migrantes que recorren  grandes extensiones de territorio chiapaneco a merced de  los grupos delincuenciales, y aun peor, ante la militarización  de la frontera se han extendido las rutas de paso. Diversos  municipios de los Altos de Chiapas se han visto involucrados  en actividades relacionadas con el tráfico de migrantes. En  Zinacantán apareció caminando un grupo de centroamericanos  abandonados por ahí. La gente de estos municipios  habla y señala a grupos de transportistas que dan servicio a  gente “rara” que pasa por sus comunidades .

Otro problema es el cambio en las reacciones de la  población local. Apenas hace un año podíamos afirmar  que los casos de discriminación y odio no eran significativos  en la franja fronteriza, dadas las múltiples historias de relaciones  familiares que hay entre la población fronteriza. La  primera caravana de octubre 2018 tuvo todo tipo de apoyos  de la gente a su paso por los pueblos. Sin embargo, ahora está  cambiando esa percepción. Los medios de comunicación realzan  el miedo hacia el “otro”, el que viene “del otro lado”.  En gran medida las noticias sobre las grandes caravanas invasivas  y las denuncias de que vienen delincuentes, “gente  mala”, como lo afirmó Trump y los medios repitieron, propició  desconfianza en ellos, y las otras caravanas fueron vistas  con recelo y gran desconfianza. También influyó el anuncio  del gobierno sobre apoyos hacia estos migrantes ofreciendo  trabajos temporales. Si consideramos que estas poblaciones  son pobres en constante búsqueda de apoyos gubernamentales,  es entendible que los vean como competencia. Son  cada vez más los migrantes que abarrotan sus territorios, los  ven como quienes les quitan los pocos apoyos del gobierno  y también les generan temor porque ya no se van, muchos se  están estableciendo en ejidos y localidades, o están en los  centros de detención o en las calles y terrenos marginales a  las carreteras huyendo de las autoridades.

Algunos comentarios recogidos del lado mexicano: “ya no se puede confiar, hay gente  mala y no se van”; “ahora hay muchos; ya da miedo  porque se quieren quedar aquí, no sólo van de paso, antes  venían a trabajar, ahora ya no se sabe”; “ahora hasta el trabajo  que es para nosotros se los quieren dar a ellos, que les dé su  gobierno”.

Del lado guatemalteco, en Huehuetenango: “yo siempre  he apoyado a los migrantes, si yo soy guatemalteco, pero  vivo en territorio fronterizo y no me gusta que la gente  que viene de tantos países se quede en mi pueblo”; “ya cuando  nos afecta, sí preocupa”.

A principios de julio en la Mesilla, justo en el punto de migración  del lado guatemalteco se aglomeran coches y gente  que llora. Es la llegada de una carroza funeraria que trae a un  hombre muerto en México, lo traen de regreso a sus familiares  que lo esperan del otro lado junto con a una carroza de  un funeral de Sololá, Guatemala. Los comentarios de las personas  que están en la fila del banco son de desaprobación  por la migración de las personas: “si ya saben que se van a  morir porque se van”; “aquí, aunque sea pobres, pero con la  familia”; “ya son varios los muertos que vienen a dejar aquí,  pero no entienden”. Otro aspecto que ha cambiado es la rigurosidad  de Migración. Las oficinas de INM en estas fronteras  eran relajadas, los mexicanos entraban y salían —cuando lo  hacían formalmente sólo checando salida y entrada—, ahora  el trámite es lento porque además de que se han puesto más  trabas a las entradas de extranjeros, los mexicanos debemos  llenar formatos como se hace en los aeropuertos.

Es evidente que se registran cambios severos no sólo en  los territorios fronterizos sino también en buena parte del territorio  chiapaneco. La pregunta ahora es cómo se resolverá  este problema sin afectar a la población fronteriza pero tampoco  a la gran cantidad de migrantes, la mayoría indígenas  y pobres que por necesidad salen de su territorio, situación  que no cambiará puesto que las condiciones que los expulsan  se mantienen.

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Dolores Camacho es investigadora del CIMSUR-UNAM,  responsable del proyecto PAPIIT No. IN303217 “La frontera  Chiapas-Guatemala: territorio, problemáticas y dinámicas  sociales” DGAPA-UNAM.


 

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