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PARA UN BUEN AÑO Y MEJOR MAÍZ

IVÁN PÉREZ TÉLLEZ

RITUALES Y RESISTENCIA CONTRA UNA GASERA EN TERRITORIOS NAHUAS DE LA SIERRA NORTE

Cuaxicala, Huauchinango, Puebla

La comunidad nahua de Cuaxicala, en la sierra norte de Puebla, ha sido blanco de distintos pro­yectos que afectan su territorio. Algunos los han repelido, otros no. Décadas atrás Pemex instaló un ducto que corre a tan sólo unos metros del caserío. Más recientemente, la autopista México-Tuxpan atravesó sus terrenos. Sin embargo, lo que consideraron inadmisible fue que Gasomex pasara un ducto a los pies —literalmen­te— del cerro sagrado Yelotepetl, o Cerro del Elote. La organización que consiguió frenar esta iniciativa tiene un carácter civil, pero preponderantemente es ceremonial.

Los movimientos de resistencia los han encabezado tanto el presidente auxiliar, el suplente y el síndico como el fiscal, con el respaldo de la comunidad. Recientemen­te las autoridades civiles y ceremoniales lograron, con el apoyo de historiadores y periodistas, que el documento prehispánico conocido como Códice Cuaxicala fuera reco­nocido como Memoria del Mundo por la UNESCO en 2018.

Esta forma de organización indígena crea un sentido de pertenencia —no exento de conflicto— que permite que cualquier evento de interés comunitario sea “trami­tado” por estas autoridades. Así, cada primero de enero las autoridades organizan el ritual para solicitar prospe­ridad para el nuevo ciclo agrario. Las autoridades civiles cumplen funciones ceremoniales no escritas; en este caso, son los encargados de invitar con semanas de antelación a un ritualista —tlamatki— que será el encar­gado de encabezar el ritual. Se trata de una suerte de “abogado” que conoce la retórica y las formas diplomá­ticas con las que se debe uno dirigir a las divinidades.

Antes del ritual, las autoridades deben conseguir tabli­llas de ocote y desenterrar la raíz del árbol del moral para elaborar el amaxonotl, especie de papel que, junto a las tablillas y un terrón de copal, conforman los cuerpos que serán activados con la sangre de las aves sacrificadas. Se trata de los cuerpos de las “divinidades” que vendrán a escuchar las solicitudes y a recibir la ofrenda. Se elabora­rán 12 envoltorios que contienen, a su vez, 12 atados de tablillas de copal y amaxonotl conocidos como tlalpili o atado. En grupos de cuatro envoltorios se ofrendan en el camposanto, el Santokali y la cumbre del Yelotepetl.

Las autoridades civiles —presidente, suplente y sín­dico— y religiosas —fiscal— entregarán cada uno, a títu­lo comunitario, uno de estos atados. Son tres espacios a los que acuden las autoridades y el pueblo acompañan­te; siempre va al frente el tlayekanki, o delantero; él ha­bla a favor del pueblo y sus autoridades —consideradas como las responsables de su pueblo. Serían padres, en el entendido que el pueblo es una casa— y pide por los moradores de la comarca, y manera más general por las personas humanas.

En el camposanto, ubicado en la parte más baja del poblado, el tlamatki entrega los cuatro primeros se­pantli, literalmente “un apilamiento”. Cada sepantli o xo­pechtle —“retranque” o “cimiento”, como también es lla­mado— contiene 12 atados, o cuerpos en miniatura, que son sepultados junto con un ave pequeña en la entrada de la iglesia de Santa Mónica. Aquí el ritualista limpia a cada carguero y posteriormente entierra su envoltorio, así sucede cuatro veces. Por último se coloca la ofrenda para los difuntos: tamales, pan y atole de chocolate. En ocasiones hay danzas, lo que nunca falta aguardiente y música de xochisones.

Posteriormente, la comitiva se dirige al centro del pueblo para acudir al Santokali. Aquí se resguardan un wewetl y un teponastle, tambores considerados el espí­ritu del maíz y el frijol, respectivamente. Nuevamente se sepultan cuatro envoltorios a nombre de las autorida­des, se baila, se bebe alcohol, se coloca la ofrenda a los tambores y se echan cohetes. Nuevamente se pide por la salud de todos.

Antes del mediodía la comitiva asciende a la cum­bre del Yelotepetl. Justo a esta hora, y ese día, se abren los dominios y se conectan el mundo humano y el no-humano. En la cumbre el tlamatki enflora y sahúma las tres cruces, nuevamente aboga a favor del pueblo, los envoltorios se despliegan y vivifican con la sangre aves pequeñas. De nuevo se coloca la ofrenda de tamales, pan y atole que se destina al espíritu del elote como un maíz tierno y joven. Después se reparte la ofrenda entre los asistentes. Para entonces el alcohol —después de 7 horas— ha hecho efecto en muchos participantes.

Esta actividad ceremonial obedece a que se debe ofrendar al cerro, a los espíritus y a los muertos para que haya prosperidad y buenas cosechas. No siempre fue así, antiguamente no se requería sembrar ni ratificar ritual­mente un compromiso. Según cuentan, antes había en la cumbre del Yelotepetl una gran laguna y en la orilla las ca­ñas de milpa daban sus frutos sin necesidad de sembrar­los. Las mazorcas recolectadas debían alimentar sólo a la mujer legítima y su familia, sin embargo, en una ocasión un hombre entregó los elotes a su amante, y el espíritu del maíz huyó. Desde entonces celebran el tlamanalistli para que el espíritu del maíz vuelva temporalmente y por medio de la siembra la gente pueda cosecharlo.

El recorrido ritual establece un gran escenario para los muertos, el espíritu del maíz y el frijol y, por último, el joven elote. Así como las autoridades tradicionales están solicitando al gobierno la construcción de un Mu­seo Comunitario para resguardar el Códice Cuaxicala, del mismo modo acuden con las divinidades a solicitar prosperidad agrícola y salud para su comunidad y el mundo.

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