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MALINCHISMO EN EL SIGLO XXI. INVISIBLES HASTA PARA LOS PAISANOS

Martín Tonalmeyotl

El colonialismo interno se sigue reproduciendo de manera cotidiana en la gran mayoría de nuestros pueblos originarios. A pesar de la “educación”, sistematiza para ver el mundo de un solo color. A través de las tecnologías implementadas en las sociedades actuales se sigue habitando en un colonialismo interno y violento. Violento en el sentido de negarse a uno mismo. Mucha gente de nuestras comunidades sigue negando su propio rostro, la cultura en que habita, la vestimenta de sus abuelos, la estatura, los modos de vida, de alimentarse, de ver el mundo con otras pupilas, la costumbre de bailar en cada fiesta. El colonialismo marcó a nuestros pueblos, desde la invasión de los primeros hombres llegados de Europa hasta estos días, en aspectos como la política, la música, el machismo, la economía.

Algunos pueblos nahuas como San Pedro Tlalcuapan o San Miguel Xaltipan, Tlaxcala, y seguramente otras comunidades no sólo nahuas sino de todas las culturas existentes en México, se sigue venerando al europeo o al estadunidense por el color de los ojos, los cabellos, la piel y la estatura. Se sigue admirando aquello que se creyó alguna vez superior a nosotros. La discriminación de las comunidades nahuas hacia su propia gente es aún más violenta que la ejercida en las ciudades.

En un encuentro internacional de estudiosos de la lengua náhuatl de la República Mexicana, a donde llegaron catedráticos de Polonia, Holanda, Estados Unidos, España y El Salvador (de este último un hablante del náhuatl pipil), se suscitó un caso de discriminación muy marcada. Ese día tuvimos que llegar un poco temprano a la ciudad de Tlaxcala para después trasladarnos a San Miguel Xaltipan. Sin embargo las lluvias torrenciales de la ciudad de México causaron grandes disturbios en las calles y cambió nuestra agenda de horarios. Eso causó que en la terminal de Tlaxcala nos encontráramos varios personajes en dirección al evento. Más tarde, algunas personas de la comunidad vinieron por nosotros, nos llevaron a San Miguel y nos hospedaron en sus casas. En el grupo que me tocó éramos tres hombres y cinco mujeres, tres de ellas europeas. Al llegar a la casa de la maestra, a las europeas se les ofreció un cuarto con tres camas y al resto, incluyendo a las dos mexicanas, un cuarto con piso, unas cobijas y listo. En mi papel de que el trato fuera un poco igualitario hacia las mujeres, me tomé el atrevimiento de hablar con la maestra de la casa y decirle que las compañeras mexicanas pudieran compartir cuarto con las europeas para que no durmieran en el piso por cuestiones de higiene y porque estaba muy frío. La razón fue que las camas eran grandes y podían caber dos personas en cada una de ellas. La maestra le pensó un poco y con la pena habló con las europeas. Ellas no tuvieron objeción alguna de compartirles una cama.

Otro caso fue el que vivimos en San Pedro Tlalcuapan, a donde se nos invitó y fuimos recibidos en la iglesia principal con una bienvenida y un recital de poesía en lengua náhuatl. Como las comunidades acostumbran a rendirle culto a sus visitantes, prepararon collares de flores muy bien diseñados. A los europeos y estadunidenses, por su estatura, color y acento de extranjero, se les recibió con collares sobre el cuello y un clavel en la mano mientras que a los mexicanos provenientes de Hidalgo, Guerrero, Veracruz, Oaxaca, Zacatecas, Yucatán, Estado de México y otros, por nuestra piel morena, nuestra estatura mediana, por no tener ojos de color, no nos fue dado ningún collar de flores, ni siquiera un clavel, y ninguno de los libros que después se regalaron. Al compañero de El Salvador tampoco le dieron nada. Los mexicanos por nuestro aspecto de mexicano y por parecernos mucho y la gente de San Pedro fuimos invisibles ante los ojos de nuestros paisanos nahuas de Tlaxcala.

En el trabajo de revitalización y documentación de la lengua náhuatl que se realizaba en estas comunidades, donde la lengua está muy maltratada, aportamos todos de forma equitativa; unos hicimos las entrevistas y tuvimos una interacción de forma directa con los últimos adultos hablantes de este idioma; fuimos nosotros porque somos hablantes nahuas. Y no sólo eso, de todos los que asistimos al encuentro convocado por una institución académica polaca que financia el evento, la gran mayoría teníamos el grado de maestro o doctor, además de escritores, lingüistas e investigadores de nuestra lengua, pero eso para nuestra gente no contó porque no cumplimos con el estereotipo de investigadores.

