LOS ROSTROS DEL DOLOR MIGRANTE — ojarasca Ojarasca
Usted está aquí: Inicio / Veredas / LOS ROSTROS DEL DOLOR MIGRANTE

LOS ROSTROS DEL DOLOR MIGRANTE

Esteban Ríos Cruz

Balam Rodrigo: Marabunta. Yaugurú, Montevideo, 2018.
Balam Rodrigo: Libro centroamericano de los muertos. Fondo de Cultura Económica, México, 2018.

Así como Dante tuvo como guía al poeta Virgilio para conocer los escenarios del infierno y del purgatorio en la Divina Comedia, Balam Rodrigo recorre los infiernos que representan Centroamérica y México para los miles de migrantes que cruzan la frontera sur de nuestro país en una muerta esperanza de llegar sanos y salvos a Estados Unidos; en momentos apoyado por Jorge Luis Borges y su ceguera lúcida, así como en la imagen de su padre, gran trashumante que ayudó a muchos hermanos centroamericanos en su sueño de llegar a la tierra prometida.

Los poemas contenidos en Marabunta y Libro centroamericano de los muertos, reflejan un grito de dolor que enseña los miles de rostros de la miseria humana, donde de manera implícita se conjugan el miedo y la valentía, el odio y el amor, la muerte y la vida. La migración como tema central es una cebolla de mil capas, ya que para el que deja su terruño todo lo que existe son caminos que conducen a otros caminos que a veces no llevan a ninguna parte. Hablar de la migración es arrancarle la piel a tirones a la realidad circundante que se disfraza con ciertos valores y elementos culturales que determinan la identidad de pertenencia a un pueblo o país, diferenciando al “nosotros” de los “otros” que en cierta forma es la negación de la existencia de lo humano que nos habita.

En el atado de espigas que son los poemas de Marabunta vamos encontrando las primeras semillas de la rabia y la frustración de ser un desposeído: “Dios está de nuestro lado: Él tampoco necesita pasaporte”. Se escupen las interrogantes: “¿Tengo acaso país, me envuelven las ropas de alguna patria/o es capaz de sujetarme alguna frontera con sus límites? ¿Acaso me pertenece alguna tierra para que diga ‘esta heredad es mía’?”. También nos llega una brisa de asombro y ternura hacia las cosas y los seres que por ser comunes se vuelven mágicos: “Yo dibujé una torta en la pared de nuestra casa”, una oda a la buenaventura de saciar el hambre propia y ajena con un pan relleno de milanesa y quesillo. Se conoce a Orlin, El cíclope de Dios, al que le faltaba el ojo derecho, una especie de representación del dios Odín y del mago Merlín, por su poder para convertir las migajas del pan y las sobras del pollo y la milanesa en una torta nueva, un milagro que sólo podría realizar un ser que rechazaba la muerte y alimentaba a todos con la ternura humana.

Existe la descripción de las peripecias de enfrentarse a la muerte y salir librado. La aventura vivida en la persecución por el marero, ya que en voz del poeta, los malandros son “libros de carne tatuados por la muerte”. Lenguaje iconográfico que es un sórdido reclamo para ser visible en un mundo donde el dios dinero categoriza lo bueno y lo malo. La metáfora del cuchillo que puede escribir una línea en el cuello inédito de un hombre que violenta la vida de otros hombres dibuja la frontera entre la vida y la muerte. Los viajes de Tapachula a Tecún Umán y viceversa, el retrato puntual de la madre que costura vestidos y zurce el destino de la familia, Penélope esperando al hijo y al esposo. La epopeya de la miseria y de esperanzas se puede escribir en medio de charcos de sangre, vejaciones, secuestros y violaciones. Y como parábola viviente se presenta la narración sobre la desdicha de Juan López; confundido con miembro de la mara salvatrucha es levantado por las Fuerzas Especiales Antimara en Tapachula y golpeado de manera salvaje, dándole puñetazos y puntapiés hasta reventarlo. Ya en la cárcel enfrenta la furia de El Cipote, “guanaco, hijo de nadie, mara salvatrucha”, que le exige con otros seis hombres la explicación por el tatuaje “Mara”, y ante la respuesta negativa de Juan de ser un malandro o un marero recibe tremenda golpiza que lo deja “con un riñón casi inservible, siete dientes menos, tres costillas rotas y una sentencia de muerte de la mara”. Luego de dos días de prisión es interrogado y confiesa que él es albañil y que su esposa se llama Mara Noemí Hernández Santiz.

