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LOS INDÍGENAS DE FRANCIA Y LA DESCOLONIZACIÓN DE EUROPA / 252

Entrevista Hermann Bellinghausen

•HABLA HOURIA BOUTELDJA, DEL PARTIDO DE LOS INDÍGENAS DE LA REPÚBLICA

•SU LIBRO LOS BLANCOS, LOS JUDÍOS Y NOSOTROS,  “UN LLAMADO DE CONCIENCIA. NO TENEMOS SINO
LA GUERRA, O LA PAZ”


Militante descolonial franco-argelina, Houria Bouteldja es representante del Partido de los Indígenas de la República (PIR). Vive en París. En marzo visitó México para presentar la edición en castellano de su inquietante libro Los blancos, los judíos y nosotros. Hacia una política del amor revolucionario (publicado en francés en 2016, y por Ediciones Akal, México, en 2017). Para irnos entendiendo, explica qué significa ser “indígena” en Francia. “La noción de ‘indígena de la República’ es política. Efectivamente la palabra remite a lo autóctono; en apariencia contradice lo que en México se concibe como indígena. Para nosotros se refiere a los migrantes que proceden de las colonias y tienen nacionalidad francesa. En la historia colonial la palabra tiene un significado preciso. Cuando los franceses llegaron al Magreb y al África negra encontraron una población autóctona que llamaron ‘indígena’”.

Como el proyecto europeo buscaba poblar las colonias, notablemente Argelia con los pieds noirs, Bouteldja añade: “Fue necesaria una distinción entre los colonos y los locales. Entre los que iban a tener el poder y los que serían oprimidos. Los indígenas quedaron reducidos por las armas, económicamente y por la ley. La ley fue el código del indigenato, codificó la opresión social y racial de los autóctonos, privados de derechos, libertad y soberanía”.

Las posteriores independencias nacionales en apariencia liberaron a los pueblos del sur. “Hoy sabemos que sin esa primera ‘descolonización’, la colonización actual no estaría lograda. Las relaciones de dominio Norte-Sur se transformaron sin desaparecer. El sistema capitalista e imperialista se mantuvo bajo otra forma.

“Entonces, tenemos los pueblos que permanecieron en el sur, que para nosotros siguen siendo ‘los condenados de la Tierra’, como los llamó Frantz Fanon. Y están los que emigraron de las antiguas colonias, nuestros padres y abuelos. Generaciones de obreros que tuvieron hijos en Francia y confrontaron la realidad social, racial, imperial. En Francia prevalece el discurso de que todos somos ‘ciudadanos’. La República nos ‘invita’ oficialmente a la integración. En los hechos, la segunda, tercera y cuarta generaciones de argelinos que vinieron a Francia son discriminados y viven en barrios pobres, donde la tasa de desempleo es explosiva. Son controlados por el Ministerio del Interior y la policía. Allí hay motines regularmente. El más grave duró tres semanas en 2005. Tuvo lugar después del 11 de septiembre de 2001, que entre sus consecuencias causó un recrudecimiento de la islamofobia, lo cual desató una ofensiva.

“En Francia se expresó de varias maneras. Una fue la expulsión de las escuelas y la humillación de las mujeres a causa del velo. Comprendimos que no éramos ciudadanos como los demás, por algo sufríamos controles policiacos, discriminación, desempleo. Se agregaba una nostalgia colonial de las élites. En 2005 se vota una ley que oficializa la obra ‘constructiva’ del colonialismo francés.

“En ese contexto nos vimos como indígenas en el sentido colonial. Aunque no está así en la ley, sí en la práctica cotidiana de la República. Después de las independencias experimentamos la contrarrevolución colonial en el mundo, con sus efectos en Francia”.

Houria explica: “En el Magreb y otras regiones, los países hoy son ‘colonias escondidas’. Y los departamentos de ultramar, como las islas del Caribe y la Guyana, directamente colonias. El ejército francés se despliega en numerosos países africanos. El franco sigue siendo la moneda. En tanto, la relación de los indígenas de Francia con el Magreb y el Caribe es romántica. Existe un imaginario de nacionalismo e independencia entre los argelinos, cuando la realidad es decepcionante. Argelia terminaría 30 años después en guerra civil”.


