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CHERÁN DE LAS MUJERES / 269

ALFA CORAL ENRÍQUEZ REYES

UNA EXPERIENCIA DE GOBIERNO COMUNITARIO

La mujer en la comunidad es protección del hogar. De entrada, tenemos que entender que la mujer es muy importante porque es la que valora y da sentido a la comunidad. Es quien transmite los conocimientos de vida, quien conoce los periodos naturales de la vida comunitaria. Formamos parte intrínseca de la vida propia; no estamos desvinculadas. Somos las poseedoras y las responsables de transmitir estos saberes pues entendemos lo que está pasando en nuestro territorio y las necesidades que esto conlleva. Los compromisos son mucho más sentidos en nosotras.

La mujer en el pueblo purhépecha interpreta y transmite las manifestaciones de la naturaleza; las entiende y atesora. Vigila el cumplimento de los roles comunitarios y reconoce el valor de cada miembro de la comunidad, porque somos nosotras quienes les enseñamos a las nuevas generaciones el respeto a los abuelos y a su palabra, el respeto a la asamblea comunitaria, a la asamblea de barrio, a las autoridades comunitarias elegidas por usos y costumbres pero igualmente el respeto entre nosotros mismos, los iguales. A la naturaleza, a nuestra madre tierra, al agua, los animales, el territorio. El papel de la mujer está bien identificado y es muy importante para la comunidad.

Las mujeres que me acompañan tienen en el objetivo de vida a su compañero. Al formar una familia, el diálogo y la articulación con tu pareja es muy importante y va a estar en consonancia con el papel que juegas dentro de la comunidad. Si a mí me tocó vivir con un compañero que su actividad es la de reproducir la medicina tradicional, tengo que estar en consonancia con esta actividad; tengo que ser capaz de aprender y transmitirlo con todo el respeto a mis hijos. La mujer atesora la historia familiar y de la comunidad.

En el pueblo purhépecha la mujer identifica, recibe y ejecuta la visión ancestral de su comunidad, lo que marca el rumbo de la colectividad. En nosotras recae la responsabilidad de reconocer la visión ancestral y transmitirla. Para ello, tenemos que estar en constante comunicación con nuestro compañero de vida, para que su actividad también esté centrada en esta visión del pueblo. En los hombros de la mujer purhépecha recae la responsabilidad de las fiestas y de repetir su usanza tradicional. En caso de que se sumen elementos nuevos, que sean respetuosos de nuestro entorno, de nuestra visión, de nuestros cuerpos.

En el momento de reproducir una fiesta nos estamos conectando con la comunidad. A la mujer, en un momento dado, su valor y participación marca el momento histórico que vive su pueblo, porque la evolución y la maduración de las compañeras también representan la cohesión y solidaridad con la que es marcada la madurez de la comunidad.

Todos conocemos el estallido de 2011 en Cherán. Teníamos tres años viviendo una situación de opresión, desde el 2008, cuando llegó al gobierno un comunero de extracción priista y traía los vicios del sistema estatal y federal del narcotráfico y la fuerza pública simulada que al mismo tiempo era narcotráfico. Nos llevó tres años evolucionar, y el 15 de abril de 2011, un grupo de mujeres llevó a cabo la acción que detonó el movimiento.

Como parte de la comunidad y parte del grupo organizado quiero decirles que no fue espontáneo. Ya habíamos tenido reuniones de comuneras, principalmente compañeras de edad avanzada. “Es que ya lo intentó la familia fulana en su predio y los mataron. Ya lo intentó la familia zutana y los desaparecieron, les quemaron su rancho, les desaparecieron un hijo.” En el caso de nosotros, a mi familia política le tocó la pérdida de un hijo. Entonces, ellas nos decían: “Ya no queremos perder más comuneros, más varones. Tenemos que buscar un elemento que nos permita defendernos, pero que no sea perdiendo más vidas, porque ya lo hicimos haciéndoles frente y esto no nos funcionó”. Y se había pensado llevarlo a cabo días después, sin embargo, al salir de una misa, las compañeras más adultas vieron una actitud grosera de las camionetas que venían bajando con los trozos de madera y se enfrentaron a detenerlos.

Sabían que no estaban solas, porque ya había un proceso de diálogo nuestro que no era exclusivo de mujeres. Ellas eran las que nos estaban acompañando para darle sentido y peso a ese diálogo, pero no eran exclusivas: había también la fuerza del varón. Al ver la actitud retadora de estas personas, las detuvieron, e inmediatamente hicieron el llamado sabiendo con quiénes iban a contar.

