A UNA LENGUA DE DISTANCIA / 232
Auna lengua de distancia. A esa medida pueden encontrarse los seres humanos. Sólo cuando se rompen las barreras de tu mundo, adviertes el universo más allá del horizonte, e incluso que existen más, muchos más.
Un hombre extiende el brazo para asir el morral que guarda sus pertenencias. El punto en el que un individuo experimenta la migración inicia en sus pensamientos, con la angustia ante el tiempo-lugar por venir. La imaginación comienza el sendero antes que los pies. No es un viaje cualquiera. Sin importar si regresará o no, ya no será el mismo. Es la incertidumbre el destino de la migración. Los cuerpos muertos en el camino nos recuerdan que el desasosiego es real.
El lugar de salida y los lugares de tránsito van cobrando, conjuntamente, otro significado. La tierra del hogar cobra mayor sentido por los recuerdos, aun cuando se desea salir o se huye, el fantasma del “hubiera” rondará los sentimientos. El acto de significar es el que abre las diferenciaciones entre este o aquel territorio. Las comparaciones son inevitables. La mediación está en las significaciones, sin embargo, no son unilaterales, son un movimiento constante de desplazamientos, placas tectónicas que resignifican la superficie.
El hombre puede salir de su casa de adobe y piedra, emprender el camino y notar que ya es un forastero. Las miradas extrañas de quienes lo ven salir de las montañas lo cuestionan como si fuera otro. Es un transgresor de su propia tierra. Alguno dirá al verlo pasar: “¡Allá va otro traidor!” No es como un ciudadano que deja su tierra con la comprensión de los suyos, es un paria de la resistencia. ¡Aquí hay que resistir! El hambre empuja, los sueños construyen el camino. Las miradas de recelo lo acompañan hasta los confines de las tierras de sus antepasados.
El proceso urbano ha llegado a las comunidades: la carretera, las radios, los molinos; pero no lo aceptamos. En el imaginario colectivo, nosotros vamos a la ciudad; la ciudad es lo urbano. Lo urbano no nos invade. Nos mentimos. El hombre se dirige a la ciudad. La singularidad de la enunciación esconde las múltiples formas que existen: hay ciudades; los motivos para salir también son múltiples.
La oposición campo y ciudad podría ser una falacia. El pensamiento lógico argumenta: un axioma, una premisa, una diferenciación, la conclusión. Nada podría negar la percepción subjetiva. Si la experiencia opone dos ideas, ¿qué vale más: la negación teórica o la afirmación empírica? No existe una mediación relativa que responda satisfactoriamente. El cuerpo guarda distintos lenguajes. La percepción tiene su propio lenguaje. La percepción del cambio está dada por las imposiciones sociales que permitieron la ambigüedad.
Los viajeros, los migrantes, los caminantes son los que trasforman los lugares, ellos son una nueva grafía, son transgresores del orden. El migrante indígena se vuelve un caminante. Es un cuerpo que sale del lugar en el que los otros entran: éstos llevan reflexiones filosóficas; el individuo que salió, reflexiona sobre la cotidianidad. Un cuerpo se llena de nuevas significaciones por la red que lo teje. Él mismo, la comunidad, el camino, la otra comunidad, todo resignifica.
Las fronteras políticas se perciben con los pasos. El hombre encuentra personas de costumbres diferentes, vestimentas extrañas, una lengua que le recuerda las vejaciones. Nunca fue bueno con el español, su acento lo delata. Las significaciones que han configurado los otros se vuelven arena en los ojos, le escoce la mirada. Ellos, sus fronteras, sus costumbres, sus políticas, todo duele en el aislamiento. Ellos han dividido al mundo, incluyendo al mundo del migrante: lo han nombrado con su lenguaje.
El tránsito convierte al migrante en otro ser. El hombre se vuelve transgresor del espacio significado, pero paga un costo alto. La mudanza es, necesariamente, un cambio. Sólo que la transformación está anclada a cuestionamientos sociales. En el camino se va desnudando el hombre, se despoja de su lengua, de sus vestimentas tradicionales, de sus creencias, su nahual impropio para el nuevo lugar, incluso su cuerpo toma conciencia de sí y opta por otra postura, tendrá que esconder sus pies desgastados por la tierra. Dejará de ser ayuuk ja’ay, para convertirse en “indio”. Él no es un indio, es una persona mixe (ayuuk es mixe, ja’ay es persona; por lo tanto, persona mixe).
Le ken waalak’nak
in tuukule’
Kin wilikimbáa
Tin chan t’uluch juunal
Tu chúumuk u satunsat bejil noj kaaj.
