LEJOS DE YUCATÁN — ojarasca Ojarasca
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LEJOS DE YUCATÁN

GENESIS EK

EL TECHO Y LA CASA DEL MIGRANTE

Casa. ¿Qué es una casa? ¿Qué significa tener un hogar como migrante? En muchos casos, por la migración, las personas se mudan a un nuevo país y se construyen ahí un nuevo hogar. Sin embargo, éste no es el caso de muchas comunidades indígenas, especialmente la nuestra. En nuestro caso, la mayoría alquila un espacio para vivir al mismo tiempo que envía dinero a su comunidad de origen para construir allá sus casas. Siempre sigue viva la idea de que algún día volverán a esa casa, que estará lista y que finalmente podrán reunirse con sus familias, con su gente y con su pueblo; por eso es que mandan un poco de dinero en cada oportunidad, su objetivo es terminar de construir, por fin, una casa.

Ésta ha sido la historia de mi familia desde que sus integrantes emigraron a los Estados Unidos hace treinta años. La migración comenzó con mi tío, quien luego convenció a mis otros tíos de migrar también, para que pudieran brindar estabilidad económica a sus familias. Mis tíos dejaron a sus esposas e hijos en Yucatán. La idea que tenían era trabajar lo más posible hasta lograr construir una casa en el terreno que mi abuelo les tenía destinado. El dinero de cada cheque que recibían como pago por su trabajo era enviado en su mayor parte a su comunidad de origen. Pero esto duró sólo unos meses. Todos mis tíos extrañaban a sus familias, así que mandaron por ellas, trajeron a sus esposas e hijos y también trajeron a mi mamá. Sin embargo, esto no impidió que siguieran enviando dinero al pueblo para continuar con la construcción de sus casas; seguían pensando en terminar de edificar sus hogares para que, una vez ganada cierta estabilidad económica, pudieran, simplemente, regresar.

Como todavía soñaban con volver al pueblo (y ese sueño era el que podían pagar enviando dinero al país de origen), alquilaron departamentos con un solo dormitorio en la misma calle, en diferentes edificios, pero unos cerca de los otros. Así comenzamos a echar raíces en un vecindario llamado East Hollywood, uno de los muchos vecindarios en donde vivía la clase trabajadora y que era considerado peligroso y poco atractivo porque ahí vivíamos los migrantes. Se trataba de uno de los pocos vecindarios en donde mi familia podía permitirse vivir, además estaba cerca del centro de la ciudad, cerca de Hollywood y de Griffith Park, lugares en donde era más fácil hallar trabajo. En una misma calle, dentro de East Hollywood, fuimos construyendo una comunidad articulada con otras comunidades de migrantes que en ese tiempo eran mayoritariamente centroamericanas. Como es costumbre en el pueblo, mi familia compartió su comida, su idioma y su cultura con nuestros vecinos. Creamos nuestro propio “pueblito”.

Con el paso del tiempo, los migrantes fueron enviando cada vez menos dinero a su pueblo de origen. El costo de vivir en Los Ángeles se fue incrementando; a pesar de que el alquiler estaba controlado, la renta fue subiendo mientras los salarios se mantuvieron iguales. Esto tuvo como consecuencia que, finalmente, dejaran de enviar dinero para la construcción de sus casas en México. Se instalaron en diminutos departamentos con la esperanza de poder volver a enviar dinero algún día y así terminar la edificación de sus casas.

Han pasado los años y los migrantes llegaron a amar este vecindario en Los Ángeles casi tanto como amaban su comunidad de origen. Sin embargo, justo cuando comenzaban a echar raíces profundas aquí, justo cuando comenzaban a renunciar a sus sueños de volver, los alcanzó un proceso de gentrificación. Personas que antes no se interesaban en nuestro vecindario comenzaron a hacerlo; tenían más recursos económicos que nosotros y fueron mudándose mientras que nuestros antiguos vecinos comenzaron a irse a otros lugares. El precio del alquiler comenzó a aumentar poco a poco y la gente ya no podía permitirse vivir en este vecindario. Después, los desarrolladores urbanos comenzaron también a interesarse pues nuestro vecindario tenía una muy buena ubicación: una estación de tren que lleva directamente al centro de Los Ángeles y a lugares turísticos como Hollywood y Universal City. Uno de los propietarios vendió uno de los edificios de nuestra calle a una empresa e inmediatamente esta compañía comenzó a remodelar las viviendas disponibles e intentó expulsar a los residentes del resto del edificio. Este asunto llegó a los tribunales y los antiguos residentes se vieron obligados a aceptar una compensación económica para mudarse fuera de ahí. En un principio pensamos que se trataba de un caso aislado pero nos equivocamos, meses después compraron otro edificio al otro lado de la calle.

