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LA PUERTA SE CERRÓ. MIGRACIÓN INDÍGENA EN TIEMPOS DE TRUMP

ALFREDO ZEPEDA

Como en las películas

En marzo dijo que se iba de nuevo. Vino al programa “De Lado a Lado” en Radio Huaya: “La semana próxima me voy otra vez a Nashville. Para completar la construcción del hotelito en Tlachichilco”.

–Pero está muy difícil el paso, ya nos rebotaron a tres jóvenes en este año —replicó Mónica, la conductora.

–Sí, pero este mafia es seguro. Está trabajoso, pero con esta gente ya pasaron cuatro de uno por uno. Ahora ya no es un sólo coyote. Se avanza por pasos y se paga por partes.

–¿Cuánto caminan?

–Dicen que casi nada, como hora y media. Sin titubeos, Benny Asiaín de San José Naranjal, en la frontera otomí, describe el protocolo del cruce: “Te pasan por el río Bravo y sigues a pie. Luego subes a un trailer y te metes en el camarote del chofer. La seguridad está en que la migra ya está apalabrada con los traileros. Sólo hay que esperar a que pongan de guardia al de la migra que hizo el trato, de entre ocho y diez mil dólares”.

–Te cuidas Benny, en este año han atorado a Cristóbal de El Papatlar y a Luciano, bien pobre, de Benito Juárez. Se quedaron debiendo los ocho mil dólares. No pueden recuperarlos trabajando acá, ni pueden intentar otra vez, porque qué tal que de nuevo los pesca el ICE (Immigration and Customs Enforcement). A Luciano le están exigiendo que entregue su tierra para la deuda.

Tardó en comunicarse, pero pasado un mes, Benny llamó por teléfono.

–¿Ya llegaste?

–No, qué crees, vengo por Zacatecas, de regreso. Nos agarraron y estuve un mes preso. Nos trataron muy mal. Son horribles las cárceles. Están armadas para desanimarte. Por allá nos vemos de nuevo en la sierra. A ver qué sigue.

Suena el teléfono.

–Soy Benito, el de Tzicatlán. Ya estoy por acá en Filadelfia. Trabajo en restaurant, hago “delivres”, lo de siempre. Ya me había ido con la Roberta y los chamacos a Campeche, al potrero que compré, pero otra vez me entró la tentación.

–Lo bueno que llegaste, ¿cuánto la pasada?

–No tanto como ahora andan cobrando, pagamos como seis mil dólares. Este cruce sí estuvo peligroso. Pasamos hacia San Antonio. Íbamos ya contentos después del levantón en una camionetota de esas como las que antes eran suburban, pero de lujo, como de un millón de pesos. Y de repente que sale una camioneta del sheriff, ya oscureciendo, como a cien metros, y prende las luces de las torretas. Y el coyote no la pensó, le pisó y salió de la carretera para escapar. No lo vas a creer, pero se fue sobre una cerca y la desbarató, como en las películas. Y nos dijo agáchense. Y el carro del sheriff se fue detrás y nos tiraron bala con rifle a las llantas. Pero el coyote se metió al monte hasta donde el carro se atoró. Dice bájense, y ai vamos corriendo por el monte, de zanja en zanja. Como en Rápido y Furioso. Y luego empezaron los helicópteros. El ruidazo es lo que más te espanta. Y nosotros escondidos bajo matorrales y cambiando de lugar, todos raspados de los brazos. Hasta que se cansaron y se fueron los del sheriff. Allí se quedó tirado el carrazo. Y a caminar por pura vereda, lo más escondido que se podía. Hasta que llegamos a otro levantón. El coyote ni descolorido andaba. Con el puro celular dirigió a su otro compañero para que nos topara. Allí no sabes nombres ni por dónde andas. Pero ya habíamos pasado San Antonio.

 

Todo empezó con Obama

Desde 2011 así son las historias. En plena era de Obama. Desde entonces, sigilosas pero constantes, aumentaron exponencialmente las deportaciones y por tanto las divisiones de familia, por las que George W. Bush derramaba lágrimas de cocodrilo. En 2008 las mafias desmantelaron el sistema comercial de los coyotes y pasaron a formar parte del aparato de contención, control y precios desorbitados por cruces inseguros.

Ver cruzar emigrantes centroamericanos rumbo al norte, por grupos y en caravanas y escuchar hablar de la salida de los mexicanos al otro lado parece asentar el espejismo de que la gente está pasando todavía por Arizona, como antes. Hay que recalcar el endurecimiento de la estrategia de los gobiernos. Toda la estructura antimigrantes está asentada sobre una tecnología sofisticada de guerra. A los Centros de Detención, eufemismo de cárcel en 2006, se añaden las cámaras con infrarrojos para vigilancia de día y de noche y sensores de contacto y movimiento regados en todo el desierto de Arizona. Los drones de observación repasan el territorio de la franja de frontera con registro digital de cada metro. Los helicópteros mosquito pueden perseguir y alcanzar en minutos a los que tratan de esconderse en los huizaches del desierto.

La migra recibió superpoderes y se cambió por el ICE para el control de aduanas y persecución de migrantes con oficinas por todo el país, en alianza con las policías, y con su Oficina de Detención y Deportación (ERO es las siglas en inglés). Una enorme base de datos repartida a todos los aeropuertos y oficinas del país del norte tiene registrados los nombres, las caras y huellas de diez dedos de los detenidos, infraccionados y deportados de Estados Unidos. Si estás registrado y te detienen, la cárcel va de cuatro meses a un año en los centros de detención de Florence en Eloy, entre Phoenix y Tucson.

