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EN EL CAMINO DE LOS HIJOS ERRANTES / 235

Alejandro Aldana Sellschopp

Mikel Ruiz: Ch’ayemal nich’nabiletik/Los hijos errantes. Colección Tsib-jaye, Centro Estatal de Lenguas, Arte y Literatura Indígenas, Chiapas, 2014.

 

Mikel Ruiz nos muestra un conjunto de narraciones que bien podrían definirse como cuentos; sin embargo, al tener una visión completa del conjunto, la definición de novela corta no estaría del todo errada. El volumen nos permite leer un mundo que se va construyendo en cada una de las ficciones. El tejido narrativo está más allá de la mal llamada literatura indígena, entendida como aquella que ha sido escrita por indígenas, ya sea en su lengua materna o en forma bilingüe, según definición de Carlos Montemayor en Los escritores indígenas actuales. Ante esta definición tan general y resbaladiza nos quedamos con la sensación de que el adjetivo indígena corresponde más a una posición ideológica que estética. Afortunadamente Los hijos errantes se ubica más allá de adjetivos que poco aportan a la caracterización de la literatura. Los cuentos de Mikel son literatura, ni más ni menos; el interés que despiertan en el lector no es de carácter antropológico ni folclórico: estamos frente a un escritor que riguroso, busca la excelencia estética.

El indígena, personaje principal de Los hijos errantes, apareció tímidamente en el siglo XIX. Las ideas liberales pugnaban por sacar a los indígenas de su atraso económico, de tal suerte que aparecen en cuentos y novelas desde la perspectiva de escritores que más que tratar de acercarse y comprenderlos como sujetos de su propia historia, reproducen estereotipos que el discurso dominante se encargó de generar. El indígena es tonto, torpe, un buen salvaje que es bueno o malo por estupidez.

La Revolución mexicana, en su afán de lograr el mestizaje en toda la República, comienza a tratar que el indígena tenga cierta visibilidad social. Para ello emprende la castellanización, que según el régimen revolucionario es necesaria para alcanzar la identidad nacional; se busca integrar al indígena lingüística y culturalmente a la nueva realidad.  Es ilustrativo observar que en la novela de la Revolución el indígena es el gran ausente, a pesar de la activa participación de éstos en el movimiento armado. Antes, Heriberto Frías fue el único autor que nos hablaba de los indígenas; pero sin llamarlos de esa manera, sólo son sombras silenciosas.

La ideología de la Revolución provoca que un buen número de escritores voltee hacia el mundo indígena: estudian, conocen los parajes, conviven con ellos, se acercan a sus costumbres, leyendas y cosmovisión. A esa literatura se le denominó indigenista, y se caracterizaba por estar escrita en castellano, por autores mestizos, pero que recurrían a temas relacionados con la vida del mundo indígena, en muchas ocasiones esos cuentos y novelas se convirtieron en una protesta hacia las condiciones infrahumanas en las que vivían los pueblos indígenas de México. Los escritores más destacados por la calidad de sus textos y la profundidad con que crean a sus personajes son Francisco Rojas, Mauricio Magdaleno, Ramón Rubín, Rosario Castellanos y Eraclio Zepeda. Mikel Ruiz centra la espacialidad de sus narraciones en parajes de Chamula y son chamulas quienes interactúan en sus dramas. Rosario Castellanos abordó la problemática de personajes chamulas en la novela Oficio de tinieblas y en los Cuentos  de Ciudad real. En El callado dolor de los tzotziles,  Ramón Rubin aborda el conflicto de identidad que sufre un chamula que migra a la ciudad y una vez ahí cambia sus costumbres. Al paso del tiempo regresa a Chamula. Su nueva forma de vida entra en conflicto con la cosmovisión de sus congéneres y miembros de la comunidad.

Mikel plantea un problema similar, pero con otras implicaciones. Su Ignacio es un joven que tiene contacto con el exterior, pasa las horas de sus días viendo películas pornográficas, abandona sus trabajos en la milpa, sueña con ser un mestizo, transformarse, ser otro. Hace suyas las palabras de desprecio y discriminación que usan los mestizos de la ciudad para referirse a los chamulas, cree que al ejercer esa violencia verbal contra sus iguales conseguirá dejar de ser uno de aquellos. Migrar, andar errante por la ciudad, es su manera de negarse a sí mismo. Es el indígena que se doblega frente a los mestizos por cuenta propia, a diferencia del chamula de  La rebelión de los colgados de B. Traven, en donde un tsotsil enfrenta a los finqueros, cansado de las vejaciones de las que son sujetos los indígenas. Mikel nos presenta un antihéroe, y ésa es una de las grandes aportaciones de Los hijos errantes, su mirada descarnada, una visión profundamente crítica hacia la vida de las comunidades indígenas. Para Ruiz, la comunidad no es un pedazo de paraíso terrenal en el que todos viven en armonía; los observa y nos los presenta con sus contradicciones, dejando muy lejos la idealización del indígena en la que por una u otra razón cayó la literatura indigenista. En las narraciones de Mikel el indígena no es un santo, es un hombre.

Juan Pérez Jolote, de Ricardo Pozas, intenta  retratar a un hombre chamula, sus aventuras y finalmente su regreso a la tierra prometida. En los cuentos de Mikel, Ignacio migra a la ciudad; el choque cultural, el racismo, la violencia, la opresión económica lo convierten en casi un objeto, un ente que va errando por la vida; cada que se mueve se hunde más en la ignorancia, hasta llegar a considerar que la única salida a sus problemas, esto es no poder ser mestizo, resulta la muerte.

Mikel logra personajes complejos, matizados. En su mundo no cabe el maniqueísmo, la visión del mestizo malvado y el indígena bueno no le interesa, es más, la niega, establece una relación crítica con esa forma de entender la relación entre indígenas y mestizos. En Ignacio podemos observar una profunda confusión, un errar constante, el hombre convertido en duda. Es ahí donde los escritores indigenistas no lograron penetrar las diferencias sociales, económicas, pero sobre todo culturales; les impide narrar desde el interior de los personajes, conocen la cosmovisión desde fuera, sin llegar a los más íntimos problemas del ser indígena. La actual literatura escrita por indígenas nos permite acercarnos a ese universo cultural, rozar el mundo de sus símbolos, escuchar, leer de sus propias voces las contradicciones de su devenir histórico.

El surgimiento de la literatura escrita por indígenas forma parte de los movimientos sociales y políticos que reivindican los derechos de los pueblos indígenas. A las tradicionales demandas de tierra, trabajo, reconocimiento como sujetos de derecho, participación política, etc., suman la urgente necesidad de que se les respeten sus formas de organización cultural, sus ritos y fiestas, el fortalecimiento y promoción de sus lenguas maternas, lo cual incluye el derecho a expresar su mundo a través del arte. Sin duda, la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional fungió como catalizador de todas esas demandas. En Chiapas, las exigencias de los pueblos indígenas a través del EZLN posibilitan la aparición del Centro Estatal de Lenguas, Arte y Literatura Indígenas, institución que se ha preocupado por la formación de escritores, con resultados positivos. La Unidad de Escritores Mayas Zoques ha hecho lo propio. Sna Jtz’ibajom es otra organización que durante muchos años se ha dedicado a recuperar la literatura oral de los pueblos, así como promover el teatro, y no podemos olvidar el extraordinario trabajo que realizó el poeta José Antonio Reyes Matamoros al formar una nueva generación de escritores.

Los hijos errantes nos enseña que es posible la convivencia de dos o más tradiciones culturales. Mikel entiende que el arte es un lugar de encuentros, un diálogo constante.

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