Al principio mi familia tuvo suerte, los edificios en los que vivíamos permanecieron a salvo hasta hace ocho años cuando el edificio en el que vivía mi tío fue vendido. Los compradores ofrecieron algo de dinero a los residentes, muchos de ellos aceptaron la oferta y se mudaron a otros lugares. Mi tío se negó a dejar su vivienda. Ya había invertido mucho tiempo, esfuerzo y dinero en su departamento. Sabía que nunca sería de su propiedad pero pensaba que si estaba pagando el alquiler y se aseguraba de arreglar el departamento, todo estaría bien. Él sabía que no estaba solo en esta lucha así que se negó a aceptar la oferta económica para irse. Con el paso del tiempo, la empresa que había comprado el edificio fue creando un ambiente que hacía muy complicado vivir ahí. Comenzaron imponiendo reglas para los espacios comunes, ya no podían colocar ahí bancos de uso común para sentarse ni estaban ya permitidos los carritos que compartían los vecinos hasta hace poco. La empresa fue haciendo la situación cada vez más insostenible hasta que les dijo a los residentes que iban a tener que mudarse pues comenzarían un proceso de “remodelación” de todo el edificio para adecuarlo a un nuevo “código”. Mientras tanto, los dueños se comprometían a proporcionarles una nueva vivienda pero los ubicarían en otro edificio; si después deseaban regresar después a sus departamentos tendrían que pagar más del doble de renta porque el control de alquileres ya no se podría aplicar de ahí en adelante. Mi tío nunca había vivido a más de diez minutos de las viviendas de sus hermanos, no podía imaginar estar lejos de ellos pues cada uno de ellos representaba un ancla para los demás; así que comenzó a buscar departamentos cercanos y, por fortuna, pudo encontrar una opción a la vuelta de la esquina. Terminó por aceptar la oferta de mudarse a un nuevo lugar y, con alivio, pudo al menos permanecer dentro del área.

Este alivio duró poco, el edificio al que mi tío se fue a vivir ha sido vendido también y él está volviendo a vivir la misma pesadilla. El más afortunado fue mi otro tío. Él también se negó a mudarse y, por fortuna, la empresa que compró el edificio se dio cuenta que era mucho trabajo expulsar a todos los inquilinos, así que simplemente arreglaron los departamentos que estaban vacíos y dejaron a los residentes permanecer ahí, pero esta situación no es lo común. Mi tío sabe que esta suerte puede durar sólo un tiempo; sabe también que sus hermanos pueden ser presionados para mudarse lejos de él y eso lo pone nervioso.

Mi familia migró para huir de la precariedad laboral y los problemas en el acceso a una buena alimentación que había en su pueblo, ahora están en una ciudad que no puede asegurarles siquiera un techo. En estos días, han vuelto a pensar en que debieron haber continuado enviando dinero a sus comunidades de origen para terminar de construir sus casas ahí, sobre todo, sabiendo ahora que su futuro en los Estados Unidos sigue en la incertidumbre igual que lo estaba cuando vivían en su pueblo. Muchas de las casas que comenzaron a edificar en su comunidad permanecen a medio construir, están a la espera de ser terminadas, al igual que la lucha que están llevando aquí.

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Génesis Ek, hija de migrantes mayas a Los Ángeles, California, escribe sobre Techo, en Tzam: Las trece semillas zapatistas, publicada por Desinformémonos en agosto: https://tzamtrecesemillas.org/sitio/category/13semillas/techo/

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