Donald Trump toma pretexto de las megacaravanas de emigrantes y solicitantes de refugio de centroamericanos y haitianos para aumentar cotidianamente las medidas agresivas del control de su frontera sur, sin retroceder en su obsesión por el muro. Se consolida el inconfesable pacto no escrito con las mafias. “Nadie pasa la frontera sin tocar el crimen organizado en ambos lados de la frontera”, reconoció insólitamente hace dos años el cónsul de Honduras en Veracruz.

En Nogales, los jesuitas de Iniciativa Kino reportan el colapso del número de los emigrantes tradicionales en busca de trabajo. Las deportaciones se dispararon con Obama y se mantienen con Trump. Pero ahora la demanda es por asilo. Rebotados a este lado de la frontera mientras esperan respuesta, solamente el cinco por ciento de hondureños, guatemaltecos y salvadoreños logran resolución positiva, y apenas el uno por ciento de los que vienen de la zona de Chilapa y la sierra de Guerrero huyendo de la violencia.

Desde hace ocho años los arroyos de la emigración de la Sierra Madre Oriental y la Huasteca cambiaron su cauce. Los otomíes de Texcatepec buscaron trabajos en Monterrey, en las taquerías elegantes y las pizzerías de la avenida Vasconcelos. Las jóvenes, en el trabajo en casa en San Pedro Garza García, a veces con sueldos mejores que los chavos que entraron a los turnos de los Seven Eleven y a las maquiladoras de LG y Lenovo en Apodaca.

 

Nuevos destinos

Margarito Monteforte, el enganchador de Huejutla, empezó a enviar sus camiones a las estribaciones de la sierra de Hidalgo y Veracruz para llevar gente a las cosechas de cebolla en Coahuila, de pepino en Zacatecas y de jitomate en Sinaloa. Allí es el imperio del narco, en cuanto alguien se aleja de las cercas de los campos de invernaderos de plástico. Dos otomíes de Boxizá y Debopó en Texcatepec ya fueron asesinados, más un desaparecido de La Florida. La paga no pasa de 200 pesos diarios, con raciones de comida precaria. Otra corriente desde Chiapas, pasando por Oaxaca y Veracruz, se orienta hacia El Vizcaíno de Baja California Sur, con más garantías de seguridad. Allí es la tierra de COSTCO. La empresa busca mantener su reputación negociando mejores condiciones de trabajo, pero sin diferencias apreciables de salario.

Entretanto, con urgencia creciente, las empresas empacadoras de frutas en Washington, California y Nueva Jersey empezaron a presionar a Trump ante la realidad de las deportaciones. La respuesta fueron las visas H2A. Éstas sumaban apenas 15 mil hace una década, pero aumentaron a 65 mil y luego a 240 mil en 2019. Los restaurantes de Nueva York pueden reemplazar trabajadores. Igualmente las constructoras y remodeladoras de edificios. Pero las uvas y las bayas no pueden esperar en la mata.

La coyuntura se abrió para los otomíes de Texcatepec, organizados en las comunidades de la Sierra Norte de Veracruz. Tomaron contacto con la organización CIERTO, grupo binacional impulsado por la United Farm Workers. Quince dólares la hora y transporte de ida y vuelta a sus lugares. Se suman a campesinos del norte de Tlaxcala y Puebla reunidos en la pastoral social de la diócesis. La empresa asentada en Wanatchee al sur de Seattle paga también los cuatro mil pesos de la visa y las primas del seguro social, para cultivo y cosecha de la manzanas en los ranchos de Royal City, Quincy, Pasco y Otelo por tres meses.

Este tipo de contrato destaca entre la selva de coyotes que utilizan el señuelo de la visa de temporada para engañar, estafar o cobrar veinte y treinta mil pesos por intermediar la visa con empresas sin garantías laborales.

Los setenta otomíes, con doscientos tlaxcaltecas, llegaron en dos aviones a Tijuana. Fueron al consulado. Uno por uno pasó a entrevista, en una atmósfera de silencio. Cristino Zacarías, de la comunidad de Boxizá, se quedó contemplando buen rato la página de su pasaporte donde el oficial estampó la visa con su foto.

Por primera vez con visa, una tanda de campesinos de la Sierra Madre Oriental, fácil, a San Diego para continuar hasta Yákima en el estado de Washington. Están contratados, como profesionales para salvar la cosecha de las manzanas Fuji, Granny Smith, Honey Crispy Gala y Pink Lady en los ranchos de la empresa Steamilt, que vendió 14 millones de cajas de cereza el año pasado. El escenario es la enorme cuenca semiárida del río Columbia cortado por nueve presas. Agricultura industrial hipertecnificada y esprayada con toda substancia que asegure frutas de tamaño prefijado y del color esperado por los consumidores.

Esta es la coyuntura contradictoria. Bandadas de hondureños esperan meses la respuesta a su demanda de asilo en Nogales, Sonora. Veinte mil deportados en medio año, con todo y los diques de las ciudades santuario. Razzias en el Mississippi organizadas por comandos del ICE. Frontera controlada por los mafia desde Mexicali hasta Matamoros. Cobros de ocho mil dólares por la pasada incierta, e indígenas campesinos yendo y viniendo con visas H2A en aumento exponencial.


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