LOS SEIS DE TLANIXCO / 257 — ojarasca Ojarasca
Usted está aquí: Inicio / Reportaje / LOS SEIS DE TLANIXCO / 257

LOS SEIS DE TLANIXCO / 257

Gloria Muñoz Ramírez

CONDENADOS A MÁS DE MEDIO SIGLO DE CÁRCEL POR VENGANZA DEL GOBIERNO MEXIQUENSE

San Pedro Tlanixco, Estado de México

El primero de abril del 2003 se oyeron las campanas en el centro de San Pedro Tlanixco, cambiándole la vida a este pueblo nahua del municipio de Tenango del Valle. A mediodía ingresaron a su territorio 11 floricultores del municipio vecino de Villa Guerrero, quienes con insultos y agresiones físicas acusaban a la comunidad de ensuciar el agua. Los pobladores dieron aviso al resto de la población con el repicar de las campanas y se reunieron casi de inmediato más de 300 personas.

El grupo de empresarios dedicados al cultivo de la flor estaba encabezado por el presidente del Sistema de Agua de Riego del Río Texcaltengo de Villa Guerrero, Alejandro Isaak Basso, quien según los testimonios era el más agresivo, pues lideraba el desvío del río que nace en Tlanixco para regar sus sembradíos.

Los testigos de Tlanixco cuentan que en medio de los insultos y agresiones, el señor Isaak Basso resbaló y cayó en una barranca, lo que le ocasionó la muerte. Pero el gobierno del estado responsabilizó a seis de los defensores más visibles del agua, a quienes detuvo en 2003 y en 2006, y posteriormente los sentenció a penas de entre 50 y 54 años de prisión, sin una sola prueba directa que los inculpe.

En agosto de este año, en el marco del Encuentro Agua, Tierra y Libertad, celebrado en San Pedro Tlanixco, Ojarasca entrevistó a las familias de los seis condenados.


Dominga González Martínez

A Dominga le rogaban sus hermanas que huyera porque la estaban persiguiendo y en cualquier momento la podían detener, pero ella decía que la que nada debe, nada teme. La aprehendieron el siete de julio del2007, casi cuatro años después de que cayeron los tres primeros: Teófilo, Rómulo y Pedro, cuando se desató la cacería y los judiciales irrumpieron en las casas y lo revisaron todo. A niños y adultos les apuntaron con armas largas. Nada les importó.

Dominga vivía en un cuarto pequeño a la entrada de la casa familiar, donde dormía con su hija Raquel, de17 años. Más de cien judiciales a bordo de 30 patrullas ministeriales rodearon la casa, brincaron la barda y entraron sin orden de aprehensión. Encapuchados y armados irrumpieron en el cuarto de Roberto, su hermano, levantaron a su esposa de la cama y le apuntaron a ella y a sus hijos. “Acusaron a mi esposa de ser Dominga y le gritaron groserías para que confesara. Cuando comprobaron que no era ella se pasaron al cuarto donde vivían mis papás, los dos ya viejos. A ellos los levantaron, los encañonaron y les exigieron que les dijeran dónde estaba Dominga. Abrieron la puerta de su cuarto, la levantaron en paños menores y tal cual se la llevaron detenida como una vil delincuente”, recuerda Roberto.

Es agosto y el patio de la casa de Dominga está lleno de flores. El clima de la zona hace brotar los claveles y las rosas, todo florece por aquí, a pesar de que el agua llega por pipas una vez a la semana. Se reúne la familia en el patio para hablar de aquel siete de julio, cuando pensaron que se la llevarían a un juzgado a rendir declaración, pero no. La llevaron a la procuraduría del estado y de inmediato la trasladaron al Centro Estatal de Prevención y Readaptación Social Almoloya de Juárez, mejor conocido como Santiaguito, donde lleva 11 años encerrada.

El testigo acusatorio dijo que “la gente estaba liderada por una mujer morena, chaparrita y chapeadita”. Y por esas características, dice su hermano, la detuvieron. Dijeron también que esa señora morena y chaparrita incitó a la gente. Diez años la mantuvieron encerrada sin sentencia. En noviembre de 2017 le dictaron la pena de 50 años, sin siquiera definirse grado de participación en el homicidio del que se le acusa.

La familia empezó a moverse como pudo. Buscaron un abogado y poco a poco se dieron cuenta de “todas las irregularidades y de todo lo malo que ha hecho el gobierno contra nuestro pueblo indígena y nuestros defensores”. Según declaraciones de la propia parte acusadora, “ni ellos saben quién o quiénes fueron los que supuestamente arrojaron al occiso”. Cuenta el hermano menor de Dominga que en sus primeras declaratorias los testigos dijeron que fue Benito Álvarez, pero lo dejaron libre. “Después dijeron que fue un profesor que usa muletas porque no puede caminar, pero dijeron que pateó a Isaac Basso. Lo más increíble es que pusieron entre los culpables a una persona que llevaba fallecida más de un año, Benancio Cetina, quien seguramente desde la tumba incitó a la gente a golpear al ingeniero”.

