EL INDÍGENA Y LA NATURALEZA/239 — ojarasca Ojarasca
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EL INDÍGENA Y LA NATURALEZA/239

Javier Castellanos

Todo aquel que ha pasado por las aulas de una escuela, sea pública o privada, cree que sobre la Tierra el único que piensa, el único que tiene un lenguaje hablado, es el humano, que es suyo lo que lo rodea y es su privilegio hacer de ello lo que quiera. Pero en lugares como las regiones indias es posible encontrarnos con alguien que no haya asistido a la escuela un sólo día de su vida, o que nunca haya escuchado en alguna iglesia estas ideas, y al hacérselas saber, se enojan, o sólo sonríen. Entre la gente grande de nuestros pueblos todavía hay muchos que afirman haber visto o escuchado hechos que hablan de que no sólo el ser humano tiene la facultad del raciocinio. Quién no ha oído de algún pariente, amigo o vecino, cuando prepara alguna comida buena, no la cotidiana, la explicación de lo que hace para disculparse con el terreno en donde plantó su casa, ya que últimamente algún miembro de la familia ha estado enfermándose y considera que eso sucede porque se ha olvidado del personaje o espíritu que representa a la Tierra en donde vive, y después nos enteramos que su pedimento surtió efecto, su familiar sanó.

Esa misma idea subyace en esas ceremonias que no solamente hacen particulares, también las autoridades de los pueblos cuando inician su gestión, y buscan a la persona considerada apta para ir a al lugar donde se ruega y se pide a la Naturaleza para evitar hechos desagradables. Aunque actualmente algunos lo hagan como parte de la costumbre y para evitar conflictos, subsiste, tal vez no una idea muy elaborada pero allí anda; lo mismo cuando alguien que toma licor, antes riega un trago en el suelo; esto todavía lo hacemos porque junto a nosotros hay alguien más, unos dicen que la Tierra, otros que un viento, pero no estamos solos. También ya hay quienes lo dejaron de hacer por la escuela o la religión. La palabra tiene mucho qué decir, allí están las leyendas que adornan esta manera de pensar. Por ejemplo la de aquel ser que se conocía como el Bxheche, intraducible al castellano, que en las noches se hacía presente en forma de una inofensiva varita en el suelo por donde iba a pasar algún hombre con aviesas intenciones hacia su prójimo pero, al dar el paso, la “varita” se convertía en un raro animal, entre becerro y puerco, y elevándose por los aires se llevaba al pecador para tirarlo en algún barranco lleno de espinas. Aquí está representada la presencia de la naturaleza que vigila y cuida para que nadie lastime a su semejante, pero algo debilitó esta idea hasta hacerla desaparecer, alguien que no creía en ella la tomó para transformarla. Todavía conocí y escuché a una de estas personas cuando contaba a niños y jóvenes su aventura con el Bxheche: una noche en que andaba de maldoso sin darse cuenta de pronto se encontró sobre el lomo del mítico ser; sin amedrentarse se desató el ceñidor en su cintura y, amarrándoselo al cuello a este ser y sujetándose a él, logró que en toda la noche no pudiera tirarlo a ningún barranco, y cuando ya se veía amanecer (como siempre la luz hace daño al que no es cristiano) el Bxheche habló. Dijo que era una persona como cualquiera, pero que había sido derrotado; le revelaba su secreto y le suplicaba que lo desatara del ceñidor, porque si no el amanecer podría significar su muerte.


Esto contaba mi finado paisano. Luego que el Bxheche aceptó las condiciones que le puso, amenazándolo con divulgar su secreto si no cumplía, lo soltó y desde entonces anduvo en la noche sin ningún peligro. Así nació una nueva versión sobre este ser surgido de las creencias antiguas; fue el inicio de un nuevo pensamiento, tal vez ni su autor previó su transcendencia: no es la naturaleza quien nos cuida o vigila, somos nosotros mismos, que con nuestras “malas artes”, inventamos estas cosas. Lo mismo sucede con aquello que decimos en zapoteco nhasjan, dolencias muy fuertes en partes delicadas del cuerpo: ojos, cabeza, articulaciones, estómago. Estando completamente sanos, de pronto se presentan. Una vez que el médico del pueblo lo ha detectado, manda que se acuda con “el que quita” (bene dxedue). Resulta que el enfermo al ir caminando tuvo una mala intención, un mal pensamiento y la misma tierra, al sentirlo, hace que se introduzcan fragmentos de algún material que hay en el lugar en donde sucedió la mala experiencia. Entonces el bene dxedue succiona en la parte dolorida y extrae esos fragmentos, que dicen que coinciden con lo que había en donde sucedió la experiencia, a veces astillas de algún árbol que había, a veces tierra de ese lugar. Pero una vez extraídas, los que han tenido esta experiencia nos dicen que el dolor inmediatamente se quita. Con el tiempo la idea del origen de esta enfermedad fue perdiéndose. Aunque la dolencia se repite y su curación sigue practicándose, poco a poco se empezó a decir que hay personas con el poder de introducirnos tales fragmentos que ocasionan dolencias, y que cuando alguien les causa un enojo, generalmente envidia, ellos son los que provocan esta enfermedad, no la Tierra ni la Naturaleza. Mucha gente todavía cree que la causa de las enfermedades es obra de su vecino o pariente, por envidia; hasta al sacerdote católico le atribuyen poder para hacer el mal.

Esto muestra que el pensamiento cambia continuamente, y por lo tanto el comportamiento de cada quien. Yo de niño vi cosas que ahora pienso si no fui víctima de un engaño. En una ocasión iba caminando detrás de un señor ya grande, cuando de pronto se detuvo y levantando un dedo se puso a “platicar” con un pájaro que cantaba en lo alto de un árbol. A veces decía “sí”, a veces decía “no”. Al reanudar su paso le dijo: “gracias, gracias, lo tendré en cuenta”. Se enojó bastante y me regañó cuando empecé a reírme. En otra ocasión con mi tío Miguel, hoy de 97 años, yendo a traer una vaca, arriba del camino vimos que bajaba una gran víbora. Al verla se detuvo, pensé que iba a sacar su machete pero no, empezó a hablarle: “yo voy en mi camino, si vas a pasar, pasa, o déjame pasar”. Con sorpresa vi como la serpiente se torció, reptando hacia la parte alta, hasta perderse de vista. Mi tío iba un poco tomado, por lo que al ver mi actitud de incredulidad y burla dijo: “La Tierra es de todos y todos tenemos derecho a andar en ella”.

También por esa época, veníamos del río cuando en la rama de un árbol, a un lado del camino, asomaba su cabeza otra víbora. Mi joven acompañante descolgó de su hombro la escopeta. Apuntaba para disparar cuando nos alcanzó un señor ya grande que, al ver la intención del joven, empezó a disuadirlo. Tuvieron una pequeña discusión, el joven sostenía que era necesario acabar con esos animales; el señor, que ese animal andaba en su lugar y que tenía derecho a la vida. En eso estaban que nadie se dio cuenta para dónde se fue el animalito, frustrando el intento de mi amigo. Aprovechó para acusar al otro de brujo y hasta de ser una de las personas que pueden convertirse en víboras. Desde entonces empezaba este tipo de pensamiento. Se perdió el respeto a los ancianos.

 

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| Javier Castellanos, originario de Santo Domingo Yojovi, Oaxaca, escribe en lengua zapoteca variante xhon de la sierra. Maestro y promotor de la cultura y la escritura zapoteca, es poeta, ensayista y autor de varias novelas. La mayor parte de su obra es bilingüe zapoteco-español. Colabora frecuentemente en Ojarasca.

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