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SON LIBRES

Ramón Vera-Herrera

El maíz en tiempos de guerra,
película de
Alberto Cortés, 2017.

 


Asistimos en primera persona a una conversación permanente entre las comunidades y su milpa. Esta conversación es también un reloj que cambia según el tiempo en el año, en un ciclo que gira en torno a los cuidados, que siendo cotidianos y propios de la intimidad de la casa, son profundamente políticos y establecen de inmediato una resistencia que implica una defensa territorial, una reivindicación de su ser en su “nosotros”, desde su mutualidad y su devenir.

Cada una de las personas que en la pantalla nos relatan su relación amorosa con los quehaceres y los seres con quienes establecen vínculos de crianza y futuro cotidianos, parecen decirnos que la reproducción en nuestros términos es lo más importante y que trabajar para otros nos somete de modos insospechados y perniciosos.

Son cuatro familias (una wixárika de Jalisco en frontera con los narco-ganaderos, dos tseltales en el Bachajón cercano al zapatismo y una mixe en Tlahuitoltepec). Descubrimos su vida por sus tareas. Nunca dejan de laborar, y sin embargo no son familias explotadas por patrones. Son libres. Su tiempo es para ellas y sus labores creativas, por más violencia y ataques que quieran emprender contra ellas quienes les cercan.

La libertad no significa que sus vidas estén desprovistas de conflictos, ni que nadie quiera someterles a sus designios. Es su empeño por hacerse responsables de lo que es crucial para ellas y su gente cercana, para las plantas y animales, para todo ser con quien se relacionen en su concreción de mantener la vida.

Su libertad es visible y tangible en la alegría a veces hasta chacotera con que afrontan lo que les toca, sabiendo que de lo que no les toca se van a defender a donde topen porque no se trata de aceptarlo todo sino de ajustar su vida a lo que en justicia es importante: custodiar sus semillas, valorar lo diverso de la convivencia de la milpa, su modo de sembrar, sus labores cotidianas, la relación entre la familia, lo que puede ser nutritivo, las decisiones políticas que promuevan equidad y respeto.

No son perfectas ni lo pretenden. Pero con plena conciencia sí quieren ser mejores, sí quieren el mundo en que nacieron, sí saben cuál es un destino mejor. De cuánta gente podemos decir esto.

Este film es una rendija a un mundo que ha estado aquí de siempre, y que casi no se mira. Desde la ciudad y las academias, desde las militancias y las agencias, es preferibles verles con conmiseración o nostalgia, con asepsia y lejanía porque pueden así entrar en innumberables contabilidades monetarias (o morales y hasta epistemológicas).

Desde la rendija, estas familias reivindican con firmeza que nadie les podrá robar su vida, por más que el poder intente despojarles o devastar sus tierras, y emprenda actos de violencia para someterles.

Su aplomo es inmemorial y les viene de su entereza en común, de su cariño y su mirada detallista y abarcadora que va del instante a los milenios, y de regreso al girar de la lluvia, la germinación y el fuego renovado.

El maíz en tiempos de guerra deja que todo nos lo muestren con sencillez y sonrisas desde su milpa y su fogón mientras laboran y se dan un respiro para intuirnos.

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