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EN ATENCO, MENTIRA Y DESTRUCCIÓN / 245

Gloria Muñoz Ramírez

CON LA MAQUINARIA LITERALMENTE ENCIMA, EL FPDT CONTINÚA CON LA OPOSICIÓN A “UN PROYECTO QUE NOS DESTRUYE”

San Salvador Atenco, Estado de México.

Del centro de San Salvador Atenco a la barda perimetral del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México (NAICM) hay 30 minutos de camino. La maquinaria se desplaza por todos los alrededores. Los camiones de carga con el material pétreo que extraen de los cerros vecinos recorren sin piedad el valle sagrado de Nezahualcóyotl. La megaobra invade el paisaje y la vida cotidiana. Y ahí, con todo en contra, el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT) continúa su lucha contra la invasión, por el derecho a seguir sembrando.

La cuenca del Valle de México, el “ombligo de la luna” para los mexicas, está rodeada de los cerros de los que se extrae la grava, la arena y el tezontle para la construcción del nuevo aeropuerto. “Esta zona es un vaso regulador de aguas de lluvia, mantenerla así garantiza agua para siempre y para todos. El gobierno, al apropiarse de este territorio, nos despoja no sólo de la tierra, sino también del agua, que es el sustento de las futuras generaciones”, señala Martha Pérez Pineda, del pueblo de San Francisco Acuexcomac.

“Nos están imponiendo no sólo el proyecto del aeropuerto”, afirma la luchadora campesina, “sino también otros megaproyectos de invasión del territorio. En 2001, recuerda, “expropiaron las tierras para imponer todo un diseño de zonas industriales, comerciales y turísticas. Y eso es lo que están haciendo. Planearon además un proyecto hidrológico de entubamiento del agua para llevársela y una plancha de concreto para las pistas del aeropuerto. Por eso decimos que es un megaproyecto de muerte”.

En 2001 los ejidatarios de San Salvador Atenco y los alrededores iniciaron una lucha contra el despojo de sus tierras para la construcción del NAICM. En 2002 la movilización campesina logró la anulación del decreto de expropiación emitido por el entonces presidente Vicente Fox. Pero el gobierno nunca quitó el dedo del renglón y en los años siguientes compró tierras “engañando, dividiendo y envolviendo a los ejidatarios”, levantó la infraestructura y las vías alternas. Jamás tuvo la intención de parar. “Si el anterior proyecto era indignante, el actual lo es más. En 2001 se llevaban el 90 por ciento de nuestro territorio, ahora el 95 por ciento, con la misma estrategia de división, amenaza, represión y muerte”, señaló en su momento Jorge Oliveros, otro de los afectados.

En estos momentos la maquinaria lo invade todo. “Como no hay acceso para el aeropuerto, forzosamente tienen que ingresar a nuestros pueblos. Han habido accidentes, han atropellado a las personas y al pasar por nuestras calles dañan nuestras casas por el peso de la carga. También se daña la infraestructura de la red de agua potable y de drenaje”, advierte Carmen Pérez, mientras ve pasar las máquinas que abren las calles para que puedan pasar los camiones de carga pesada. “Es una situación cotidiana de invasión a nuestro territorio y nuestras vidas”, dice.

“Para nuestros antepasados esto era un centro ceremonial. Es terrible ver que el aeropuerto se levanta sobre donde nosotros hacemos nuestros rituales. Es triste”, dice David Pájaro, otro de los opositores al megaproyecto desde hace más de 15 años. “Hasta donde alcanza la vista era el lago de Texcoco —continúa—, que pertenece a Atenco. El rey Nezahualcóyotl hizo un muelle para que todos los pueblos de la montaña trajeran sus frutas y semillas y embarcaran para salir a la Ciudad de México. Somos originarios, pero el poder judicial nos desconoce como indígenas y lo usan como argumento para echar abajo el amparo que estamos metiendo para anularlo”.

Y ahí, desde la piedra que se conoce como la silla de Nezahualcóyotl, el ejidatario de Atenco acusa al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) “de no hacer nada mientras los carros de volteo se llevan todos los vestigios arqueológicos”. En agosto, cuenta, llegaron representantes de la institución, “les preguntamos por qué no hicieron nada si ya tenían el reporte hecho por arqueólogos para que no se toque el lugar, pero no respondieron nada. Las autoridades hicieron caso omiso, violentando el marco legal”.

Ignacio del Valle, ex preso político y una de las figuras más visibles del Frente de Pueblos, resume para Ojarasca el inicio de la lucha contra el despojo: “En 2001 nos cayó un decreto en el que decían que nuestras tierras ya no eran nuestras, que ya eran para un proyecto aeroportuario. En ese proyecto jamás nos pidieron nuestra opinión, jamás nos consultaron, jamás nos vinieron a preguntar si queríamos ese dizque progreso. ¿Y qué hicimos? Nos juntamos para decidir si defendemos o dejamos o vendemos, si negociamos o dejamos que se lleven la tierra. Y al unísono todos dijimos ‘La tierra no se vende, se ama y se defiende’”.

Hoy, más de tres lustros después y con la maquinaria literalmente encima, continúan con su oposición a “un proyecto que nos desaparece”.

Muchas familias vendieron su patrimonio después de la cancelación del decreto de expropiación. Casa por casa los fueron convenciendo y terminaron entregando sus tierras. Un ejemplo de las consecuencias concretas de la venta es la autopista Peñón–Texcoco. Para su construcción les compraron el terreno a 12 pesos el metro cuadrado. Hoy les cobran 44 pesos de peaje para poder transitarla.

El presidente Enrique Peña Nieto, acusa David Pájaro, “dijo que no se tocaría a los pueblos ni a los ejidatarios, sino terreno federal, pero fue una mentira porque la zona en la que estamos es la que quieren para sus vías de comunicación”. Más de 15 mil hectáreas abarca el proyecto. Y por eso “cada que venimos al cerro nos llenamos de tristeza, de coraje, de rabia, porque no es justo que nos estén pisoteando porque tienen poder”.

El NAICM, insisten, destruye los bienes naturales y el patrimonio cultural. “Por eso nos seguimos organizando, en concreto contra la extracción del material pétreo de los cerros, pues están dejando socavones, como en el cerro del Tepozayo, que ponen en riesgo la vida de los lugareños y su patrimonio, pues las viviendas se encuentran a sólo 60 centímetros.

“Quieren despojarnos de nuestra identidad, y así de todo, hasta de nuestro futuro, pues ya no decidiríamos nosotros en nuestras propias tierras. No estamos de acuerdo y por eso seguimos luchando”, advierte Trinidad Ramírez, mujer curtida en la lucha.

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