Dominga tenía 45 años en ese momento. Hoy tiene 56 y el pelo completamente blanco. En libertad se dedicaba a la siembra y formaba parte del comisariado ejidal de San Pedro Tlanixco, cargo con el que defendió el agua de la comunidad, oponiéndose a la privatización del río Texcaltengo, también llamado río Grande.

Rodrigo la recuerda como los demás en el pueblo: alegre y optimista, “de las que se quita el suéter para dárselo a otra persona”. Tiene su carácter, dice, “y se enoja pero en cinco o diez minutos se le quita el coraje”. Es analfabeta, como muchos mayores de esta comunidad, “y se gana el cariño de la gente”.

En estos 11 años de encarcelamiento Dominga ha tenido tres operaciones, y aunque las cirugías se han hecho fuera del penal, los costos han mermado los escasos recursos de una familia conformada por nueve hermanos, su esposo y sus cuatro hijos.

Estela, una de las hermanas, cuenta que cuando la visita “se pone alegre”, aunque, dice, “nos adelgazó feo” cuando supo que le dieron 50 años de prisión, entonces se deprimió, se enfermó y hasta le quitaron la matriz. Estela la visita en Santiaguito cada ocho días y a la cárcel le llevó la noticia de la muerte de su madre, quien “no pudo con la preocupación” y no la volvió a ver.

Hoy, cuenta su hermana, Dominga cose, borda y teje en el encierro. Gana su “dinerito” y se mantiene, mientras lucha desde adentro por su libertad. Juana, otra de sus hermanas, tararea las canciones que le gustan a Dominga. “Qué milagros chaparrita” o “Te está esperando María”, son dos de las que cantan juntas cuando la visita en el penal. “Ella sabe que me siento triste de verla ahí y me dice que mejor nos pongamos a cantar”. Su madre, recuerda, les enseñó a cantar y a “ser francas y gustosas”.

Sin duda quienes más la extrañan son sus tres hijas y su hijo. Mariana Saldívar es la mayor. Le siguen Lilia, Fredy y Raquel. Su mamá, dice, “es una persona trabajadora que se dedicaba mucho al hogar. Nos sacaba adelante porque mi papá tiene 18 años trabajando fuera y no lo hemos visto desde entonces. Se fue a Denver, Colorado. Trabaja en las yardas, y aunque no ha regresado sigue enviando el sustento para la familia”.

Las tres hijas y el hijo se dicen orgullosos de esta mujer que antes de ser encarcelada se dedicaba al hogar y a recolectar hierbas medicinales como gordolobo, árnica, poleo y flor de sauco, que después vendía fuera del pueblo. Una mujer católica que asistía a la iglesia todos los días, y que hoy sigue rezando en la cárcel, donde la conocen como “la tía Domi”, y la respetan lo mismo sus compañeras que las custodias, pues, dice Mariana, “todos saben que no hizo nada”.

Dominga tiene ocho nietos, a dos de ellos no los conoce, ni a su bisnieto. Algunos no saben que está presa, sólo les dicen que se fue a trabajar a otro lado, como muchas de las mujeres de este pueblo que laboran como empleadas domésticas en la Ciudad de México. Otra hermana de Dominga se llama Martina. Ella y todos lo tienen claro: “Dominga está presa por el delito de defender nuestras aguas”. Por eso una hermana más, Benita, exige su libertad y la de sus cinco compañeros: “No sabemos por qué el gobierno es así, nos trata como quiere por ser un pueblo indígena del que estamos orgullosos”, dice.


Lorenzo Sánchez Berriozábal

A Lorenzo, dice su compañera Yolanda Álvarez, “nos lo arrebató la injusticia”. Hoy como parte del movimiento por la libertad de los defensores del agua y de la vida de Tlanixco, recuerda que iniciaron la lucha por el agua desde 1989. En 2003, explica, se unieron al Congreso Nacional Indígena (CNI) y fortalecieron la defensa, pero dos meses después “se suscitó lo del difunto”. “Mi esposo estaba en apoyo de la defensa. Yo también soy defensora, toda mi familia, porque todos necesitamos agua. Seguimos defendiendo nuestro derecho porque es vital, y también la libertad de nuestros presos. Mi esposo tiene once años y meses en la cárcel. Lo detuvieron desde 2006”, cuenta. Lorenzo acaba de cumplir 54 años y tiene un hijo de 29, quien junto a su madre se dedica al comercio. Su esposa es clara y tajante: “Hemos recibido un mal trato, nos discriminan por ser indígenas, nos tratan como unos delincuentes, como unos criminales, cuando realmente no somos ese tipo de gente, sólo luchamos por nuestro hogar, por nuestra vida, por lo que tenemos”.

No se explica, dice, por qué “si tenemos ríos y manantiales que nacen en nuestros territorio, aquí atrás de mi espalda, no somos dignos de tomar de ella. Me urgen las dos cosas, el agua y mi esposo”.