El compromiso con la existencia de su pueblo se encuentra intrínseco en su vida y en virtud de su compromiso es el nivel de educación que adquiere. Con “educación” me refiero a la participación y a la vida comunitaria. Tiene que ser una personalidad en consonancia con el compromiso y la preferencia de su familia. Todo es acompañado de la sabiduría ancestral y el respeto a los elementos sagrados. Con estos principios se asumieron las responsabilidades de transmitir nuestra herencia y la intención de preservar las comunidades.

Quiero contextualizar por qué nuestra defensa sobre el territorio está entretejida en nuestra vida, pues nos vemos hermanados a lo que es la tierra. Nuestra participación en el momento álgido, durante los meses que estuvimos en el movimiento, habría de ser muy general. Lo hecho frente al crimen organizado nos llevó a la necesidad de agruparnos, cerrar las entradas, crear barricadas y fogatas, volvernos a reconocer como un ente único. No contábamos con el gobierno, ni con la seguridad de ningún orden, porque ya se habían hecho detenciones y ellos no nos ayudaban, no nos acompañaban. Estábamos solos.

En los primeros días entré a una coordinación donde exclusivamente había hombres. En los compañeros que nos representaban al inicio del movimiento no había la participación de las mujeres, pero no era por no reconocernos valor, sino por seguridad. Salir de la comunidad era estar expuestos a que nos levantaran los del crimen organizado. En algún momento secuestraron a compañeros que iban en los camiones urbanos. Nos bajaban de la carretera, pedían que nos identificáramos. Inmediatamente que encontraban una credencial de Cherán, nos detenían. Eso hizo que no salieran las mujeres de la comunidad. Esto llevó a que las movilizaciones las encabezaran los hombres. Cuando la seguridad fue cambiando, se hizo más activa la participación de mujeres, jóvenes y niños. Las fogatas fueron un espacio de reflexión donde la mujer hacía o compartía nuestros principios. Se estaban refrescando las nuevas generaciones.

Me tocó participar como asesora jurídica de los bienes comunales en el gobierno por usos y costumbres. Una vez que se le otorgó el fallo a la comunidad y le permitieron nombrar un gobierno por usos y costumbres, se creó un gobierno distinto: se erradicó el presidente municipal y la figura de cabildo y se creó un consejo de 12 representantes, tres por cada barrio, y luego una serie de consejos operativos.

Éstos llevan a la práctica las acciones que las asambleas deciden. Los consejos únicamente operan estas decisiones. Una de las cosas trascendentales de este primer gobierno fue que la figura del comisariado, que es una autoridad agraria, desaparece y se conforma un consejo. ¿Por qué? La autoridad agraria no estaba haciendo bien las cosas, si hubiera sido una autoridad de peso no hubiéramos tenido la intromisión del crimen organizado a nuestros bosques. Hicimos que se sujetara a las decisiones de asamblea.

Fue como ponerle un candado. Desde arriba, en el gobierno del estado y el federal, sabían lo que estaba pasando y buscaron que su brazo dentro de la comunidad fuera el comisariado. Era al que le meneaban ahí tantito diciéndole: “Tú déjalo salir y no viste la salida de las camionetas con la madera”, o “trae un permiso por tantos metros cúbicos de madera” y resulta que terminan siendo 60 camionetas cargadas porque se van rolando ese mismo permiso. ¿Qué hicimos? “Ah, te tienes que sujetar a las decisiones de asamblea y por tanto serás observado por la asamblea”. Cuando me llama Cherán, mi primer candado fue que no nací en la comunidad. Vine a formar parte de la comunidad por adscripción a la pareja y por haberle dado dos hijos a la comunidad, no soy comunera de nacimiento, lo soy por afinidad. Pero las compañeras hicieron ver perfectamente bien que la palabra de la mujer en la asamblea es difícil. Cuando llegué al pueblo purhépecha hace veinte años, ni siquiera me daban la palabra. Yo levantaba y levantaba la mano y me estiraba. Tenía veinte años menos, “escuincla” estudiante de derecho. Decían: “¿Qué nos vas a venir a decir?”. Creciendo y demostrándole a la comunidad que era capaz de cumplir con sus principios fue que me permitieron entrar a la asamblea y decir que yo también quería participar de ese compromiso de construir y ser parte de la comunidad. Cuando me pidieron asesorar al Consejo de Bienes Comunales, la decisión no pasó por la asamblea de mi barrio, pasó por la asamblea de los cuatro barrios. Después de casi quince años en la comunidad, me dieron la confianza y estuve ahí trabajando durante 24 meses como asesora de la primera administración. Me llamaron para revisar el reconocimiento del territorio y un problema del lindero. Me llamaron concretamente para recorrer los linderos en la comunidad Cheranástico que tiene conflicto de lindero con Cherán. Y cuando recorrimos ese territorio, expuse mis argumentos basados en la ley, pero también hice recomendaciones bajo el principio de la comunidad, respetando los elementos de cosmogonía. Y entonces me dijeron: “¿Sabes qué? Queremos que regreses y nos acompañes. Te vamos a encargar que te dediques a los litigios entre comuneros”. Me tocó estar, no nada más en la defensa de los territorios o los linderos, sino también los conflictos internos: ponernos de acuerdo entre comuneros para decidir hasta dónde es tu predio, hasta dónde te corresponde y hasta dónde no.