La herida sin cicatrizar es Centroamérica, patria de nadie, donde miles de hombres y mujeres buscan cruzar al territorio de México, frontera del éxodo, cuya historia de horribles crímenes deambula en la memoria de las víctimas, quienes deben vivir en sangre propia la furia de los xenófobos, “los furiosos desertores del amor”. Centroamérica, jaguar migrante sin destino alguno, se aferra “a la imagen de una patria inconclusa” con la amargura de ser un desposeído, ante lo cual Balam Rodrigo lanza una proclama poética: “que todo el mundo migre a donde quiera, porque la libertad no tiene nombre”, y termina con la sentencia: “Yo heredo este grito de sol a los cobardes: aquel que esté libre de odios y fronteras, que arroje la primera voz”. También se podría decir: el que esté libre de migrantes, que tire la primera frontera.

El Libro centroamericano de los muertos. Brevísima relación de la destruición de los migrantes de Centroamérica, colegida por el autor, de la orden de los escribidores de poesía, año de MMXIV, desnuda las atrocidades contra los migrantes en nuestro país. Palimpsesto con huellas de la obra Brevísima relación de la destruición de las Indias, colegida por el obispo don fray Bartolomé de las Casas o Casaus, de la orden de Santo Domingo, año 1552, el libro de Balam Rodrigo es una narración polifónica que abre surcos en la conciencia de una tragedia humana que no tiene parangón. Los invisibles, los desposeídos, los que no tienen la palabra y el poder económico y político se vuelven extranjeros en su propia patria, de ahí la necesidad de construir el rostro de otra patria más benigna con ellos. Hallamos en los poemas de este libro que Dios, hecho a semejanza del hombre, también está en el exilio, migra viajando en el lomo de La Bestia acompañando en su viacrucis “a los desterrados, a los expatriados, a los sin tierra, a los pobres”, diciéndoles: “El que quiera seguirme a Estados Unidos, que deje a su familia y abandone las maras, la violencia, el hambre, la miseria, que olvide a los infames caciques y oligarcas, y sígame”. Es poética la descripción de los episodios de crímenes e injusticias referidos a los migrantes de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, cometidos por las organizaciones criminales y autoridades mexicanas en diversos escenarios del territorio nacional, desde el Suchiate hasta San Fernando, Tamaulipas. En este viaje incierto los guías son Roque Dalton, Otto René Castillo y Francisco Morazán.

Con tinte rulfiano (“Vine a este lugar porque me dijeron que acá murió mi padre en su camino hacia Estados Unidos”), el migrante cuenta su historia de horror y miseria, pues huyendo del odio y la podredumbre encontró la muerte en el Suchiate y es hoy un fantasma que despierta miedo a otros migrantes. La prostitución forzada y la violación son realidades crueles que viven las mujeres, carnes para una jauría que busca saciar su lujuria manchando la dignidad de las muchachas vendidas por otros migrantes y a veces por los mismos familiares. Miles de sueños truncados: la esperanza de llegar a ser un cantante famoso, de convertirse en un futbolista, de jugar en un equipo grande de futbol y ganar muchos dólares, pero la muerte no tiene cancha, hace su partido en cualquier momento y llega sin avisar. Vencidos por el sueño, hombres y mujeres caen de La Bestia y se convierten en carne triturada, cuerpos mutilados. “Sé que Dios juega futbol allá en cielo. Pero aún no quiero estar en su equipo”. Secuestros a plena luz del día, despojo de pertenencias, tortura para obligar a los familiares a pagar el rescate. “Me registraron del culo a la garganta, y si la mierda y todos los cerotes míos hubiesen valido su peso en oro, me habrían secuestrado por más días y puesto a cagar durante siglos”, confiesa, brutal, un migrante usado como burro para pasar la droga a Estados Unidos que terminó muerto por asfixia. La Patrona, Amatlán, Veracruz y Ciudad Ixtepec son pedazos de alegría para calmar el hambre y tener un descanso.

Dolor, miedo y una esperanza en capullo, que más parece desesperanza: “Alguien que grita contra el frío, reza: ¿Centroamérica, Centroamérica, por qué me has abandonado?”. La Bestia se arrastra sobre los rieles con la promesa rota, relámpago en la oscuridad del hambre y la miseria antiguas, su silbido es un grito, la búsqueda de la libertad de miles de migrantes de una Centroamérica que dirige sus pasos hacia la tierra prometida. Algún día, cuando el mundo abra su corazón libre de fronteras, podremos decir: “Dejen que los migrantes vengan a mí, ya que es de ellos el reino de los cielos, tierras y mares. Todos somos migrantes”.

__________

Esteban Ríos Cruz, poeta binnizaá de Asunción Ixtaltepec, Oaxaca. Reseña publicada originalmente en La raíz invertida. Revista Latinoamericana de Poesía, 21 de agosto, 2019.

comentarios de blog provistos por Disqus