Pedro Sánchez

Marisela Molina es esposa de Pedro Sánchez, sentenciado a 52 años de prisión, acusado también del asesinato de Alejandro Isaak Basso, pero la verdad, dice, “está privado de su libertad por participar en el comité de agua potable de Tlanixco”.

Al día siguiente de la muerte de Isaak Basso, el primero de abril del 2003, llegaron más de cien judiciales a tres casas. Sembraron el terror. Entraron a la casa de Pedro y Marisela, “pero él se había ido a recostar un rato al cuarto y yo estaba trabajando en una tortillería. Llegaron los judiciales y me preguntaron si ahí vivía Pedro Sánchez, yo contesté que sí, pero que no se encontraba. Entonces unos 50 o 60 judiciales nos pusieron las armas en el pecho y subieron”. Entraron sin orden de cateo ni de aprehensión. Allanaron la casa, pero ese día no lo encontraron. Fue hasta el 22 de julio de ese 2003 cuando se lo llevaron directo al penal de Santiaguito. Los claveles que iba cargando Pedro en su camioneta a las seis de la mañana, no llegaron a su destino. Y de esa fecha han pasado ya más de 15 años.

Pedro, uno de sus cinco hijos, tenía tres años cuando detuvieron a su papá. “Visito a mi papá, prácticamente lo he conocido en la prisión. Su ausencia ha sido muy dolorosa. No tengo ningún recuerdo de mi padre en libertad, creo que es lo que más me mortifica”.


Marco Antonio Pérez González

Marco Antonio en este momento tiene 38 años, fue encarcelado a los 23 y le faltarían 35 años más para cumplir la sentencia. Tomasa, su hermana, recuerda los hechos del primero de abril de 2003 como si hubieran sido ayer. Ese día los floricultores de Villa Guerrero subieron al río que nace en Tlanixco, la gente se percató de que había extraños e hicieron tocar las campanas para convocar a reunión.

Les pidieron que se fueran de su comunidad y en eso estaban cuando Alejandro Isaak Basso “que era mayor, no resistió y cayó al barranco. Y acusaron a mi hermano de asesinarlo”. Tres años después lo aprehendieron en el lugar en el que trabajaba como albañil en la Ciudad de México.

“Si yo hubiera estado ese día de las campanas, yo habría hecho lo que los compañeros, ir a defender nuestros derechos y nuestra agua, que nos sirve para sobrevivir. Ellos no podían agarrar lo que no es de ellos”, sentencia Tomasa.


Teófilo Pérez González

También en Santiaguito está Teófilo, sentenciado a 50 años. Su esposa Silvia Cruz González recuerda cuando los floricultores llegaron a El Salto, donde brotan los manantiales, “para llevarse nuestra agua”. Recuerda, como todos, el repique de las campanas, llamado al que su esposo no pudo ir porque se encontraba alimentando el ganado, “pero como era también defensor del agua, lo acusaron junto con los demás de haber asesinado al empresario.

Ex policía, ex migrante y ex taxista, Teófilo fue detenido tres meses después de los hechos a bordo de su taxi y, como a los demás, “se lo llevaron derechito a Almoloya de Juárez, en Santiaguito”. Tres años después lo sentenciaron a medio siglo tras las rejas. Es tal el tamaño de las irregularidades que su orden de aprehensión fue a nombre de Rómulo Arias, quien también es inocente.

A Teófilo lo acusan de homicidio y, como a los demás, no le dicen específicamente qué hizo. “No hay justicia en este país, porque por ser pobres e indígenas estamos donde estamos, porque no tenemos los medios. Yo tengo 44 años, hace 15 lo encarcelaron. Tengo cuatro hijos: el mayor tiene 29, Omar, Viviana tiene 26 y sus hermanos 21”, advierte Silvia.


Rómulo Arias

Es mecánico y aquel primero de abril Rómulo estaba trabajando cuando lo llamaron para ir a ver a los que “se estaban robando el agua”. Tomasa Estrada, su esposa, señala que Rómulo “corrió y fue a ver, pero ni siquiera llegó a la mitad del camino”.

“A mi esposo lo detuvieron un 15 de junio de 2006.Estuvo tres años perseguido hasta que llegaron unos judiciales. Vivimos sobre el paradero y cuando nos dimos cuenta había carros atrás y enfrente de nuestra casa. Él se brincó por la azotea y se metió a la casa de su hermano .Los judiciales se metieron al domicilio de mi cuñado y como no lo podían sacar, para espantarnos empezaron a aventar balazos adentro del domicilio”, relata Tomasa.

A los 54 años lo sentenciaron acusado del mismo homicidio. Alberto Vázquez Carrasco, acompañante de Isaak Basso, declaró contra Rómulo y tres años después reconoció “que la hermana del difunto lo obligó, que siempre tenían reuniones en un rancho en Villa Guerrero y que se ponían de acuerdo para decir quiénes eran los culpables para que se pudrieran en la cárcel”.

comentarios de blog provistos por Disqus