Aquí me di cuenta de un caso muy particular. En el pueblo purhépecha —por lo menos en el caso de Cherán—, la mujer sí es poseedora del derecho a la tierra. Ella no tiene complicación de que le digan: “Porque eres mujer, tú no puedes”. Lo que hay son ciertos candados que tienen que ver con la familia; si te casaste en una familia donde el marido es dado al alcohol, no te sueltan tu pedazo o no te heredan hasta que no ven que tu marido madura y crea una familia estable. “Porque no vaya a ser que al rato le demos y se lo quiten o lo vendan”. Por eso hago mucho hincapié en la evolución de la familia, no quiere decir que no seas sujeta a derecho, sino más bien tienen sus precauciones antes de otorgarte la herencia.

Como ésta es una tierra comunal, quien entrega un título o un documento —una constancia de posesión— es el Consejo de Bienes Comunales o la figura del Comisariado. Y esa constancia dice que no tienes la capacidad de convertirlo en propiedad privada; no estás facultado para escriturar —a menos que te alcance la mancha urbana y se convierta ya no en un predio de bosque o de siembra sino en un espacio de vivienda, un barrio. Entonces sí te pueden dar la posibilidad de escriturar. Así se le da certeza a la transmisión de derechos a tus hijos. Con la pura constancia en los terrenos de bosque y siembra es suficiente y no hay diferencia entre hombre y mujer. Es una gran ventaja.

Es bien sabido que los programas nos envuelven en las comunidades, y nos dicen: “Si no le firmas, no te van a llegar apoyos”. “Si no creas estas condiciones, no vas a ser sujeto a programas sociales”. Al momento de la transición, el gobierno decía a los compañeros titulares del Consejo de Bienes Comunales: “Tú ni siquiera existes como figura, no puedes firmar. Tienes que generar un estatuto, y el estatuto es éste. Fírmale”. En ese preciso momento teníamos que crear la reflexión, llevarla a las asambleas e informar para que la comunidad supiera cuáles eran los candados o las restricciones que estaba poniendo el gobierno a esta nueva figura de autoridad. En cuanto a la representatividad, nos decían que no existíamos dentro de la forma de organización o las leyes establecidas.

En lo que respecta a las decisiones. Vamos a suponer que en aquel momento primero era difícil pensar que el Consejo de Bienes Comunales podía llevar la batuta en relación a las empresas comunales. Después del movimiento pensamos que la producción tenía que ser desde adentro. Creamos en asambleas la propuesta de un vivero; rescatar las minas de pétreos que estaban en manos de particulares y que fueran usufructuadas por la comunidad; volver a echar a andar la resinera comunal que capta toda la resina para luego venderla, y por último, el aserradero. Dentro de la organización decidimos que el Consejo de Bienes Comunales era el encargado del resguardo de nuestros bienes. Pero el gobierno decía que no se podía porque no eran una figura de autoridad. Tuvimos que llevarlos a nuestras asambleas para sensibilizarlos y hacerles entender que tenía que salir, por acuerdo de asamblea, la designación de que ellos eran los responsables de administrar estas nuevas empresas.

El movimiento de Cherán en 2011 nos arrojó un gobierno por usos y costumbres con siete Consejos. Sin embargo, para la segunda administración —2015, el siguiente trienio— se incluyeron un Consejo de la Mujer y uno de Jóvenes en la estructura del gobierno comunal. Ése es un espacio por el que se luchó al interior de la comunidad. Aunque no quiere decir que no estábamos facultadas para participar en el Consejo de gobierno comunal, no teníamos una representación propia y había que atender muchos asuntos que tenían que ver con la salud, la alimentación, los recursos, la educación. Esto habla de una maduración amplia del pueblo de Cherán y de un papel bastante maduro también de las mujeres. Esto nos dice: “Sabemos que somos muy capaces, pero también podemos reconocer en qué momento no lo estamos haciendo bien”.

Presentación en el Taller en Defensa de los Territorios, DEAS, Instituto Nacional de Antropología e Historia, julio de 2019.

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