¡Escucha, hombre blanco! Houria es una mujer enérgica, atrayente, de una firmeza que reconforta. Para sus enemigos y críticos debe parecer temible. Sin embargo, transmite una cordialidad amorosa y abierta, si bien inflexible. Respecto a las relaciones entre los indígenas internos, dice: “Sus culturas son diferentes. La palabra ‘indígena’ no remite a una cultura, sino a un estatus. Un negro cristiano o musulmán argelino será reprimido por la policía, irá a la cárcel o será desempleado más que el promedio. Compartimos una ‘comunidad de condición’. Con la conciencia política que abrieron Frantz Fanon y Aimé Césaire, y la lucha pro-palestina, hemos desarrollado un pensamiento descolonial. Así, creamos la primera organización política de los colonizados dentro de la República, haciendo alianzas autónomas, no electorales, con la izquierda”.

El libro Los blancos, los judíos y nosotros apela a todos los franceses, del “ustedes” blancos y judíos al “nosotros” mujeres indígenas e indígenas en general. En deliberado tono panfletario, debate con la izquierda, el sionismo, el liberalismo y el feminismo. Plantea los límites entre antijudío, antisemita, antisionista y antiisraelí. “No significan lo mismo” apunta.

¿El concepto de raza, repetido en el libro, acaso no remite a algo que no existe? “Primero: No soy yo quien habla de raza. Es la estructura, el Estado. La institución imperialista es racista, necesita que haya ‘razas’. Segundo: es un producto de la historia colonial. Y tercero: se trata de una relación de dominio. La izquierda francesa acepta que la raza no existe. Los humanistas también. Abstractamente estamos de acuerdo. El problema reside en cómo entendemos su efecto en la vida social. ¿Cómo defines un negro? ¿Un árabe? Yo no lo sé, pero la policía sí, la burocracia, las empresas, los medios. Es el Estado el que diferencia un vietnamita de un árabe. Es un hecho social. Estamos hablando de un racismo entre franceses”.

Algo equivalente sucede en América Latina. Houria señala: “Los tratos son diferentes. Como entre el burgués y el proletario. Un millonario francés tiene el mismo carnet de identidad que yo y que un pobre de los suburbios. Las divisiones de clase, género, ‘raza’ son al interior de la República. La jerarquía establece que un obrero blanco sea más privilegiado que uno indígena”.

En cuanto a la propiedad territorial, importante para los pueblos originarios americanos, en suelo francés la tierra es una mercancía más. “Económicamente, el indígena no puede poseer la tierra. Somos recientes en el territorio europeo, venimos como trabajadores”. El territorio está en ellos, son su territorio: “Seguimos enterrando a nuestros muertos en el Magreb. Mi madre pagó un seguro para que sus restos sean repatriados. No rompemos. El país de origen está en nuestra cabeza, aunque cada vez menos”, admite.

 

¿Se ve una solución, o la confrontación no tiene remedio?

“El sueño, la ambición, es encontrarnos todos, detener la guerra entre nosotros, superar la raza, abolirla. Sólo que tal pacto demanda una condición: eliminar la confrontación. Más que nosotros los indígenas, quien se interesa en un ‘acuerdo’ pacificador es el imperialismo, imponiendo una suerte de rendición.

“La blanquitud es un problema de poder. Yo misma soy indígena en Francia, pero en el tercer mundo soy blanca, y más comparada con los indígenas de África. Ciertos privilegios de la blanquitud me benefician. Objetivamente no tengo por qué cambiar esa ventaja comparativa. El problema es que soy antiimperialista, vengo de tercer mundo y no puedo negarlo. Césaire insistía: ‘el fascismo regresará a nosotros’. No somos inmunes a la desgracia del sur. Lo vimos en los atentados del 11 de septiembre de 2001, en los de Bélgica, Francia, España. Es falsa la idea de que Europa es segura”.

