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VOLVERÁ A LLOVER EN CHIAPAS Y TABASCO

EDITH KAUFFER

Como estudiosa de las temáticas hídricas, he presenciado angustias y sueños anegados durante los más de 20 años que he visto llover sobre Chiapas y Tabasco.

La cuenca del río Grijalva constituye una de las seis cuencas transfronterizas de la frontera mexicana con Guatemala y Belice; es binacional, es decir que se extiende en el territorio de Guatemala y de México. La cuenca transfronteriza del río Grijalva es la más extendida de la región (57 mil 544 kilómetros cuadrados) después del Usumacinta, y se distingue por ser la más poblada, la más urbanizada y la más intervenida en materia hidráulica, debido a que su curso principal cuenta con cuatro presas hidroeléctricas que producen un poco menos del 50 por ciento de la hidroelectricidad de México. Por esta misma razón, y tomando en cuenta que Guatemala se encuentra en una porción reducida de la parte alta dividida en las subcuencas de los ríos Cuilco, Nentón y Selegua, las inundaciones de la cuenca del Grijalva no se originan en el vecino país y no se vinculan directamente con su condición transfronteriza. Desde el año 1998, cuando una serie de eventos asociados al huracán Mitch expuso ante mis ojos la vulnerabilidad a las inundaciones de esta cuenca —entre otras de la región—, una idea fija me persigue: volverá a llover sobre Chiapas y Tabasco.

La cuenca del Grijalva registra una elevada pluviometría que puede llegar a 5 mil milímetros por año en áreas muy localizadas y se caracteriza por un profundo deterioro ambiental. En la cuenca llueve mucho, en promedio entre tres y cuatro veces lo que llueve a escala nacional, cantidades que pueden llegar a siete veces en ciertos lugares y tienden a ser concentradas en períodos limitados de tiempo.

Ha llovido en la cuenca del río Grijalva. Fuentes históricas destacan una larga historia de inundaciones a partir de un suceso en 1652, así como inundaciones en 1846, 1850, 1856, 1861, 1868, 1879, 1881, 1887, 1888 y 1891. En Villahermosa se presentaron inundaciones de gran magnitud en los años 1879, 1918, 1927 y 1932.

Volvió a llover sobre Chiapas y Tabasco también en fechas recientes. La parte baja de la cuenca del Grijalva en 1999, 2007 y 2008 se ha caracterizado por diversos fenómenos de desbordamientos de los ríos que han afectado de diversas maneras a sus poblaciones ribereñas. Pero no solamente las inundaciones presentan estragos en la planicie inundable de Tabasco, sino en otras partes: Tuxtlá Gutiérrez se inundó en 1996 y 2003, y por si fuera poco, dos inundaciones azotaron a San Cristóbal de Las Casas en el 2020, así como a varias partes del estado de Chiapas y no solamente en las planicies inundables.

Las inundaciones de la cuenca del Grijalva corresponden a su corriente prinicipal pero también ocurren en sus numerosos afluentes; así, en el 2020, el río Pichucalco, el Almandros-Oxolotán, entre muchos otros, han causado impresionantes estragos en sus riberas y en las localidades que atraviesan.

Ha llovido históricamente sobre Chiapas y Tabasco en la parte baja de la cuenca del río Grijalva; en este histórico escenario de inundaciones, las instituciones gubernamentales han privilegiado respuestas encaminadas hacia la construcción de obras hidráulicas de protección de los centros de población y de control de las avenidas, bajo el llamado enfoque ingenieril.

A partir de la mitad del siglo XX, las inundaciones en el Grijalva presentaron un carácter problemático en la parte baja, aunque desde finales del siglo XVII se intentó corregir la situación de los “rompidos” con la elaboración de una derivación del río Seco. A raíz de dos inundaciones sucesivas en 1952 y 1955, la Comisión del río Grijalva emprendió obras de protección, de desagüe, de control de avenidas mediante la construcción de presas en la parte media de la cuenca y proyectos de desviación hasta el año 1986.

Volvió a llover sobre Chiapas y Tabasco, aunque sin afectar de la misma forma a la parte baja, en 1959, 1963, 1969, 1973 y 1980. En 1999, una importante inundación propició en fechas posteriores el anuncio de un gigantesco proyecto fundamentado en la construcción de grandes obras hidráulicas llamado “Programa Integral de Control de Inundaciones” (PICI), el cual demostró su ineficiencia ante los acontecimientos de noviembre de 2007 y septiembre de 2008. A raíz de las inundaciones de estos años, la estrategia plasmada en el Plan Hídrico de Tabasco siguió centrada en la construcción de obras de ingeniería. La preeminencia del enfoque ingenieril constituye un aspecto característico de las intervenciones en materia de políticas públicas.

Volvió a llover sobre Chiapas y Tabasco de manera catastrófica en 2020, y aunque la ingeniería evitó una inundación mayor en la ciudad de Villahermosa, ciertas áreas fueron afectadas; en particular, las obras construidas para proteger la ciudad desviaron las aguas indeseadas hacia las áreas rurales menos desarrolladas de la Chontalpa.

El enfoque ingenieril busca reducir la extensión de la superficie afectada a partir del desarrollo de obras hidráulicas destinadas a regular los volúmenes de agua, a evitar los desbordamientos y a delimitar los cauces de los ríos para controlar su curso. Permite en ciertas circunstancias desviar parte de las aguas hacia determinados puntos con la finalidad de proteger áreas consideradas como “estratégicas”. Sin embargo, corre el riesgo de apostar por un desarrollo inequitativo, sin integralidad, sin perspectiva social, porque acentúa la vulnerabilidad de los grupos más vulnerables.

Estoy plenamente segura de un hecho: volverá a llover sobre Chiapas y Tabasco. Mañana, el próximo año, en cinco o diez años. Entonces, ¿no llegó la hora de pensar en soluciones más integrales que contemplen las dinámicas sociales, articuladas en una política del agua fundamentada en consideraciones ambientales y en las realidades humanas de los territorios vividos?

Volverá a llover sobre Chiapas y Tabasco y para ello debemos construir conjuntamente y desde ahora una respuesta social y política integral a las distintas problemáticas locales de las inundaciones de la cuenca del Grijalva, sin olvidar a las cuencas vecinas como el Usumacinta.

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Edith Kauffer, profesora-investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social Sureste (CIESAS-Sureste).

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