PUEBLOS DE LARGA DURACIÓN / 269 — ojarasca Ojarasca
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PUEBLOS DE LARGA DURACIÓN / 269

La historia de nuestros pueblos no ha dejado de ser colonial desde que lo comenzó a ser hacia 1500, salvo excepciones espaciales que se dan siempre en estado de resistencia, de oposición al régimen de dominación colonial, y siempre son perseguidos. Una pugna que no cesa porque los pueblos originarios, sus millones de individuos en comunidades y ciudades, nunca han sido derrotados del todo y, salvo el exterminio de los taínos del Caribe y los desdichados que los siguieron, se han recuperado hasta de las peores derrotas. ¿Cómo explicarse si no el “regreso” de los aborígenes canadienses, o la “resurrección” de los mapuche y otros pueblos del extremo sur en situaciones donde parecían borrados del mapa, como no fuese en condición de mendigos, presos o parias en rincones infectos?

Aura Cumes, una de las mentes más interesantes en el horizonte continental del pensamiento originario, se preguntaba en una entrevista: “Si el despojo ha sido permanente, ¿cómo es que seguimos vivos dentro de ese despojo de los cuerpos individuales, colectivos, de los bienes? Y si hemos sido constituidos en la historia como seres despojables ¿qué es lo que nos mantiene vivos?”. Lo atribuye a “la condición que hemos construido permanentemente de sobrevivencia a pesar del Estado colonial”.

La pensadora kaqchikel de Guatemala recuerda que el colonizador “necesita depredar para existir”. En cambio, “en el caso nuestro existimos porque construimos la vida diaria”. Concretamente “cultivamos nuestros alimentos, tejemos nuestra ropa, impartimos nuestras propias formas de justicia, tenemos forma de autogobierno, tenemos una ética, un sentido del mundo, un sistema de salud propio que sigue funcionando y que si sigue funcionando es una de las grandes posibilidades que sostiene la vida de nuestros pueblos” (entrevista en Conversa, Laboratorio de Pedagoogías Críticas, Barcelona, 19 de agosto de 2019).

Esto no es admitido por las sociedades dominantes, pero tampoco desde los pueblos. El aplastamiento colonial de 500 años se impone no sólo por la fuerza bruta; siempre ha podido adoptar formas más o menos sutiles evangelizando, educando, traduciendo, demoliendo el prestigio social de las lenguas y las construcciones políticas (además de culturales) de los pueblos. Ley tras ley, Estado tras Estado, iglesia tras iglesia, patrón tras patrón, se niega viabilidad a los pueblos. Su salvación sostenida reside en lo que Cumes llama “las condiciones que no nos hacen depender del sujeto colonizador”.

Por ello, los gobiernos desarrollistas, tildados de progresistas, no son menos letales en sus consecuencias que los gobiernos de descarado desprecio, racismo y disposición al genocidio, el arrasamiento territorial y el deconocimiento de lo verdaderamente propio de los pueblos. No obstante, la autonomía contemporánea de los pueblos no deja de crecer. Los gobiernos zapatistas en Chiapas, con 25 años de existencia, anunciaron su expansión semanas atrás. Ello se suma a las firmes autonomías vigentes en Ecuador, Canadá, Bolivia y Panamá, y a las contundentes, indoblegables luchas de los mapuche con todo en contra, tanto en Chile como en Argentina. Todos ellos han demostrado ser pueblos de larga duración.

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