De los movimientos sociales latinoamericanos, Houria dice no conocer mucho: “Sabemos que en América Latina son más antiimperialistas que en Europa. Tienen demasiado cerca, y encima, al imperio”. Insiste en nunca subestimar las “condiciones objetivas de emancipación”. La condición de las mujeres y el racismo son similares en América Latina, donde se conoce mejor el pensamiento descolonial, “una teoría que no quiere escapar de la realidad”.


Los feminismos de Occidente, de América Latina, de las indígenas. “Las occidentales que apoyan a Palestina van a Gaza y pretenden que las mujeres practiquen la anticoncepción. Y las palestinas les responden: ‘Pero si lo que queremos es tener hijos, para que sigan la lucha’. En mi libro manifiesto divergencias serias con el feminismo occidental, el cual abreva a fin de cuentas en sus privilegios sociales. Por lo demás, no padecemos feminicidios como aquí. No quiero caer en comparaciones gruesas, pero supongo que se trata sobre todo de mujeres pobres.

“En el movimiento de los indígenas de la República sostenemos críticas fundamentales al feminismo blanco. El punto de vista descolonial es que todos los movimientos se deben contextualizar: el feminismo es fruto de la modernidad occidental”. Recurre al pensador marxista italiano Dominico Losurdo, autor de El pecado original del siglo XX, quien ha dicho que la línea que separa al blanco del no blanco (negro, apache) produce una igualdad entre blancos. “El feminismo es un fenómeno social que se deriva de la conquista colonial y la construcción del Estado-Nación europeo. Para establecer este dispositivo, el imperialismo debe otorgar ciertos derechos al interior de la Nación para que los pobladores sean cómplices y aliados. La burguesía considera hoy ‘blancos’ a quienes originalmente no lo eran: sus pobres, sus proletarios.

“El obrero se beneficia del pillaje del sur. También las mujeres. Alinearlos es necesario para que la dominación funcione. Por eso todo el comunismo europeo fue blanco. De ahí el ‘salario de la blanquitud’. El feminismo es un proceso que, de manera muy precisa, permite la igualdad entre blancos, pero sin cuestionar la dominación del sistema imperial”.

Houria hace desde luego una lectura peculiar del Holocausto ocurrido al interior de Europa. “Lo que horrorizó a los europeos es que se trajera al interior de Europa lo que ésta practicaba en las colonias, y que las víctimas fueran europeas. La culpa es una de las explicaciones del apoyo incondicional de Europa al país judío. Los judíos fueron siempre un sujeto revolucionario. Al integrarlos, el imperialismo mató la revolución en ellos, al fin fueron admitidos como blancos. Los judíos son ahora imperialistas, lo cual no impide que los Estados europeos sigan siendo antisemitas aunque se sientan filosemitas. El filosemitismo es una forma nueva y sofisticada de antisemitismo. Los judíos están protegidos, mas no legitimados como franceses. Ocupan una categoría especial. Los que nos oprimen son quienes ahora se jactan de siempre haber combatido el antisemitismo y de ‘amar’ a los judíos. Son aliados del Estado de Israel, al que nosotros no reconocemos”.


Europa tiene la culpa. El fondo del problema está en Europa: “Si yo fuera una judía viviendo en Francia, sabría que no me quieren y me haría sionista para protegerme. Israel da seguridad a los judíos que no se sienten seguros en la Europa antisemita. Me pregunto, desde lo descolonial, cómo tranquilizar a los judíos y hacer que permanezcan en Europa sin invadir tierras de árabes. La solución es que desaparezca el Estado nacional blanco, que Francia sea también el país de sus judíos y sus negros, un Estado pluricultural.

”Ello, sin negar el colonialismo interno que existe en Europa. Las reivindicaciones regionales del presente son de dos dimensiones: nacionalismos de derecha, o de izquierda y descoloniales. Cataluña ilustra ambos. Pase lo que pase, resulta muy interesante la crítica al Estado español. Ante esas reivindicaciones preferimos el nacionalismo descolonial, antirracista, social. Los nacionalismos, por ejemplo el de Córcega, pueden ser muy racistas. Un producto típico de la misma dominación imperialista.

