PAQUIDERMOS FUERA DE LUGAR / 230 — ojarasca Ojarasca
Usted está aquí: Inicio / Página Final / PAQUIDERMOS FUERA DE LUGAR / 230

PAQUIDERMOS FUERA DE LUGAR / 230

Peter Mathiessen y Paolo Fedeli

UN ELEFANTE Y LOS ALGONQUINOS

 

 

Quizá los amarillos de los arces y los rojos cálidos de los nogales americanos dieron la bienvenida a Henry Hudson cuando, aprovechando las mareas, exploraba el río hace cuatro siglos, en los días en que en esta gris corriente -por entonces azul- se arremolinaban los peces plateados. En la cubierta de proa del barco de Hudson había un elefante encadenado, regalo majestuoso para el esperado Señor de las Indias. Al verse obligado a renunciar a la búsqueda del paso noroccidental por el estrechamiento del río, y harto de la tarea de recoger cien kilos diarios de forraje para un animal que cada venticuatro horas depositaba sobre la pequeña cubierta de proa entre quince y veinte gigantescas mierdas, Enrique el Navegante ordenó poner en libertad al elefante en los alrededores del actual Poughkeepsie. Al dejar su inmenso rastro en los bosques, al mismo tiempo que con sus barritos explicaba a los rígidos pinos su nostalgia de los baobabs, sin duda alguna el gran animal pasó a ocupar un lugar privilegiado en las leyendas algoquinas.

 

————————————

| Peter Mathiessen: “Lumumba vive”, En la laguna Estigia y otros relatos. Traducción de José Luis López Muñoz. Ediciones Siruela, 1993. Se conoce como algonquinos a diversos pueblos originarios de América del Norte, como los ojibwe, anishinaabe, kikapú, cree y pies negros.

 

 

EL LLANTO DE LOS ELEFANTES

 

Había importantes motivos políticos para matar elefantes en el circo romano. Y es que los elefantes habían sido las armas que aterrorizaron y destruyeron la infantería romana en las guerras en Asia y África. Fueron el arma estratégica con que Aníbal derrotó las legiones de Roma. Durante la primera guerra púnica, L. Cecilio Metelo logra capturar 140 elefantes que lleva al continente transportándolos en balsas fijadas encima de botes. La operación es arriesgada, pero es necesario mostrar al pueblo la victoria de los legionarios sobre esos monstruos.   En los juegos organizados por Pompeyo en 55 AC, “Plinio describe ante todo escenas lamentables de elefantes heridos (el elefante que, con los pies perforados por los dardos de los gétulos, se arrastra sobre las rodillas; el elefante muerto por un sólo venablo hundido bajo el ojo) y un intento de fuga general por parte de los paquidermos asustados. En aquella ocasión, sin embargo, habiendo perdido ya toda esperanza de fuga los elefantes intentaron el recurso de los afectos y conmocionaron a los espectadores, asumiendo una actitud tal que hace pensar que se pusieron a llorar. Sus lastimosos berridos provocaron tal turbación en la multitud que todos, olvidados de la presencia de Pompeyo, se levantaron llorando y comenzaron a maldecir al magnífico organizador de los juegos”.

 

————————————

| Paolo Fedeli: La naturaleza violada. Ecología y mundo romano, Sellerio, Palermo, 1990. Citado en El ambiente en la civilización Grecorromana. Una herramienta de educación ambiental, por Antonio Elio Brailovsky, Buenos Aires, 2016.

comentarios de blog provistos por Disqus