MI ENAGUA LLUEVE / 281 — ojarasca Ojarasca
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MI ENAGUA LLUEVE / 281

JUVENTINO SANTIAGO JIMÉNEZ

Mëtsä’ä (“Estrella”) era la mujer más feliz de esta Tierra porque había platicado hasta la media noche con el hombre de muchos rostros y al que no veía desde hacía más de veinticinco años. Enseguida fue atrapada en el mundo mágico de los sueños al quedar profundamente dormida en la casa de adobe de los abuelos. Mientras soñaba, el canto de los gallos y el ladrido de los perros intentaron romper el silencio de la noche. Pero fue imposible, porque la noche se desvanecía en la madrugada por las melodías de los pájaros y con el repicar de las campanas. Quienes anunciaban que estaba amaneciendo y pronto habría claridad. El Sol en su movimiento aparente saldría detrás del cerro de Las Veinte Divinidades en Tamazulápam mixe. Al día siguiente cuando Mëtsä’ä despertó, sentía dolor en las piernas y su ser lubricado cual río que no encuentra su cauce y se desborda. “Mi enagua llueve y llueve por ti”, dijo al sentir tal humedad. Era como si el nagual de aquel hombre la hubiese poseído después de la media noche y ella trató de buscarlo con la mirada, pero no lo encontró en ningún lado de su cuarto. Tan sólo deseaba ver su rostro. Escuchar su voz que la colmaba, la acompañaba y la abrazaba en las noches.

Se desesperó al no hallarlo. Mëtsä’ä se levantó despacio y salió al patio. Miró las montañas y buscó de qué lado podría encontrar la ciudad de Oaxaca y pensó: “¡Allí está! Me perderé en tu mirada; me perderé en tus manos cuando esté contigo. Pero no quiero estar en tus manos; quiero estar en tus brazos porque en tus manos me puedo ir y en tus brazos me puedes detener”. Ella anhelaba que él caminara a su lado y esperaba ansiosamente su regreso: “¿Sabes? Llegaste un poquito tarde, pero llegaste. Me desnudaste completamente en unos cuantos días, horas, minutos y segundos. Me leíste con amor como cuando lees tu libro favorito y página a página descubriste mis historias. Si me preguntaran si te amo, mi respuesta sería: desde el primer momento que mis ojos te vieron; desde ese momento te amé. Te vi partir y ahora añoro verte llegar”.

En el pasado cercano, lo primero que buscaba Mëtsä’ä era su café y ahora buscaba al hombre de muchos rostros. Él se había convertido en su café de todas las mañanas, lo necesitaba para despertar y lo necesitaba para ser clara en su día. Lo necesitaba porque le daba sabor a su vida y las horas fluían como el viento que se deslizaba suave por sus cachetes. Aún era muy temprano y sus hijos dormían. Ella entró en la cocina de su mamá para servirse una taza de café: “Te bebo sorbo a sorbo, tus historias, tus gustos y tus colores. Eres mi café amargo y dulce. Decía en voz baja y añadió: “He notado tu ausencia al tomar mi café y te he extrañado tanto en este clima maravillosamente nublado. El ser humano necesita afecto y cariño. Necesita amor para poder vivir. Necesita una luz que ilumine su camino y esa luz puede ser la cercanía de su compañero o compañera para caminar por los senderos de la vida. El apoyo es muy importante para lograr algo y todo tiene que ser un complemento”.

Aquella mañana fría, Mëtsä’ä también sintió fuertes latidos en el pecho y con el grito de su corazón hicieron estremecer las montañas y las nubes se disiparon: “¿Dónde estabas? ¿Por qué llegaste así de repente? ¿No ves que me ocasionas un tormento? Y yo sin pensarlo ni estar preparada. Tú llegas y te asomas cual ráfaga de viento que se quiere llevar las cenizas del fuego que se apaga en mí ¿Por qué apareciste así? Hubieras llegado cuando te necesitaba, pero no estabas. Te quería allí cuando no dejaba de llorar, cuando me hice tanto daño, cuando traté de quitarme la vida y nadie estuvo. Me duele tanto que nadie haya estado. Mi esposo se asomó solamente para ver si yo estaba muerta ¿Por qué a veces la vida castiga? Yo no quería trampas y sólo quería vivir. Pero mi cuerpo se murió en aquel corredor de la casa”.

Mëtsä’ä tenía cicatrices en la piel y en el alma. Mientras recapitulaba momentos dolorosos de su vida, recordó el aroma del mezcal que sus abuelos tomaban por las noches bajo el calor del fuego risueño cuando todavía vivían en Rancho Maguey. Entre copa y copa, platicaban la jornada del día y sus ojos cambiaban en un tono de armonía y de tranquilidad. Luego besaban los cachetes rojos y fríos de su nieta. Mëtsä’ä podía oler el aroma de aquella bebida tan fuerte y exquisito del mezcal. Lo quería probar para estar así de contenta como los abuelos. Ella seguía en la cocina y allí tuvo deseo que el hombre de muchos rostros le diera un beso con labios sabor a mezcal justo cuando escuchó Bajo el cielo mixe en la radio comunitaria Jënpoj de Tlahuitoltepec. Pero él estaba en Oaxaca.

Meses atrás, Mëtsä’ä y su nagual —una víbora pequeña e indefensa que cuida los senderos— habían recorrido de norte a sur, de este a oeste el pueblo mixe de Tamazulápam y se habían percatado del cambio paulatino y que daba paso a otra civilización. Las flores morían y las personas deambulaban como si fueran huérfanos. “¿Te digo algo? Ya no añores el lugar donde dejaste tu ombligo y mejor no vuelvas. Tal vez algún día las montañas festejen tu regreso, pero por el momento no. Mi único refugio es mi casa”, le dijo al hombre de muchos rostros. “Sin embargo, me desbordo por ti y me hacen faltan tus palabras porque me pierdo. Me elevo y con tus palabras aterrizo de nuevo a este monstruoso mundo terrenal. Tú eres el sol y yo el agua. Tú me alumbras. Pase lo que pase, quiero ir donde tú me lleves y nunca me dejes”. La distancia era desgarradora y “se asomaba a sus ojos una lágrima”, como escribió Gustavo Adolfo Bécquer. Despertaron sus hijos y Mëtsä’ä ya había preparado machucado de papa porque era primero de agosto…

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Juventino Santiago Jiménez, escritor mixe originario de Tamazulápam, Oaxaca.

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