Si analizamos esto desde la otra orilla del río, somos los que trabajamos más desde todas las trincheras para que la lengua y la cultura no mueran, para que los niños hablen y nos les dé vergüenza pertenecer a una cultura propia, para que se escriba nuestra idioma. Pero aquí nuestro esfuerzo fue pisoteado porque éramos un grupo de 25 europeos-estadunidenses y 20 nahua hablantes de la República Mexicana y El Salvador. Como ha pasado en repetidas ocasiones, aquí se nos trató de indios, ignorantes y demás.

Creo que si a los compañeros no los hubiese provocado sobre este asunto, se hubieran dado cuenta del trato sin decir nada. Tras el acto de los collares de flores, muchos de los compañeros mexicanos se ofendieron y uno de ellos fue a reclamar su derecho del buen recibimiento y del por qué no le había tocado ese dichoso collar. La respuesta de la representante del gobierno municipal fue que sólo era para los extranjeros. Entonces el reclamo fue aún más grande porque un compañero salvadoreño que tiene rasgos similares a nosotros tampoco se le fue dado. Después del reclamo, el compañero recibió las flores.

Acto seguido de los collares, nos llevaron a un lugar a comer antojitos, aquí se nos trató de manera igual pero tan sólo pasaron unos minutos, los encargados de ese lugar pidieron tomarse una foto con el equipo de visitantes, pero sólo con los europeos y no con los mexicanos. La coordinadora de nuestro grupo no lo permitió y como varios escuchamos eso, no nos acercamos a la sesión de fotos, pero la encargada habló con nosotros amablemente para que saliéramos todos, por tanto salimos en la foto, la mitad europeos y mitad “morenitos”, “chaparritos”, “gorditos” y “bajitos”.

Después de la foto nos llevaron a un lugar donde se saca el pulque, en donde se nos regaló en vasos de plástico y a los extranjeros en jarritos de barro. De ahí nos llevaron a comer a un lugar tipo auditorio donde, para la bienvenida, las mujeres con sahumerio en mano, se vistieron con sus blusas, nahuas y rebozos, y los hombres con huaraches, calzón y cotón de manta, todos nuevos porque sólo era un acto protocolario, la ropa tradicional ya nadie la usa en estos lugares. La bienvenida consistió en un canto de niños en lengua náhuatl. Los hombres y las mujeres principales nos untaban humo salido del copal como bendiciéndonos por visitar estas tierras, digo a ellos porque yo me colé entre los hombres grandes para ver justamente qué pasaba, y como se imaginarán, pasé desapercibido o invisible, mi presencia y la presencia de los demás no eran tan importante como la de los otros. La comida se les sirvió primero a ellos y a nosotros mucho después. Recuerdo muy bien esa escena porque dos chicas de Veracruz lloraron por tal trato, varios nos paramos a reclamar el trato igualitario y la autoridad de ese lugar, quien era una mujer, se acercó al micrófono dizque para pedir disculpas y lo único que dijo fue que no tenía por qué pedir disculpas a nadie porque a todos se nos dio de comer y que el recibimiento era para todos.

Si indagamos estos ejemplos seguramente muchos lo hemos visto y lo vemos pasar a diario en muchas comunidades y ciudades, sin embargo decimos poco o nada porque estamos acostumbrados a vivir y a vernos menos ante el extranjero científico, escritor, lingüística, pintor, músico, investigador, diseñador. Éste es un ejemplo más de cómo en nuestros pueblos se sigue venerando a los de fuera y lo propio se sigue despreciando, legado de la colonia de hace cinco siglos.

En la era actual mucha gente tanto de los pueblos como de las ciudades, con sólo escuchar Europa piensa que es el paraíso donde no hay pobreza, corrupción ni discriminación como en México o América Latina. Halagan una tierra que no conocen y pisotean aquello propio que nos da identidad; eso habla de nuestra historia, de nosotros mismos, de nuestros pueblos que siguen vivos a pesar de la invasión, del saqueo, de la discriminación y el racismo. Entonces ¿cómo valorar lo nuestro? ¿Cómo quitarnos esta cruz que nos marca en la frente? Creo que hay mucho que hacer empezando por conocer la historia de nuestros pueblos, de nosotros mismos. Leer a nuestros colegas de los pueblos originarios y no originarios para saber qué está pasando en la ciencia, en el arte, en la filosofía y en todo el quehacer cotidiano de nuestro México lindo y herido.

 

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| Martín Tonalmeyotl (1983), poeta y escritor nahua originario de Atzacoaloya, en Chilapa, Guerrero (1983). Autor de Tlalkatsajtsilistle/Ritual de los olvidados (Jaguar Ediciones, Colima, 2016).
En Ojarasca ha publicado frecuentemente,
con poemas, ensayos y testimonios.

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