”Las colonias de ultramar se descolonizaron de manera ambivalente. Durante las independencias el nacionalismo tuvo importancia, pero siempre recuerdo que en Los condenados de la Tierra Fanon nos alerta de ‘no imitar a los europeos’. Creo que el mayor error de las independencias fue copiar los Estados-Nación, creados como estructuras racistas blancas”


El amor revolucionario. Houria expresa admiración por el escritor afroestadunidense James Baldwin: “Cuando él pensaba en los años sesenta que los negros se vengarían de los blancos, se preguntó qué pasaría con toda su belleza. Convencido de que los negros eran bellos en el sentido espiritual, Baldwin temía que el odio los hiciera feos, que el odio reemplazara su riqueza interior, su amor. Yo me hago la misma pregunta. Ante la opresión, los indígenas de Francia se vuelven racistas. Negros, árabes, gitanos. El antisemitismo vive en nosotros, mientras enfrentamos misoginia y creciente islamofobia. Podemos percibir el olor de los malos sentimientos, contrarios a nuestra belleza. Esa energía negativa se vuelve contra los indígenas y puede anular el proyecto revolucionario”.

“El amor revolucionario es, en principio, amor a uno mismo. No en el sentido de los blancos, que se aman tanto. Me refiero al que sustituiría a la desvalorización colonial: me amo porque reivindico lo que soy. Es Malcolm X preocupado por la humanidad de los afroestadunidenses. De ahí nace el amor revolucionario, una conciencia incapaz de reproducir el racismo contra el judío o el blanco. Un proyecto político. Cuando hablamos de amor con los judíos y los blancos, necesitamos poner condiciones. No vamos a convertirnos en ellos. Debemos encontrar una solución para todos”.

Sobre Los blancos, los judíos y nosotros, reconoce que “puede disgustar a muchos judíos; lo que no les gusta en el libro es que los confronta con lo blanco que hay en ellos”. De alguna manera, la rabia en Palestina contra Israel es, por así decirlo, un producto directo del imperialismo y el colonialismo brutal.

En México la colonización es interna. Al comentar con Houria la comunalidad, la mano-vuelta, las prácticas colectivas en Oaxaca y Chiapas, surge otra pregunta: ¿existen redes de comunidad entre los indígenas de la República como expresión de que no han perdido el amor a lo que son?

“Tenemos conciencia del peligro individualista. Occidente nos pone en conflicto con la comunidad. En consecuencia, lo primero para nosotros es conservar la comunidad, la colectividad. Cuando escribo: ‘mi cuerpo no me pertenece’, entro en contradicción con las feministas blancas, que no entienden que mi cuerpo pertenece a mi comunidad. El de ellas no. Esa individualidad no me interesa. Cl aro, si te meten preso, es el individuo, su cuerpo, lo que encierran. Mi oposición va contra el concepto político de individuo, un concepto liberal que justificó al capitalismo desde el principio”.

 

¿Es un libro antiindividualista?

“Sí”, responde. “De ahí mis críticas al feminismo blanco”. Enseguida aclara que no hay “un” Islam: “El de Arabia Saudita es opresivo, mientras en Francia representa la resistencia. No los podemos poner en un mismo nivel. Para nosotras la defensa del velo significa una afirmación comunitaria, no una opresión. Las blancas no lo entienden. Tampoco entienden que no existe en Francia un patriarcado autónomo musulmán desligado del dominante. El patriarcado de los musulmanes es de hombres crecidos y educados allí, es un producto francés. Existen ciertos matices en el patriarcado islámico, vive una situación en la que el patriarcado tradicional francés, y el nuevo discurso antipatriarcal, les quieren arrebatar a la mujer árabe. Nuestros hombres se oponen, y su virilización aumenta. Se hacen más sexistas, lo que desde luego afecta a las mujeres”.

La conclusión es directamente descolonial: “La presión de la sociedad francesa ahonda los aspectos negativos de nuestro patriarcado. Digamos que pervierte al varón islámico”. No puede ocultarse tampoco la responsabilidad de los migrantes ya establecidos en Francia, que votan por Le Pen o se hacen terroristas. En su libro, Houria Bouteldja lo reconoce: “No hay escapatoria posible. También somos parte del problema”.

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