Kin tukultike’
In Yuum,
Máax wal bíin kaxtikene’.
Salgo del ensueño
Y me veo tan solo
En medio del laberinto
De la gran ciudad
Y me pregunto:
Señor,
¿Quién me encontrará?
La representación del “indio” creada en un tiempo antiguo sigue vigente. Al viajero le molesta el tono despectivo en que es dicha la palabra. Las significaciones del espacio están ligadas a las construcciones sociales sobre los sujetos. Y son intercambiables. La cultura del nosotros y la cultura del otro conforman el imaginario de su alteridad, como de su espacio-tiempo. Por ello, cuando el indio va a la ciudad, va a la ciudad de su imaginario. Puede salir con la idea del sueño citadino, no obstante, las configuraciones sociales que se viven cotidianamente tendrán que mover el anhelo idílico. Esta pragmática urbana es lo que hace que la experiencia de un cuerpo no sea sencilla de definir.
El hombre entra a la ciudad por una calle muy transitada, los monstruos de metal le obligan a esconderse, los había visto en algunas imágenes, pero no sospechó que sería tan malogrado el encuentro. Es el embrujo del progreso bajo un cielo siempre a punto de llorar, pero que nomás no se decide. Bajo una sombra constante, el indio se mueve. Ya lo decía el poeta maaya Feliciano Sánchez Chan:
La experiencia por sí misma no dice nada, está en estrecha relación con las sensaciones del cuerpo y las reflexiones sociales que hacemos al respecto. Las significaciones son producto de la colectividad, pensamos a través de ese lenguaje conjunto. El cuerpo produce su propio espacio, mientras resignifica. El espacio social del indio, trae consigo un lugar lleno de significaciones, por ello, se vuelve un insulto, una afrenta a la ciudad. Por sí sola, la ciudad no es opositora del pueblo, o viceversa, son las personas las que le dan dicho significado. El encuentro de un cuerpo con los otros cuerpos resulta en una interacción de significaciones.
El cuerpo de un indio percibe el subterráneo que se extiende infinito por debajo de las calles. El Metro tiene una condición especial: múltiples cuerpos acumulados en un breve espacio, los cuales también perciben al cuerpo extraño, es un decir, los indios siempre han estado presentes en la vida de México, pero resultan incómodos, extraños. En los cuerpos hay sentidos que se expresan en las actitudes, en los comportamientos de los que están alrededor. Los versos de la poeta ayuuk ja’ay, Rosario Patricio Martínez resuenan en los ecos producidos por las baldosas:
jatu’uk et, jatu’uk nääjx,
jatu’uk ayuujk, jatu’uk juujky’äjtën.
Jagam et tëë tyän,
tsyäm tu’u nëtemy y’ämyooty
tunk yo’oy mää jä’äy në’ë’tspëm tsyëënë’n.
Otro espacio, otro suelo,
otra lengua, otra cultura.
En la lejanía quedó el territorio.
Ahora en la selva del asfalto,
avanza el trajinar entre el borbotón de la gente.
A partir de la producción de la experiencia corporal y de su variabilidad de lugar y posición, el cuerpo no deja de ser la significación creada por las condiciones sociales. El cuerpo del indio interactúa con los cuerpos citadinos, su vivencia le dará un sentido a la vida en la ciudad, elaborará una especie de memoria corporal inscrita con letras difíciles de entender para los otros, a menos que se conozca el lenguaje de la migración.
Ninguna ciudad será el lugar de la casa. El migrante está condenado a no ser de “ahí”, podrá la gente aceptarlo, pero él recordará sus orígenes, el lugar donde está enterrado su ombligo. Aún con ello, sabrá que hay que seguir el camino. Acepta la transformación. El hombre se ha quedado demasiado tiempo en esta ciudad, es hora de irse a otra. Atravesará ciudades, pueblos, granjas, valles, carreteras, desiertos. El tiempo del movimiento es arbitrario, puede deberse al trabajo, al gusto personal o a la voluntad de saberse de nadie. De este modo, irá en busca de otro lugar, mientras transgrede más espacios-tiempos significados por las lenguas de los hombres.
Es el movimiento el que rompe con las determinaciones del lenguaje. Entre la lengua originaria y la lengua del otro, hay un universo. Sólo una lengua separa a los hombres: estamos a una lengua de distancia.
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| Ana Matías Rendón, autora y editora de origen ayuu’k, o mixe. Escribe relatos, ensayos y artículos. Directora de la revista electrónica Sinfin, http://www.revistasinfin.com/