VIEJO SUEÑO COLONIAL
UNIR LOS DOS MARES POR EL ISTMO
Hernán Cortés (c. 1528) en sus Cartas de relación anunciaba ya la posible comunicación entre las mares del Sur y del Norte, es decir, los océanos Pacífico y Atlántico por el Istmo de Tehuantepec a través del río Coatzacoalcos o del Corte, que nace en el corazón del Istmo, en la selva del territorio zoque de los Chimalapas pretendiendo un canal que recorriera menos de 300 kilómetros entre el entonces puerto de Tehuantepec y el de Minatitlán. (Durante la segunda mitad del siglo XVII y el XVIII, millares de metros cúbicos de caoba y otras maderas preciosas que salían por el río del Corte fueron saqueados de los Chimalapas por holandeses, alemanes, franceses e ingleses, que tenían como destino principal los puertos y astilleros de Amsterdam, Hamburgo, Nantes y Londres). Con un cauce y una vitalidad mayor a la que hoy presentan en sus respectivas cuencas, ambos ríos fueron en distinto tiempo navegables por embarcaciones pequeñas y grandes, de remo, vela y vapor, por lo menos hasta la segunda mitad del siglo XIX, como aparece en la crónica de Charles Brasseur, en su ya clásico libro Viaje a través del Istmo de Tehuantepec.
En el puerto de Tehuantepec, que la Corona excluyó de otorgarse al marquesado, dado tal carácter, Cortés llegó a establecer un astillero desde donde se armaron las primeras embarcaciones para sus expediciones coloniales en Las Filipinas y el Lejano Oriente. Durante la definición de las posesiones correspondientes al marquesado, la Real Audiencia en Cadiz determinó excluir de dichas posesiones, puertos y minas que quedaban en dominio directo de la Corona. Ésta sería en estricto sentido la primera etapa histórica de la globalización, parafraseando a Gruzinski (Les Quatre Parties du monde).
Si observamos en detalle algunos mapas coloniales, podemos apreciar cómo la mayoría de las comunidades mixe-zoqueanas, chontales chinantecas, nahuas y binnizá, se instalaron en los márgenes de los ríos. Esta situación, además de proporcionarles el elemento vital y alimentos, les permitía una mejor y más rápida comunicación y transporte de sus mercaderías desde los siglos anteriores a la invasión peninsular. Dicha situación fue compartida en las principales cuencas del Sureste: la del río Coatzacoalcos, Tehuantepec y las aledañas del Papaloapan y el Grijalva. Es así que la definición geográfica territorial de nuestros pueblos, como ya se ha demostrado por estudios arqueológicos, se entiende mejor por la definición territorial de las cuencas y subcuencas que por la división o departamentalización colonial y/o republicana.
Históricamente, la mayor afectación medioambiental que se ha dado a las montañas y ríos del Istmo de Tehuantepec ha sido la ganadería, desde el siglo XVI hasta nuestros días, el saqueo de madera, y la industria petroquímica en la segunda mitad del siglo XX debido a la construcción de las más grandes refinerías, sobre todo en el Istmo veracruzano, lo que ha propiciado que el río Coatzacoalcos sea uno de los más contaminados del planeta.
En el contexto de las pugnas entre liberales y conservadores, a mediados del siglo XIX, Matías Romero Avendaño, del grupo juarista, compró e introdujo armamento procedente de Miami (Estados Unidos) a la naciente República a través del Istmo de Tehuantepec, remontando el río del Corte desde Puerto México hasta Suchilapa, en las inmediaciones mixes entre Oaxaca y Veracruz. Según las fuentes, el armamento era recibido en el centro del Istmo y trasladado a lomo de mula por el entonces coronel Porfirio Díaz.
En el fondo especial del siglo XIX (Fondo Juárez, Hemeroteca Nacional, UNAM), además de estudios cartográficos y levantamientos topográficos, abundan referencias a las pugnas entre alemanes, franceses, ingleses y estadunidenses por monopolizar el derecho de libre paso por el Istmo. De hecho, dentro de sus propuestas para el armisticio después de la invasión estadunidense (1844-1847), los gringos pedían a perpetuidad este derecho, el cual les fue negado pues ya se había negociado previamente con Londres, que lo ejerció este derecho con el trazo y ejecución de la ruta del Ferrocarril de Tehuantepec.
En su estudio “El impacto económico de los ferrocarriles en el porfiriato”, Coatsworth (1976, 121) destaca la voracidad de los hacendados por la “usurpación de la tierra indígena” asegurándose “propiedades adicionales junto al trazo de las nuevas líneas de la construcción de los ferrocarriles”. Y una evidencia más del comportamiento cíclico de la historia del capital: “El primer método, la usurpación, a veces involucraba el refuerzo de las Leyes de Reforma, que exigían la enajenación de las propiedades comunales indígenas y la distribución de tales tierras en parcelas individuales. Una vez que la antes inalienable propiedad era distribuida, las posesiones personales eran compradas a un precio relativamente bajo mediante astutas combinaciones de venta legal y expropiación ilegal”.
Tanto en el caso de las tierras para campos eólicos y minas como para el trazo ya existente y apropiado del ferrocarril transístmico está la historia de la usurpación, despojo y “encubrimiento legal” de las tierras de los pueblos originarios del porfiriato.
La decadencia del imperio inglés y la asunción de Estados Unidos como nuevo hegemón político-económico mundial propiciaron la aparición de los primeros pozos petroleros en el norte del Istmo, monopolizados por Rockefeller.1 Se iniciaba el complejo periodo de Revolución Mexicana –Primera Guerra Mundial, así como la transición hacia una era marcada por el uso de combustibles fósiles; quedaba atrás el tiempo de barcos y locomotoras de vapor y carruajes tirados por caballos.
La construcción del ferrocarril transístmico, Ferrocarril de Tehuantepec, se dio durante el porfiriato. Fue inaugurado en 1907, en la estación de Salinacruz; antes de la Revolución llegó a transportar millares de contenedores entre ambos puertos, con objetivo de acortar la distancia entre las costas este y oeste de Estados Unidos. El cineasta Sergei Einseinstein y el pintor y etnógrafo Miguel Covarrubias utilizaron la ruta del ferrocarril transístmico, maravillados por la riqueza de sus ecosistemas y la exuberante vegetación de las montañas del norte y sur del Istmo, antes de los estragos y el ecocidio causados por la ganadería extensiva, la presa Benito Juárez y la industria petroquímica en ambas latitudes. La reapropiación de este proyecto por el Estado mexicano implicaría revertir o renovar las concesiones que otorgó Zedillo a empresas transnacionales. Y reconocer los derechos territoriales de las comunidades originarias directa e indirectamente afectadas y afectables ahora y desde hace más de un siglo; revertir o anular el impacto ambiental en una región de alta fragilidad ecológica, lo cual es casi imposible. Y finalmente, realizar la consulta libre, previa e informada sobre la viabilidad y/o inviabilidad del proyecto en esa histórica región indígena.
1 Las concesiones fueron para la firma Pearson y la compañía El Águila, el primer pozo y campo petrolero fue “El Plan” ubicado en Las Choapas, en el norte del Istmo, desplazando a las comunidades indígenas de Moloacan y Nanchital. En ningún momento hubo la más mínima referencia a sus derechos territoriales y/o económicos como pueblos originarios.